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Lecturas: El bosque infinitesimal

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Lecturas: El bosque infinitesimal

Los delirios dionisíacos de la ciencia

por Natalia Brandi

Su tercera novela y Julián López lo hizo otra vez. Si en Una Muchacha muy bella (2013) fue capaz de hacer poesía con la oscura década del ’70; si con La ilusión de los mamíferos (2018) su lirismo estuvo al servicio del sexo, del amor y la soledad, ahora sube la apuesta. Se asume como un arquitecto del lenguaje, con el consecuente riesgo de que se desplome la obra a mitad del camino.

“Me envuelve, me traga, desciende cerúlea y sigue en su marea, se desliza y desintegra las partículas suspensas en el aire, esos corpúsculos que el ojo desenfocado revela en forma de sierpes microscópicas y quietas”. Este es el párrafo que inaugura la novela. Sirva como muestra para el ingreso de un lenguaje que, al igual que su personaje, comenzará intentando ser apolíneo en sus observaciones microscópicas. Por momentos detienen el devenir del tiempo, congelan las escenas en un paisaje nevado y brumoso.

La historia transcurre en Sbörnika, a orillas del río Tzäcjara. El narrador es un joven médico que, junto con su mentor, el doctor Blavatsky, capturan a un vagabundo y lo encierran en el sótano, devenido laboratorio, de la mansión del viejo galeno. Los ayuda Ávida, una asistente tan sumisa como desconcertante. 

En todo el relato, el lenguaje y la trama constituyen un solo organismo indivisible. Conforme avanza, se alimenta y crece, tornándose cada vez más dionisíaco, como el narrador. Él no tendrá pudores en revelarnos sus deseos más psicodélicos. Terminará abandonando ciertas formas externas y se hará cargo, mediante los hechos, de sus pulsiones más estrambóticas: 

“Estarme en el hocico siempre humedecido por esta leche que gotea muerte, por estos orificios fecundos de pelos que huelen a vientre. Estarme así sin luz en las pupilas, sin intención”. El lenguaje se retuerce dentro de un caleidoscopio, por momentos metálicos y por otros aterciopelados, de ratos iluminados y de a ratos oscuros. Tan abigarrado de olores, sonidos, texturas, que la lectura se volverá 3D. Un lenguaje que se mofará de cualquier corrección y que se apropiará de cada palabra, la usará a su antojo y capricho, adorando el desenfado barroco y abigarrado. Se urdirá tan sonoro, que obligará al lector a degustarlo leyendo a viva voz para escuchar la cadencia, el ritmo frenético de la prosa que derrama poesía.

El bosque infinitesimal irá adquiriendo un in crescendo feroz, se difuminarán los contornos de las cosas, se diluirán los límites de la palabra, no habrá género humanidad, ni animalidad, y todo será un amasijo de placer y delirio.

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