Lecturas: El acontecimiento

El efecto colectivo de la intimidad

por Natalia Brandi

La escritora francesa Annie Ernaux fue galardonada en 2022 con el Premio Nobel de Literatura. Se caracteriza por la escritura autobiográfica; sus novelas indagan, con un lenguaje sencillo, sin recurrir a eufemismos, en el realismo social a partir de las propias vivencias. El acontecimiento relata la experiencia vivida por la autora en 1963, cuando era una estudiante universitaria, y descubre que está embarazada. Inmediatamente sabe que no lo va a tener, aunque ignora el recorrido tortuoso que deberá atravesar hasta llegar al aborto clandestino.

Es interesante que la autora elija abordar recién en 1999 un acontecimiento vivido tantos años atrás. La reflexión al respecto estará presente en la historia en párrafos entre paréntesis, en los momentos en los cuales la narradora recurre a los diarios íntimos de aquella época. “(En la agenda aparece escrito: Dos inyecciones y ningún efecto)”. Dice “aparece escrito” en lugar de decir: “escribí” o “anoté”. Como si en aquel momento la muchacha se hubiese disociado en un intento por mantenerse objetiva, fuera de sí, para abordar la situación. En cambio, hoy, la intención de escribir la historia la obliga a poner sensaciones y cuerpo al recuerdo congelado. “(Con frecuencia sigo teniendo la sensación de no poder ir lo suficientemente lejos, en la exploración de las cosas, como si me retuviera algo muy antiguo)”.

Hay, acaso, una cierta similitud en el esfuerzo de la narradora por llegar al fondo de la experiencia y tocar el punto máximo en el cual el acontecimiento sucede, y la lucha de la estudiante universitaria por conseguir que alguien le facilite la concreción de la decisión que tomó desde el primer minuto. Llama la atención la perplejidad de las demás compañeras, el miedo colectivo. En cuanto a los varones, se le acercan como un objeto extraño que viene con la ventaja de no ser susceptible de embarazarse. Los médicos que castigan y cuidan su propia matrícula. El padre de la criatura que está tan ausente como el resto de la sociedad.

El relato avanza lento, pero no en su forma narrativa sino en el deseo de la narradora de resistirse a recorrer rápido esas semanas, intentando replicar la densidad de esos días que reptaban sin avanzar. Están el asco, la náusea y la situación absolutamente desconocida que detienen sus estudios y la marginan de la cotidianidad universitaria. Se pone de manifiesto que, en esos años, las mujeres empezaban a legitimar, secretamente, mantener encuentros sexuales antes de casarse, pero ignoraban las consecuencias posibles para sus cuerpos y para sus vidas. De hecho, la narradora cuenta que al enterarse del embarazo no lograba establecer relación entre “aquello (los gestos, la tibieza de la piel y del esperma) y el hecho de encontrarme en ese lugar. Nunca pensé que el sexo pudiera tener relación con nada”. 

El devenir de la novela lleva a un final maravilloso, desgarrador; acrecentado la narración sin eufemismos, utilizando un lenguaje tan sencillo como mordaz para hacer justicia al acto. Y las palabras que encuentra la narradora son las mismas que encontró esa joven para nombrar lo que estaba aconteciendo. El momento final tiene un halo sagrado, impensado, pero luego la sociedad se encargará de condenarlo. Nombrar con las palabras justas el momento en que una mujer atraviesa el aborto clandestino es de una valentía que solamente quien lo ha experimentado puede narrarlo con esa hondura y la autoridad.

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