Lecturas: Punto de cruz

Hilos en la tela del tiempo

por Natalia Brandi

Mila vive en México con su pareja y una pequeña hija. Desde el baño escucha sonar su celular, sale desnuda, entra al dormitorio y lee una notificación de Facebook: Citlali murió ahogada en las costas de Senegal. Así comienza esta novela sobre la vida de Mila y sus dos mejores amigas de la adolescencia: Citlali y Dalia.

“Diría que la escritura de este libro tiene dos etapas, en realidad, hace más o menos seis años, escribí un ensayo sobre bordado y feminicidios, un texto fragmentario que se publicó por ahí, pero siempre me quedé con ganas de hacerlo crecer. Después, hace unos cuatro años, empecé a escribir esta novela que en principio era por… yo creo que una especie de duelo que estaba yo pasando por una transformación en mi dinámica con las amistades, y quería regresar a ese tiempo de la adolescencia en que las amistades eran las relaciones más importantes de mi vida”, cuenta Jazmina Barrera en una entrevista.

Los hilos de la vida de estas tres chicas se van tramando según el pulso de Mila, la narradora. Ella entreteje los recuerdos donde la amistad adolescente parece tan anudada e indestructible como el punto de una trama. La ficción se detiene en un blanco tipográfico interrumpido con la imagen de una aguja enhebrada y da paso al ensayo.

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En las montañas del África del norte, cuando la tejedora termina su labor, corta los hilos y pronuncia la misma bendición que la partera cuando corta el cordón umbilical.

Barrera juega con la etimología del verbo que significa también borde. “El lugar de la mujer está junto a su bordado. Una traducción más libre podría ser: el lugar de la mujer está junto al abismo”.

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Mila, Citlali y Dalia viven en familias muy diferentes, con historias bien distintas, solo comparten el colegio. En ese contexto de escuela secundaria surge la oportunidad de asistir como alfabetizadoras en programas de verano para estudiantes. Van a vivir experiencias fundamentales al entrelazar sus conocimientos con los saberes de las personas a las que les enseñen a leer: “…una servilleta con una flor geométrica hecha en punto de cruz y debajo con puntada libre con el mismo hilo morado nuestros nombres: Rosa y Mila”. Dalia va a publicar un ensayo con el nombre de las puntadas en lenguaje indígena y Citlali va a bordar con sus alumnos un mapa con los árboles, las milpas y los animales de las hectáreas que visitaron.

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La narradora vuelve al ensayo. Si la historia la hiciesen las mujeres, se registraría el descubrimiento de la aguja y del hilo como el inicio de la Edad Moderna. 

El bordado como símbolo del trabajo de la mujer y el desgaste del cuerpo en las llamadas labores femeninas.

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La entrada en la universidad es inminente y las tres amigas viajan a Londres y a París. Ahora la novela es una crónica de ese viaje. Cada una tiene intereses distintos, se vislumbran las diferencias, pero también el punto en común. Si unas visitan un museo la otra se sienta a esperar con el bastidor y la aguja enhebrada, si una tiene una cita las otras comparan las hebras del tejido, y si un tipo se les acerca en el subte y las amenaza, una de ellas saca las tijeras de bordado.

Citlali es la divertida, pero el humor no se contrapone con la tristeza de un padre oscuro, Dalia es irónica y brillante, esconde cicatrices en sus muñecas. Las tres padecen violencia y abusos, pero también se unen con cientos de mujeres mexicanas con sus agujas y sus hilos a intervenir una bandera de cruces rojas.

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Punto de cruz está hecha de retazos, varios textos tejidos sobre el mismo lienzo. “Punto tallo, arena, cadeneta, pluma, espina, telaraña, nudo, coral, helecho, sombra, punto plano, punto libre, punto atrás”. Puntadas que parecen individuales, pero son el mismo dibujo con idéntico hilo.

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