Entrevista: Julián López

“La literatura es un afecto”

Por Natalia Neo Poblet

Una muchacha muy bella, la primera novela, de Julián López publicada en el año 2013 por Eterna Cadencia, va por su doceava edición. Previamente había escrito un libro de poemas titulado Bienamado. La materia del lenguaje con que está hecha Una muchacha muy bella es la infancia. Un niño enamorado de su madre, a la cual conocemos a través de los ojos de él y cuya maternidad por momentos pareciera que la ata y que no terminamos de saber en qué anda, hasta que no llegamos al final de la novela. La aparición de Elvira, la vecina, que es la única que tiene teléfono en el edificio y se encarga del niño cuando la madre tiene que salir intempestivamente. Una novela que va desde los cigarrillos 43/70, el Topolino y el Nesquik a los desaparecidos por el golpe militar y la memoria. 

La cita fue en el bar Ópera de la esquina de Av. Callao y Corrientes, a metros del Congreso de la Nación, una mañana soleada y fría de agosto. Nos ponemos a hablar con el ruido de la cafetera de fondo, que crea una banda de sonido y hace lanzar la primera pregunta. 

–Si tuvieras que hacer una play list de Una muchacha muy bella, ¿qué tres temas serían infaltables? 

Tú me quieres blanca de Alfonsina Storni, musicalizado por Luis María Serra, cantado por Marikena Monti. Alguno de Horacio Molina. Estoy pensando en términos de mi madre, de lo que le gustaba a ella. A mi vieja le encantaba el tema La novia, de Antonio Prieto, me enteré de grande. Muy popular y famoso de los años ‘70. Cosas más relacionadas con mi vieja que conmigo. 

–En tus personajes tienen mucha piel. ¿Cómo construís esos cuerpos?

–Yo creo que desde siempre que escribo me aparece eso. Desde mi primer libro de poemas, Bienamado, siempre hay una presencia por una desesperación. Porque en mis libros siempre está presente el dolor por la despedida. Es una marca de esos personajes, de esas subjetividades. Necesito que tengan mucho cuerpo antes de eso. Para mí La muchacha… es una historia de amor. Hay una escena donde la muchacha se sienta en el piso y lo abraza a su hijo, y recuerdo esa escena como muy erótica, donde el chico queda con un registro de esa madre del orden de lo erótico y de la sensualidad y que evidentemente le va a ser difícil superar. Entonces el cuerpo como el obstáculo fundamental para estar vivo. Es lo que te impide y es lo único que hay.  Es el ancla que te mantiene y a la vez donde está inscripta la falta. En mis libros siempre aparece el registro sensual y la marca de la falta.  Es el cuerpo el lugar donde se inscribe la falta. El cuerpo es el vehículo para el encuentro con el otro. Te diría que lo podría asociar con la idea del caldero del alquimista donde suceden todos los encuentros y desencuentros. Donde el cuerpo es el alambique para una cosa mayor que tampoco es y donde no sé si existe, pero que en todo caso es la lidia con la falta.

–¿Cómo pensas la construcción de los espacios en tus novelas? 

–Yo te diría que es la misma estructura. Mis novelas y poemas están pensados en el volumen. Casi es del registro de la encarnación y si querés me aparece lo crístico. La cruz es la encarnación y en ese sentido te decía también lo de la desesperación, lo que habilita y lo que imposibilita. Entonces, lo pienso siempre en espacios y en determinados ambientes. Son siempre departamentos chicos, de dos ambientes de la clase media porteña. Soy un escritor de la clase media porteña. No hay vuelta. No es algo que construyo. Hay una pertenencia de clase, ni para bien ni para mal. No lo controlo, aparece así. 

–En tus novelas siempre hay una felicidad dolorosa. ¿En la felicidad siempre hay un dejo de dolor?

–Hace poco terminé un libro que se llama La sabiduría de lo incierto, del catalán Joan Carles Mèlich, él dice: “la felicidad es un recorte de la infelicidad”, y yo creo que sí. El cuerpo como lo que posibilita el encuentro con el otro y a la vez lo que te imposibilita. Mis libros son eso, donde hay algo muy gozosos, de mucha pena y de mucha infelicidad. 

–¿Cómo fue pasar de Una muchacha muy bella a una historia de un gay que se enamora de un chongo del conurbano?

–Me costó mucho. Cuando escribí Una muchacha… no tenía pensado escribir narrativa. La muchacha me asaltó, me eligió ella. Lo publicaron y enseguida empezó a hacer ruido. Entonces fue muy conmovedor. Al mes que salió yo estaba sentado en Eterna Cadencia y se acercó una señora, me abrazó y me dijo: ¿cuándo sale el próximo? Quería decirle: señora, esto es un hobby. Me costó unos cinco años hasta que salga La ilusión de los mamíferos. También yo quería despegarme de Una muchacha... También por la muchacha, porque para mí fue una historia muy conmovedora que cambió mi vida. En honor a eso yo quería ir para otro lado. También había un cómo me encuentro con lo nuevo. El encuentro con Natu Poblet también tuvo mucho que ver con eso. Ella me llamó y enseguida éramos amigos. Una muchacha… me puso en otro lugar, me cambió la vida. 

–¿Elegís a tu público lector?

–No, pero hay reconocimiento. Esto que me pasó con Natu, me pasa. En general hay un acercamiento desde el afecto, entonces la conversación ya no es de literatura sino sobre qué hacen los libros con uno. A mí la literatura me interesa en esos términos. En Una muchacha… yo hablo de eso. El recuerdo del protagonista de esos libros que leía su madre. Los libros son en relación al amor y hacia el final del protagonista dice que no va a leer más cuando se entera que la madre desaparece. Porque la literatura es un afecto. En las últimas páginas de la novela nos enteramos de la dificultad que tiene ese niño ya adulto en entablar una relación amorosa. Una transmisión que queda interrumpida y a la vez idealizada. ¿Cómo se sigue viviendo cuando arrebatan a tu madre, usurpan tu casa, rompen tus cosas y tus libros? ¿Recordar es una manera de resarcir? ¿Cómo pasar a otro amor cuando ese primero fue tan romántico?

–¿Crees que la escritura tiene algo de la reparación, de la recuperación?

–Me parece muy complejo eso. Por un lado, sí. Pero me parece que eso es conformarse con poco. Es mucho más que eso. Es el terreno de lo incierto. Uno no sabe qué es la lectura ni la escritura. También es la reparación, la recuperación, pero es más que eso. Yo escribí Una muchacha… y me cambio la vida porque reparé algo, ubiqué algo, pero es más que eso, hay algo que no se sabe.

–Leí un posteo que hiciste una vez, donde decís que “No te interesa la gente que no para de leer, que puede reponerse de lecturas subatómicas. Leer es difícil y puede ser muy doloroso”. 

–Esa implicancia es gozosa y es muy problemática. Leer es muy problemático. Leer duele, te hace ver cosas que no querés ver, te confronta con tu acomodamiento burgués. Lo único que se puede hacer es leer. El filósofo catalán, Joan Carles Mèlich, dice: “uno nace a una biblioteca”. Uno nace leyendo una biblioteca dada, que es la cultura. Para mí la literatura es eso, estar vivo te mata y es un riesgo. 

–¿Qué hay de la poética en tu escritura? 

–Esa probablemente sea a la biblioteca a la que llegué. Nosotros somos tres hijes y mi madre nos escribió un poema cuando nacimos. Ella nos leía siempre poesía de Gabriela Mistral. 

–¿Qué se escribe cuando se escribe? 

–Se escribe de la falta y la musicalidad de la lengua. La escritura siempre es un intento de atrapar algo que es intratable, entender algo que es inentendible, y que en el mejor de los casos logra, pasa muy poco, que el cronos y el kairos sean un instante juntos. Es un instante y siempre es la pérdida, entonces es escribir sobre esa falta. Es todo el tiempo lo que no se sabe. Lo atrapo, pero nunca lo atrapas y cuando sucede es un evento externo que te incluye, pero es externo, es más grande que vos, y después te dicen no es tuyo. Despedite porque no es tuyo, entonces siempre se escribe sobre la pérdida. Se escribe sobre lo que no se sabe, sobre lo no puede saberse. Es desesperación, es como el cuerpo. Es el gozo de estar vivo. Qué maravilla estar vivo y qué desesperante estar vivo. 

–¿La play list de tu próximo libro?

–La banda alemana Einstürzende Neubauten. Suzanne Vega y Roberto Goyeneche.  

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