Opinión: Diario falseado

Reflexiones sobre el documental El villano

por Silvia Itkin

Pocas semanas después de haber visto El villano (documental escrito y dirigido por Luis Ziembrowski y Gabriel Reches, y actuado por el primero, entre otros actores y actrices), me pongo a leer Cuadernos, de Andrés Di Tella (Editorial Entropía, 2023). Me lo regaló Mauricio Koch para mi cumpleaños (meses más tarde de la fecha real). Son estos días previos al fin de año, en una oscuridad cívica que me trae recuerdos de otras épocas horribles parecidas y, al mismo tiempo, no se parece a nada. El libro de Di Tella me produce una inmersión de felicidad, como me produjo una inmersión también el documental de Ziembrowski, aunque no sé si la palabra que se puede aplicar sea felicidad (la alegría de ver algo que te gusta mucho por lo logrado es incanjeable de todos modos).

Estoy tan sumergida en el libro que escaneo unas páginas y se las mando a Koch por whatsapp. Me dice que lo va a comprar, así hablamos después. Venimos, desde hace un buen tiempo, hablando de escrituras biográficas, autobiografía, narrativas íntimas, por nuestras experiencias de trabajo, no estrictamente similares, sino más bien lindantes, con grupos de escritura. Le digo que no, que no compre el libro, que se lo voy a regalar.

Me gusta la idea de cruzar regalos idénticos, y más si se trata de un libro.

La tarde en la que veo El villano es la víspera del 10 de diciembre. La plaza del Congreso está en el apronte. La sala del Gaumont resuena como un templo con su amplitud, los techos altos, escaleras, oscuridad y silencio. La ceremonia del cine.

El documental parte de la siguiente premisa: el actor y director, habituado/acostumbrado/condenado/destinado a interpretar roles de villano, se pregunta -como si se detuviera por primera vez ante una repetición- si la verdadera historia de su padre (un hombre que fue hampón, cumplió condena y trastocó la historia familiar) no tendrá algo que ver con esos roles. Nada de esto es explícito, por suerte, lo que vuelve a esta película una experiencia estética extraordinaria.

La escena inicial no habla del padre: es el actor que lleva al osario general los restos de su madre. Mientras veo ese comienzo, pienso en qué hacemos con los muertos cercanos, los muertos queridos. ¿Los llevamos? ¿Los desenterramos cada tanto? ¿Los volvemos a enterrar? Pienso mucho en esto mientras veo el documental, porque son preguntas que animan la escritura personal, la impulsan.

Hay tres grandes momentos en el film que me llevan a reflexionar sobre las narrativas personales:

  1. Los castings: se prueban actores para el rol del padre -el verdadero villano– de LZ. El actor también se prueba. En el primer intento, una voz fuera de cámara le dice: “Lo estás haciendo como Luis”. El actor prueba otra vez; aparece una versión canchera, un hombre que parece que no se toma en serio, no ya a sí mismo, sino el efecto de sus acciones en los demás. Esta versión se contrapone a la severidad de la primera: el hijo lo juzga.
  2. Un hombre interpela a LZ en la calle, lo acusa de haber maltratado a la hija en un parque. El actor le explica que lo que vio era una escena de un rodaje, que esa actriz no es su hija. La cámara registra el acontecimiento de un modo frenético. Hay algo amenazante. Lo real acecha la ficción. Y viceversa.
  3. Vemos una constelación familiar con el actor, sus hermanas y dos de sus hijos (los más grandes). El padre y la madre, interpretados a la manera de las constelaciones. Ella, la madre, una actriz con peluca. Pensar en Los rubios (Albertina Carri, 2003) es inevitable. El resto de los participantes son quienes son. Las constelaciones son totalmente teatrales. Abro un largo paréntesis: Bert Hellinger, su creador, las desarrolló dentro de la terapia sistémica. Fue primero ordenado sacerdote católico y, como tal, misionó en África entre los zulúes. Dejó los hábitos, volvió a Alemania, se casó, estudió psicoanálisis. Apelo a una sintética biografía, no conozco en profundidad la teoría que avala esta práctica terapéutica. Pienso, de todos modos, en un sacerdote (la misa, la confesión, la comunión: todo es puesta en escena), y en la convivencia tribal, en lo que se ordena (en todos los sentidos de la palabra), lo que se instaura. La terapeuta que conduce la constelación les susurra a los participantes la “letra”. Alguna vez me contaron que Alberto Ure, el director y dramaturgo argentino, hacía lo mismo con sus intérpretes en los ensayos. Volvamos al documental: en esa escena, sale a la superficie un momento de verdad. El dolor trasciende, nos toca. ¿Cuáles son los límites del relato íntimo? (“¿Hasta dónde?” es la pregunta frecuente). Sin embargo, hay tantas mediaciones: el equipo técnico, por mínimo que sea, la terapeuta, los actuantes, un guion (así sea un esquema, una indicación velada, un pedido de improvisación).

 

No hay preguntas cómodas.

“¿Hasta dónde?”: ¿es más una tentativa de detenerse (por miedo, por vergüenza, por temor al qué dirán) que un problema de índole moral?

En el documental Ficción privada (Andrés Di Tella, 2019), el director le da a una pareja de actuantes las cartas que se escribieron su padre y su madre antes de ser su padre y su madre. Recursos, trucos, coartadas, atajos para la representación de esa materia orgánica que a veces se aquieta y, entonces, posa para la foto familiar.

La cámara de El villano es inquieta. A veces pareciera que está empujando algo, que se lleva algo por delante, que entra sin avisar, no espera a que le digan que pase. Es la cámara de la indagación.

Dice Di Tella en Cuadernos: “Si no hay ensayo y error, solo habla la voz de la autoridad”. En El villano, esa cámara que registra es la de las preguntas, la del tanteo, la de la aproximación. “Veamos qué hay detrás y qué hay enfrente que no hayamos podido ver hasta ahora”, parece decirnos el intérprete que se interpreta a sí mismo y trata de representar a su padre, un padre que vuelve sobre el final del documental, porque siempre se puede rebobinar para tratar de entender. En los relatos íntimos, el tiempo en que sucedieron los hechos se vuelve arcilla, se modela a puro antojo porque representa, no ya lo cronológico, sino el efecto de esos hechos. Se edita una vida.

Vuelvo a Di Tella y subrayo: “Una herencia también hay que poder entenderla. A menudo los ‘herederos’ no terminamos de entender nuestra propia herencia. (Pensemos, si no, en lo más simple: ¿qué entendemos de lo que nos dejan nuestros padres?)”.

A menudo, entre otras cosas indescifrables, nos dejan una última imagen, la de su disolución. Busco en el diccionario la palabra, porque la uso a menudo para hablar de la muerte. La tercera acepción dice: Relajación y rompimiento de los lazos o vínculos existentes entre varias personas. Pienso en la muerte como disolución por el modo en que pasamos a ser otra cosa (cada quien pensará en esa otra cosa de acuerdo a sus creencias). Quizá es confuso, ahora que lo escribo, lo veo así. La palabra está moldeada por la muerte de mi padre, a quien vi morir, pasar de un momento a otro, lo vi en esa extraordinaria transformación en que todo un organismo -perfecto y vulnerable- se apaga.

En El villano, LZ se inclina sobre la cama de hospital donde yace su padre. Me evoca mi propia escena de despedida (involuntaria porque no estaba ahí esperando que sucediera), y una escena en el libro Una mujer (Annie Ernaux, Cabaret Voltaire, 2022). En el grupo del taller Relatos de vida, los pasajes donde Ernaux cuenta la decrepitud creciente de su madre generaron discusiones. Otra vez la pregunta frecuente: “¿Es necesario mostrarla así?”. Son los ojos de la narradora los que nos llevan a esa experiencia. Ernaux no la maquilla. Nos recuerda que con lo que pasa, hacemos lo que podemos. Con suerte, libros y películas como flechas de sentido y sensibilidad.

La escena que sigue a la del hospital en el documental de LZ, sucede en la calle, una calle de Mar del Plata. Hay música que provee una banda, gente alrededor. El actor improvisa unos pasos. Se puede bailar (o escribir, o filmar, o actuar) una vez que se cierra.

Cerrar no es encontrar las respuestas, claro que no. Es apenas haber podido hacer otras preguntas.

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