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Lecturas: Mi madre es un pájaro

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Lecturas: Mi madre es un pájaro

El reverso de la experiencia

por Salvador Biedma

Con capítulos breves y registros mezclados, esta novela atraviesa parte de la historia de una familia. La voz central, que aparece muchas veces hablando desde el “yo”, es la del hijo, pero la trama se disgrega permanentemente, los fragmentos se deshilvanan, se reagrupan, vuelven a tratarse ciertos momentos con distintas miradas y quedan huecos, ausencias, espacios en blanco. Hay capítulos con frases sueltas de cierto vuelo poético, hay capítulos en forma de listas: una lista de las casas donde vivió la familia o una lista de regalos que hicieron o recibieron los parientes. Pequeñas anécdotas, ideas menores o juegos (por ejemplo, separar las letras que mantienen la forma de la minúscula en la mayúscula) ganan importancia.

Así va formándose, como un álbum de retazos, un árbol genealógico que se bifurca por una presencia inquietante. La madre tuvo un amor, un novio, un marido, que murió demasiado pronto y de repente, a los veinticinco años. Tiempo después, ella volvió a casarse y tuvo ese único hijo. Ella, Matilde, que prefiere el apodo Tilde, parece por momentos el eje de la constelación. Bruno, el marido muerto, ocupa un lugar en la memoria que el nuevo marido respeta a rajatabla. El hijo quiere saber más sobre ese hombre, toma algunas de sus costumbres (tamizadas por los relatos de Tilde), le imagina una voz y una cara ante la ausencia de grabaciones y fotos. Queda otro registro: los apuntes literarios que intentó Bruno. La viuda se los entrega un día al hijo, que también escribe, y esos textos aparecen entre los breves capítulos de la novela. Ahí se lee, por ejemplo: “Sueño que mi padre existe”.

También se hilvanan entre los capítulos grabaciones de charlas que el hijo ya adulto tiene con su padre, Trento. Quizá él espere demasiadas respuestas del pasado, de la historia de los otros. Pareciera por momentos que los dos hombres son sus padres. Se repasa casi de la misma manera el camino de los ancestros polacos de uno y de los ancestros italianos del otro. El fantasma de Bruno brilla idealizado por su muerte joven y por los recuerdos de la madre, que vio truncada su historia de amor. Ana, la novia del hijo, le hace notar que él no habría nacido si Tilde no hubiese quedado viuda.

Sabemos que ya no generan ninguna extrañeza, a tal punto que parece ridículo el comentario, las costumbres y los conflictos de una familia ensamblada. En Mi madre es un pájaro, de Diego Tomasi, acaso se pueda leer el reverso de esa experiencia. El hijo no empieza a relacionarse con una nueva pareja de la madre o del padre, sino que convive con otra clase de “desconocido”: el marido anterior de su mamá, alguien con quien él no tuvo trato directo, que ya no envejece (el hijo va a sobrepasar la edad a la que murió), anclado en otro tiempo, que forma parte y a la vez no forma parte de su historia, con un lugar, parecería, poco convencional en el árbol genealógico. Sin embargo, el hijo, en la misma senda que su madre, va a ofrecerle ese espacio con familiaridad.

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