Lecturas: Donde termina la lluvia

Una escritura para extenderse

por Natalia Neo Poblet

¿Se puede saber dónde comienzan y dónde terminan las cosas? Hay geometrías que nunca son del todo claras. Litorales que no son fronteras. Líneas que nunca pueden ser dibujadas. Entre un punto y otro, llueve. Entre un punto y otro, algo sucede. Entre un punto y otro, algo resuena a modo de eco. Entre un punto y otro, tiempo. ¿Acaso la escritura no sucede en ese entre, en ese espacio indefinible?

Donde termina la lluvia, primera novela de Norberto Gugliotella publicada por Corregidor en su colección Narrativas al Sur del Río Bravo, funciona como una metáfora. Violeta, la protagonista, es una adolescente de trece años. Esa edad un tanto indefinida. Donde ya no se es una niña, pero tampoco se es adulto. Está en pleno proceso de querer entender algo sobre las relaciones sexo afectivas y el poder que se juega entre los géneros.

Gugliotella, escritor y editor, no se pregunta dónde termina la lluvia, sino que afirma que allí donde algo puede terminar, también comenzar. A la vez, relanza la apuesta porque sabe que lo más difícil de contar son aquellas cosas que no llegamos nunca a comprender.

A medida que avanzamos en la lectura, nos damos cuenta de que, como lectores, descubrimos junto a Violeta su propia historia mientras escribe en su diario íntimo. De ese modo nos transformamos en testigos de sus diferentes experiencias en el colegio, con sus amigas, su madre, sus tíos y los varones. Esta novela nos invita a ser testigos de su intimidad.

Ella encuentra en su diario un modo de recogimiento para retirarse un poco del mundo, pero para después poder volver. Un primer punto debe anotarse para que luego haya un lugar a donde regresar. El diario íntimo hace que su mundo se agrande. Se escribe y se lee para engrosar la vida. Para tocar y ser tocado y así extenderse. También para despertar lo fijo y naturalizado.

En esta adolescente vibra la lengua materna, pero a medida que escribe se descoloniza de esa lengua para crear la propia y de esa manera descubrir nuevas posibilidades de vida, como así también para no repetir la historia materna. A medida que avanzan las páginas de su diario y de nuestra novela, Violeta se encuentra con las controversias de la presencia y la ausencia, del hueco y del silencio.

En su mundo hay un padre ausente y golpeador, una madre que logró emanciparse de su marido y una tía cómplice y referente. Con estos personajes, el autor, nos arma un escenario actual con los desafíos que implica esta época. En un momento Violeta anota en su diario: “Hay dos palabras que sirven para definir a mi papá: vacío y silencio. Era mi papá. Es mi papá. No sé cómo conjugar el verbo. Tengo que hablar con la profe para saber cuál es la manera correcta de decirlo. ¿Puede un padre ser padre en todos los momentos en los que no está?”. Otro día escribe: “Amar es un verbo y amor es un sustantivo”. Hay en ella una necesidad de que la palabra nombre, defina y aclare. Pero cada vez se enfrenta con la inadecuación propia del lenguaje y a modo compensatorio arma mitos infantiles como fuente argumentativa para dar sentidos donde no los hay.

Violeta empieza a leer lo que le va sucediendo en clave feminista, con una perspectiva de género. Observa con esa curiosidad inocente y pregunta todo lo que se le presenta para no caer en la misma red en la que quedó entrampada su madre. Desteje esos hilos para escribir–escribirse una historia diferente, la propia.

Ya casi al final de la novela, nos cuenta que cuando sea grande quiere eliminar de su documento de identidad el apellido de su padre. Hacer un acto sobre lo simbólico mismo. Ahí nos encontramos con los efectos de lo escrito.

¿Puede la escritura sacar de encima las huellas que marcaron nuestro cuerpo?

Cuerpo y escritura se entrelazan entre sí e inventan un lenguaje. Violeta en su diario íntimo usa una paleta de colores para dibujar letras y nombrarse. Algunas quedarán fijas y otras se deslizarán, porque, lo importante, es el movimiento que produce lo escrito.

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