Lecturas: Sulfuro

Una voz que acompaña

por Anahí Flores

La última novela de Fernanda García Lao está narrada en segunda persona y en presente continuo. Al inicio, puede surgir la duda de cómo hará la autora para mantener esa voz tan peculiar a lo largo de todo el libro. Pero enseguida vemos que lo consigue, y, como lector, se llega a sentir como natural el hecho de acompañar una voz que no dejará de hablar.

En Sulfuro (Emecé, 2022), los muertos tienen protagonismo. “Qué se puede esperar del mundo si la gente más interesante es la muerta” leemos, y lo confirmamos en cada capítulo: sólo ellos tienen nombre. A los vivos los conocemos por su profesión (el escribano, los pileteros, el concejal), su parentesco (tu papá, los chicos) o alguna otra característica (la insulsa mal peinada, hombre a rayas, la embarazada perfecta). Los hijos de la protagonista son dos abortos que fertilizaron la tierra de dos plantas de quinotos, la madre es un puñado de cenizas en una urna y, así y todo, la protagonista interactúa con ellos y con algunos muertos del cementerio de Olivos, que queda frente a su casa. Con los vivos, por otro lado, nunca termina de encajar: “A veces es muy clara la impresión de que los demás son solamente un conjunto de órganos”. La novela, por cierto, está plagada de frases filosas, dignas de ser subrayadas, y de imágenes sin filtro, a secas.

El año pasado, en una entrevista para Fundación La Balandra, la autora contó que estuvo los primeros meses de la pandemia trabajando justamente en Sulfuro y que tiempo después descubrió que había incorporado cosas que no recordaba haber escrito. Algunas pertinentes, otras no. “Como si lo hubiera escrito otra. Así que me obligué a revisar casi con lupa el texto. Y fui sintonizando todos aquellos agregados entre los cuales había un personaje que no recordaba”.

Nos quedaremos con la intriga de cuál sería ese personaje y por qué se coló, por unos meses, en la novela.

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