Literatura y deportes

El tercero del olimpo

por Alejandro Duchini

El olimpo del fútbol argentino tiene a Diego Maradona y a Lionel Messi en lo más alto. Pero hay un tercero que el paso del tiempo acerca o aleja, según cómo se mire. Alfredo Di Stéfano, dicen los más viejos, fue el mejor. Las leyendas a veces se aceptan sin cuestionamientos: pero es imposible comparar cuando se vuela tan alto y hay tanto tiempo de diferencia en el medio.

La leyenda de Di Stéfano, o Don Alfredo, como le decían algunos para elevar la pleitesía o simplemente para remarcar respeto, cumple 70 años. El 23 de septiembre de 1953 se inició lo que se conoce como El Madrid de Di Stéfano. Ese día, el argentino debutó con la camiseta del Real en un amistoso ante el Nancy Lorraine de Francia. Perdieron 4 a 2 y Di Stéfano hizo un gol. Lo que siguió fueron once años y veinte copas ganadas a nivel local e internacional. En ese período jugaría Ferenc Puskás, crack entre cracks. Y había más estrellas. Ganaban por mucho. Pero sobre todo por Di Stéfano, goleador y figura.

Santiago Bernabéu –ligado a la extrema derecha en los tiempos de la posguerra– era el hombre fuerte del club. Hablamos de una Europa que se rearmaba y de una España en guerra civil gobernada por el dictador Francisco Franco, quien había asumido el poder tras el golpe de Estado de 1936 y se quedaría hasta 1973.

Fue Bernabéu quien reinventó al Madrid y quien concretó la llegada del argentino. Que no fue sencilla. El Real llevaba veinte años sin ganar títulos locales. Necesitaba cambiar su cara. Y Di Stéfano, que se había ido mal de River, estaba ahora enfrentado a la directiva del Millonarios colombiano. Uno de los detonantes habían sido los 4 mil dólares que el argentino cobró como adelanto de la temporada siguiente. Pero Di Stéfano decía que ese dinero era el saldo de una deuda del club con él. Además, decía Di Stéfano, no tenía más ganas de viajar a Bogotá, estaba harto de los aviones y de las giras y se sabía en la mira del Barcelona y del Real Madrid. Es que aquel Millonarios viajaba por Sudamérica y Europa haciendo gala de un fútbol superior. El fútbol colombiano de entonces repartía buenos dineros a los jugadores sudamericanos, muchos en conflicto con sus federaciones. Varios argentinos fueron a jugar a ese país a cambio de una paga superadora. Entre ellos, Di Stéfano. Fue en una de esas giras –porque fueron varias– que los europeos supieron de él.

Vayamos a 1952, apenas un año antes. Barcelona y Atlético de Madrid dominaban el fútbol español. Bernabéu quería levantar al Real, que había rozado el descenso un par de temporadas antes, y nada mejor que organizar un gran festejo por los 50 años (en el Madrid todo siempre fue ampuloso), además de dar un batacazo futbolero. Así que tras una derrota amistosa ante el Millonarios se acerca a Di Stéfano en el vestuario y le da la mano para luego ofrecerle charla y 30 mil dólares a cambio de que juegue en el Real. Di Stéfano, de 27 años, duda: por esas horas el ex jugador del Barcelona y ahora cazatalentos Josep Samitier también le había echado el ojo y tenía todo arreglado con el argentino. Pero ni River ni Millonarios querían dejarlo ir sin recibir algo a cambio. La cosa es un lío por donde se la mire.

Pasan los meses y el futuro de Di Stéfano no se define. Hasta que viaja a Barcelona, se reúne con los directivos catalanes y todo parece encaminarse de una vez. Hay acuerdo con los dirigentes de River que reclamaban su parte tras el polémico alejamiento del jugador hacia Colombia. Pero los colombianos se oponen. Saben que sin el argentino se les acaba el negocio de las giras. El jugador y su familia están en Barcelona a la espera de un acuerdo. Millonarios reclama 40 mil dólares para dejarlo ir; Barcelona se planta en los 10 mil. La prensa española habla de El caso Di Stéfano. Cuidadosos, los dirigentes catalanes hacen inteligencia para que no se filtren datos. A River le dicen “Ricardo”, a Millonarios “Clínica Marly” y al jugador “Dulce” o “Roca”. Parece una novela de Graham Green, pero está en la formidable biografía de Ian Hawkers, titulada, simplemente, Di Stéfano.

El argentino se pone la camiseta del Barcelona en algún que otro amistoso. Pero el Real da el zarpazo y les ofrece a los colombianos un resarcimiento de 27 mil dólares. Es mucho más de lo que proponía el Barcelona. Siguen los problemas hasta que se propone una solución salomónica impulsada por la FIFA, la federación española y el gobierno: Barcelona y Real Madrid alternarían al jugador una temporada cada uno hasta 1957.

La dirigencia del Barcelona patea el tablero y no acepta luego de observarse perjudicada en el acuerdo. Así que el jugador se queda en Madrid. Se arregla todo con River y Millonarios y el 22 de septiembre del 53, en pleno verano europeo, Alfredo, su esposa Lara y sus dos hijas parten en un coche cama hacia la capital española. Al día siguiente, en la estación de Atocha, lo reciben periodistas e hinchas. Lleva nueve meses sin jugar oficialmente y está seis kilos por encima de su peso habitual.

Pero el dirigente de su confianza, el mismo que gestionó su llegada al Madrid, incluso a espaldas del Barcelona, Raimundo Saporta, le pregunta si está para jugar esa misma noche. La idea es apurar el asunto, que lo vean en Madrid. Las crónicas de época dicen que se notaba su mal estado físico. Así y todo, cuando el Real perdía 4 a 1 con el Lorraine, marca el segundo, de cabeza. Fue debut y derrota.

Cuatro días después debuta oficialmente en la Liga ante el Racing de Santander. El Madrid gana 4 a 2 y Di Stéfano hace otro gol y pronto recuperará su peso habitual. No parará de hacer goles. Dos meses después recibirán al Barcelona, con lo que implicaba entonces. El Madrid gana 5 a 0. Di Stéfano hizo el primero y antes de que termine el primer tiempo ya van cuatro goles arriba. El quinto también lo hace el argentino. Con ese triunfo, el Real pasará al primer lugar de la tabla de posiciones.

Esta primera parte de la historia termina así: Di Stéfano es el goleador de la Liga con 28 goles, un promedio de uno por partido. Y el Real Madrid es campeón después de 21 años. La otra parte de la historia la sabemos. El Madrid se convirtió en potencia entre potencias con Di Stéfano como emblema. Jugaba por toda la cancha, tenía pasaporte español y hasta jugó en el seleccionado de ese país (31 partidos) y en el argentino (6). Pero hoy no se puede hablar del Real Madrid sin mencionar a Alfredo Di Stéfano. De carácter complicado, también tuvo sus problemas. De eso también da cuenta Hawkey. En una carta, tras irse del club con quinientos diez partidos y 418 goles y sentirse traicionado por Bernabéu tras un despido encubierto, le escribió: “Observé que para estar bien con usted había que ser falso. Tuve muchas desilusiones y nadie me dio moral. Usted como padre me falló. Ahí se ve que nunca tuvo hijos, porque los padres siempre perdonan”. Unas horas antes el ahora DT y ex compañero Miguel Muñoz no lo había tenido en cuenta en la lista de concentrados. Se terminaba un ciclo. Era 1964. Hasta 1966 jugaría en el Real Deportivo Español.

Si alguna vez un viejo batallador, de esos que fuman y añoran el pasado, les dice que Di Stefáno fue mejor que Maradona y Messi, díganle que sí. Que tienen razón. Y sepan que Di Stéfano bien ganado tiene su lugar en el olimpo del fútbol no sólo argentino sino mundial. A esta altura no importa quién es el mejor.

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