Literatura y deportes
Cómo borrar un pasado en dos minutos
por Alejandro Duchini
El año 1968 es recibido con euforia en Checoslovaquia. La gente sale a las calles a protestar contra el régimen comunista impuesto por los rusos desde que terminara la Segunda Guerra Mundial. Empiezan los tiempos de lo que la historia conoce como la Guerra Fría. El líder de la revuelta se llama Alexander Dubček. Descendiente de rusos, luchó contra la ocupación nazi. Ahora lucha por un comunismo con tintes socialistas, incluso democrático. Así que desplaza del poder al presidente Antonín Novotný y empieza La Primavera de Praga. Hay más libertades. Entre ellas, la libertad de expresión y la libertad de movimiento. Varios escritores –como el reconocido Milan Kundera– celebran la apertura. Pero el 21 de agosto de ese año se termina la ilusión.
Dicen que al menos 500 mil soldados rusos invadieron el país. Otros suben la cifra: 650 mil. Lo concreto es que los rusos ganan las calles y el poder. Primero el aeropuerto de Praga, después el Palacio Presidencial, luego los medios de comunicación. En diez horas tienen a Praga rodeada. Entonces empiezan los castigos hacia los revoltosos. Entre ellos, el héroe nacional Emil Zatopek.
Conocido como La Locomotora Humana, Zatopek fue el máximo velocista checo. Se destacó como maratonista en los Juegos Olímpicos de Londres ‘48 (medalla de oro en los 10.000 metros), pero alcanzó el cielo en los de Helsinki ‘52, cuando se quedó con el oro de los 5.000 y 10.000 metros, además del de maratón. Su fama trascendió el país. Aún hoy se lo considera entre los atletas más importantes de la historia. Después siguió ganando. No paraba de mejorar los tiempos. Dieciocho plusmarcas mundiales. Cambió la forma de entrenar: según él, los entrenamientos debían ser lo suficientemente duros como para que, en comparación, la carrera sea placentera. Cuando corría, su rostro reflejaba dolor, sufrimiento. Sus movimientos eran raros: movía los brazos hacia los lados y arriba y abajo.
El comunismo aprovechó su imagen. Integrante del ejército checo en los años 40, Zatopek fue ascendido a coronel a fines de los 50, cuando se retiró del atletismo. También estaba a cargo del ministerio de Deportes. Pero lo degradaron por su apoyo a Dubček. De hecho, es uno de los oradores en la revuelta que tiene epicentro en la plaza Wenceslao. Ante la multitud convoca a los invasores a una tregua. Al día siguiente le dan la baja en el ejército, le quitan el ministerio, lo echan del Partido y le prohíben la vida pública.
Cerca de un millón de comunistas “disidentes” quedan en sus mismas condiciones. Algunos se escapan del país. A Zatopek lo mandan a trabajar a las minas de uranio de Jáchymov, en la frontera con Alemania. Trabajo insalubre, sin medidas de seguridad. Polvo y gases tóxicos. “El viento difunde por todas partes partículas radiactivas al tiempo que el agua se infiltra en las capas freáticas y los arroyos, contaminando la fauna, la flora y a las personas”, cuenta el escritor francés Jean Echenoz en Correr, su biografía sobre Zatopek. Libro imperdible para quienes quieran conocer a un deportista más allá del deporte. En esas minas, el ahora ex atleta trabaja durante seis años. Después el régimen decide “ascenderlo” a basurero, y puede volver a trabajar y vivir en su Praga natal.
“No ha habido en el mundo basurero tan aclamado”, escribe Echenoz en alusión a los aplausos de los vecinos cada vez que lo ven correr detrás del camión. Si la idea es humillarlo, no lo consiguen. Las autoridades deciden sacarlo del puesto y en cada nuevo trabajo sucede lo mismo. Hasta que lo mandan al campo, donde presumen que -aislado- nadie sabrá de él. Su misión es cavar pozos para que se coloquen postes telegráficos.
Es en los tiempos del campo cuando a Zatopek le acercan un documento que debe firmar para cambiarle su pasado. Asume sus errores. Que se equivocó al apoyar a los contrarrevolucionarios y a los “revisionistas burgueses”. También firma que está muy satisfecho con su situación y contento con su vida particular, y que jamás trabajó como basurero. Hay más: nunca lo degradaron. Hasta acepta que no necesita cobrar su retiro como coronel. Escribe Echenoz: “Firma su autocrítica, qué otra cosa va a hacer para vivir en paz. Firma y, poco después, recibe el perdón. Se ha acabado el purgatorio. Le asignan un puesto, en Praga, en el sótano del Centro de Información de los Deportes”.
A Dubček no le fue mejor. Lo arrestaron –el término correcto es “secuestrado”–, lo mandaron a Rusia a rendir cuentas y lo devolvieron a Praga a trabajar como jardinero. Recién en 1974 se sabrá de él, cuando firma un documento criticando al gobierno checo. Vive vigilado hasta que en 1989 la gente sale a las calles a pedir por él. Asume como presidente del parlamento y pasa a la historia como uno de los impulsores de los cambios sociales en el país. El 1 de septiembre de 1992, cuando su nombre sonaba para la presidencia de Eslovaquia tras la división de Checoslovaquia en dos países independientes -República Checa y República Eslovaca-, el auto en el que viajaba con su chofer cayó en un terraplén. Con graves heridas en la columna vertebral, cadera y costillas, Dubček falleció en un hospital de Praga el 7 de noviembre de 1992. La historia le guarda un lugar de privilegio.
Zatopek tenía 78 años cuando murió, el 21 de noviembre de 2000, en Praga. Al final, no hubo documento ni presión que haya podido cambiar su pasado. Lo velaron en el Teatro Nacional de Praga con honores de jefe de Estado. Hasta tuvo un libro como el de Echenoz, que le hace justicia. El ya mencionado Kundera escribió una novela formidable sobre la vida en aquella Praga. Se titula La insoportable levedad del ser y en uno de sus párrafos se lee: “No tenía la seguridad de estar actuando correctamente, pero tenía la seguridad de estar actuando tal como quería actuar”.