Literatura y deportes
Caín y Abel fabrican ropa deportiva
por Alejandro Duchini
Estamos en 1969 y Sport Illustrated publica una imagen icónica hecha por el fotógrafo Walter Looss Jr., conocido como “el poeta de los deportes”. Junto a una piscina, en Miami, Joe Namath, bronceado, sonrisa canchera acorde a su condición de sex symbol y en malla, vaticina que su equipo, los New York Jets, ganarán la final del Súper Bowl III. Lo dice con una seguridad que asombra: “Vamos a ganar, lo garantizo”. Está en una reposera, relajado, rodeado por periodistas y algún fan. Los Jets representaban a la AFL (American Football League). Del otro lado estaban los Baltimore Colts, de la NFL (National Football League), muy superiores en todo sentido.
Las palabras de Namath (Joseph William Namath, su nombre completo) no cayeron del todo bien. Namath era de esos deportistas que dividen aguas. Se lo odiaba o se lo amaba. Figura del momento, no era el ejemplo de conducta que suele reclamarse. Salía de noche, era excéntrico, algunos lo imitaban y otros y otras querían acostarse con él. Para colmo, era charlatán. Y cuando anunció el triunfo de los Jets se lo atacó por soberbio. Pero tuvo razón: ganaron por 16 a 7 y él fue premiado como el mejor jugador del partido.
Hablamos de una época en la que los deportistas no eran millonarios. La plata se la llevaban las empresas que trabajaban con el deporte y no quienes transpiraban la camiseta. Claro que había excepciones. Y Namath era una. En 1965, cuando firmó para los Jets, arregló un contrato de 427 mil dólares. Hoy, 427 mil dólares son casi un vuelto para las grandes figuras. Pero en esos tiempos era una millonada.
La gente de la firma Puma estaba al tanto de lo que representaba en ventas una buena figura. Namath les encajaba justo. Así que llegaron a un acuerdo: 25 mil dólares por año (suma irrisoria para los números que se manejan hoy) y 25 centavos de dólar por cada par vendido del llamativo modelo de botines blancos que él usaba. Ni a Puma ni a Namath les importaba que ese color de calzado estuviese prohibido por la liga. Recordemos que por aquellos años el calzado deportivo era de color negro en casi todas las actividades, salvo en el tenis. Namath pagaba la multa que le imponía la AFL y seguía con su vida nocturna como si nada. Andaba con tapados de piel y zapatillas Puma de acá para allá. Lo que pagaba de multas lo recuperaba con avisos de Puma en las revistas que publicaban sus fotos con esa ropa.
Puma quería pisar fuerte en el mercado de los Estados Unidos, copado por Adidas. Los dueños de ambas firmas protagonizaron una historia de odio como pocas. Lo que pasó entre los hermanos Adolf y Rudolf Dassler es archiconocido, pero pocos lo cuentan tan bien como Eugenio Palopoli en su (los hombres que hicieron) La historia de las marcas deportivas, publicado en Argentina por Blatt & Ríos. Palopoli dedica casi 100 páginas de las 415 que componen el libro a esos hermanos alemanes que crecieron con el nazismo y que dejaron un imperio económico y cultural.
Los Dassler, nacidos en la ciudad alemana de Herzogenauach, habían simpatizado con el régimen nazi (Adolf llegó a ser entrenador de las Juventudes Hitlerianas) y cuando los norteamericanos tomaron el poder ellos ya se odiaban. Con el tiempo Adolf –el menor de unos cuantos hermanos– llamaría a su empresa deportiva Addas (después, Adidas) y Rudolf apostaría por el apodo que tenía de chico: Puma. Pero antes, y con ideas innovadoras para un mercado en pañales, fundaron la Fábrica de Zapatos Deportivos Hermanos Dassler en el lavadero de la casa familiar el 1 de julio de 1924. Aprovecharon el entusiasmo generado por los Juegos Olímpicos de París, ese mismo año. Primero se afianzaron en el calzado de fútbol y después apostaron a otros deportes. Rudolf negociaba y Adolf se ganaba a los deportistas. Dicen que para fines de los años ‘20 ambos se enamoraron de mujeres diferentes y que esas mujeres incidieron en el odio entre ellos.
Pero hay más. Se sabe que en el ‘33 los hermanos se afiliaron al partido nazi. Y se sabe que el nazismo promulgó la práctica del deporte como impulsor del cuerpo perfecto. Esto alentó el negocio de la ropa deportiva. Pero el prestigio internacional llegó en los Juegos del 36. Adolf tuvo la genial idea de alcanzarle zapatos de su fábrica a un tal Jesse Owens, de quien sabía que podía ser la figura de la competencia. Owens, de piel negra, sorprendió al mundo al ganar medallas de oro ante la presencia de Hitler, quien bregaba por la superioridad blanca. El tema es que el mundo vio a Owens ganar con los calzados de los Dassler. Desde entonces las ventas se incrementaron de manera rotunda. Acá, hay una diferencia: a Rudolf le gustaba la buena vida: una de las primeras cosas que hizo fue comprarse un Mercedes Benz; Adolf seguía con su viejo Opel y se encerraba en un modesto taller para trabajar en las mejoras de los calzados.
Acá es donde explota el odio entre los hermanos, que no paran de pelearse, igual que el mundo. Alemania invade Polonia y empieza la Segunda Guerra Mundial. Estamos en 1939. La fábrica crece y algunos empleados se van al frente. Faltan obreros y los Dassler son autorizados a tomar prisioneros de guerra rusos. Lanzan modelos de zapatillas con nombres alusivos a la guerra. Blitz (Relámpago, en alusión a una táctica bélica alemana) y Kampf (Lucha). Hasta que en el ‘40 Adolf es convocado a pelear. Poco después será dado de baja, pero siempre le recriminará a su hermano mayor que no se esforzara por utilizar contactos para evitarle el momento. Después vendría la venganza. El convocado sería Rudolf, quien siempre sospechó que el llamado fue propiciado por su hermano. Los alemanes toman la fábrica para armar piezas bélicas. Pero cuando caen, son las fuerzas de ocupación la que entran a la fábrica. Se defendieron como pudieron: llegaron a un acuerdo para hacer zapatillas y guantes de béisbol, el deporte norteamericano por antonomasia. Negocios son negocios. Recién en junio del ‘48 sellarán en los papeles la división de la firma, que a su vez será el sellado del odio definitivo entre Adolf y Rudolf.
Las cosas que hicieron para ratificarse el odio fueron tremendas. Adolf elevó a Adidas al aprovechar el Mundial de Fútbol Suiza 1954. Como hizo antes con Owen, esta vez con el seleccionado alemán, campeón tras ganarle la final al formidable Hungría de Puskas. Adolf se encargó de que el mundo hablase de los tapones intercambiables de los botines Adidas, ideales para jugar en el barro del estadio. Si leen La historia de las marcas deportivas verán que ninguno de los hermanos fue un santo. Todo lo contrario. Aprovecharon cualquier artimaña para crecer y, de ser posible, fundir al otro.
La historia continúa con los herederos, pero tiene un momento particular. Es cuando en 1974 le diagnostican un cáncer terminal a Rudolf, quien intenta juntarse con Adolf. Desde 1948 sólo se habían visto en cuatro breves ocasiones. Adolf se niega, pero accede a una llamada telefónica en la que le dice que está todo bien. Rudolf muere el 27 de octubre y son sus descendientes quienes empiezan una guerra interna por el poder de Puma.
Hoy Adidas y Puma son dos multinacionales con ramificaciones más allá del deporte. Al amigo Joe Namath, en lo económico no le fue tan bien como a esas empresas, pero no se puede quejar. No vende Puma, pero sí su propia ropa a través de su página web. Remeras, buzos y otros elementos que aluden a sus tiempos como referente del deporte y de la noche. Se recuperó del alcoholismo, quedó en la historia grande del deporte norteamericano y hasta participó en un programa de los Simpson, algo a lo que aspira todo ciudadano norteamericano. Ah, otra cosa: en su cuenta de Twitter, @RealJoeNamath combina una foto suya actual con aquella del 69. En ambas sonríe. Canchero.