Lecturas: Botánica sentimental

El léxico familiar entre las grietas de la memoria

por Natalia Brandi

Dios me libre de empezar a escribir una historia desde el principio, decía Clarice Lispector mientras hacía sus anotaciones en un cuaderno, en el dorso de un recibo o de una factura. Notas sueltas que luego reunidas conformarán una novela. En Botánica sentimental, Antonia construye su genealogía, tal como Lispector sus novelas.

Para ello recorre miles de kilómetros hasta llegar a La Silenciada, la casona familiar habitada por las miles de voces familiares. Enfrenta, en soledad, la carencia de cada una de ellas para reiniciarse como persona, aunque no es una jovencita, sino una mujer en la medianía de edad con las suficientes experiencias para detenerse en el tiempo y pensar cómo vivir de ahí en adelante.

Entonces llega hasta la raíz de su origen, que se sostiene a pesar de los terremotos que, sucesivamente, sacudieron a La Silenciada. La tierra, con sus temblores y sus frutos, es un personaje tan vivo como las voces que saldrán a la superficie conforme avance el relato.

Mercedes Araujo, la autora de Botánica sentimental, va tejiendo el sostén en el que se entrelazarán las distintas épocas del clan familiar, dueño de una bodega en Mendoza. La historia va y viene, aleatoria en el tiempo, en una suerte de reloj discontinuo que marca el momento exacto de los años transcurridos en cada comienzo de capítulo. Así van saliendo a la superficie las voces de Marga y Marcel, los padres; de la abuela Memé y su marido Carloncho; y también de Feliciana, Horacio, Chinchilla y de los que no son familia sanguínea pero constituyen los cimientos de La Silenciada.

Araujo construye el relato respetando el discurso del inconsciente que aparece ya como recuerdo, ya como olvido y va labrando la memoria. Le otorga la voz, en la primera persona, a cada personaje y deja que la acción transcurra tanto en presente como en pasado. De este modo el lector se verá envuelto en un caleidoscopio de escenas o retazos de vida, que abarcan doscientos años, narradas por los propios protagonistas a los que la autora les otorga la autonomía del relato. Aunque es Antonia quien convoca a sus antepasados, no hay un narrador expuesto que ordena ni conduce ningún hilo.

Hay una madre que vive con los pies a diez centímetros del suelo y que husmea la tierra agazapada entro los lirios y las achiras y un padre de ojos negros y cuerpo tenso; hay una abuela que explica los misterios del universo con su mirada terrenal, hay una tía abuela que decidió escapar de la tierra y que escribe cartas contando cómo es el mundo más allá de La Silenciada. Hay un cruce de los Andes en un avión de juguete. Una bisabuela que tolera un marido tan arrobado por Mecha Ortiz y el cine que cambia la fisonomía de la finca por perseguir una ilusión. 

Y está María. El personaje que develará el verdadero génesis de esta historia en la que el pulso lo marca el devenir pero también, y más aún, el latir de la naturaleza que puede derrumbar en un instante cualquier certeza. La prosa tiene un ritmo muy particular, un tono acompasado y delicioso y  una textura que dota de piel a las plantas, de palabras a las montañas y de savia y cuero a las personas.

Mercedes Araujo tiene la generosidad de presentarnos a Antonia y luego correrse a un lado, dejar que el espacio abandonado de La Silenciada resurja con sus montañas, su cielo, sus vides; los gestos, las frases y las acciones de los humanos que la fueron habitando y que están ahí esperando para ser futuro. 

Abrir chat
Hola, ¿En que te puedo ayudar?
Hola 👋 soy colaborador de Fundación La Balandra 😊 Mi nombre es Milton. ¿En qué te puedo ayudar?