Lecturas: Irse yendo
Una obra en construcción
Por Marcos Urdapilleta
Leonor Courtoisie es uruguaya. Escribe, actúa y coordina el sello editorial Salvadora. Su trabajo como dramaturga le valió no pocos reconocimientos: Courtoisie es miembro del Directors LAB del Lincoln Center Theater de Nueva York, trabajó con el elenco estable de la Comedia Nacional de Montevideo y obtuvo el Premio Molière a la creación teatral, además del Premio Nacional de Literatura en Dramaturgia Inédita. Cuando responde entrevistas a la prensa argentina o uruguaya, habla sin afectación, aunque a menudo lo haga anclada en un registro metafórico. Habla sobre gentrificación, desmitifica ciertos lugares comunes en torno a la depresión (menciona, además, que su país es el de mayor índice de suicidios en América Latina) y también en torno a la escritura. Todos temas que aparecen en Irse yendo, su primera novela, que editó durante la pandemia la editorial española Continta me tienes y que después publicó, en Uruguay, Criatura Editora.
La protagonista de la novela es una actriz de treinta años que narra en primera persona cómo vive en la que había sido la casa de su abuela junto a su madre y su hermano, ambos deprimidos. El relato comienza con la necesidad de talar un árbol, un gomero desbocado cuyas raíces ya levantan las baldosas del piso. “Dice mi madre que si no cortamos el árbol se mata. Hay demasiada humedad, eso la deprime”: en estas primeras líneas está el tono de la novela. Por supuesto la narración crece, por momentos exhibe una angustia que en general permanece latente, a veces alcanza una comicidad ácida, el tono general del texto es el de ese primer desapego un poco inercial. Enseguida, y para ahuyentar fantasmas propios y ajenos, la protagonista decide montar una obra de teatro en su propia casa –aunque esta casa en la que vive no sea, a su pesar, propia.
Este gesto inicial es lo que pone en movimiento al relato. Y, en cierta forma, pone en movimiento al relato aun antes que al argumento. Irse yendo es la historia de una casa que de a poco se cae a pedazos, de una familia que está hundida en la permanencia y de una actriz que, siendo parte de esa casa y de esa familia, busca su lugar en el mundo en una ciudad que cambia bajo el influjo demoledor del progreso y su renta especulativa. Ya no son solamente la casa o la familia, entonces, lo que se viene abajo: son las casas. Y con las casas –en un país, Uruguay, retratado por lo que quiere y no tiene, un país en el que por poner un caso se consume farándula argentina y no local–, con las casas, decíamos, la ciudad. Es en ese contexto que la protagonista de Irse yendo decide montar una obra. Leído así, este gesto inaugura la mecánica de la narración: la obra es el proceso más o menos caótico de construir una ficción, de construir una casa. El teatro y la vida se vuelven una misma cosa no por barroquismo, no porque el mundo sea representación y engaño, sino porque se piensan y se sienten al mismo nivel: como cosa hecha, como cosa a hacerse, como obra en construcción.
En la novela de Courtoisie, el lector asiste a esta identificación. La novela misma es ese trabajo de identificación. De ahí el título, de ahí toda la indeterminación del título. La protagonista tiene treinta años y vive con su madre y con su hermano: debería, o podría, o quisiera irse yendo. Pero irse así –yendo– es justamente no empezar o no terminar de irse. Ese gerundio (audaz para un título, por otro lado) condensa el pegoteo de una demora que no se asume: cuando el parroquiano o el amante o el amigo dice “me voy yendo” lo dice antes de servirse otra copa, antes de dar un nuevo último beso, antes de cebar otro mate. Por eso la novela de Courtoisie se puede leer como a la deriva, por eso está hecha de digresiones, de idas y venidas justamente. En última instancia, se trata de la elaboración de un duelo, de la búsqueda de una casa propia, de una estructura. “La ciudad”, dice la narradora, “ya no tiene mucho para darnos, deseo estar lejos y escribir. La construcción será la escritura. Esta es mi casa”.
Se ha dicho sobre Irse yendo que está fuertemente anclada en el teatro. Y es cierto que el teatro es un componente medular de la novela, pero lo es en términos temáticos. La prosa de Courtoisie tiene tal vez más de poético que de teatral: por momentos es fuertemente recursiva, trabaja sobre la imagen, explora la metáfora. En sus momentos más altos gana en concisión y se vuelve contundente –“Un paso es un universo que dura un minuto”. En cuanto a la estructura, es probablemente lo primero que llama la atención del lector: como si la escritura fuera exploratoria o como si respondiera a un afán de archivo (o, por qué no, las dos cosas al mismo tiempo), el texto está dividido en pequeños parágrafos titulados: “Aventuras”, “Literatura”, “De provincia”. Esta es una decisión arriesgada, sobre todo si se tiene en cuenta que Irse yendo es una primera novela. La lectura, sin dudas, paga con creces este riesgo.