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Lecturas: Todas las crónicas

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Lecturas: Todas las crónicas

Salvar la vida

por Verónica Abdala

Hermética, enigmática y tajante. La escritora brasileña Clarice Lispector (Ucrania, 1920 – Río de Janeiro 1977) marcó un antes y un después en la literatura brasileña. “Entregarse a pensar es una gran emoción, y solo nos atrevemos a pensar ante alguien cuando la confianza es tan grande que no nos sentimos incómodos al usar, si es necesario, la palabra ‘otro’”, decía.

Fue una excelsa novelista y cuentista, aunque Todas las crónicas (Fondo de Cultura Económica, 2022) reúne otra faceta de su obra: sus ya legendarias columnas periodísticas, publicadas en diversos medios, sobre todo en el Jornal do Brasil, entre 1967 y 1973, donde Clarice consolidó su relación con sus lectores a partir de breves viñetas en las que las situaciones cotidianas y domésticas también alcanzan –como su literatura– una dimensión poética, casi metafísica.

​A esos textos está dedicada la primera parte del libro, mientras que la segunda corresponde a las colaboraciones con otros vehículos de la prensa (periódicos y revistas) y la tercera contiene las crónicas que fueron reunidas en el libro Para no olvidar. A eso, se suman unos 120 artículos inéditos, que aportan una panorámica definitiva de su labor como cronista. Algo para nada menor, considerando que especialistas en su obra estiman que allí puede hallarse el germen de su narrativa.

En las letras, Lispector encontró su verdadera libertad y desdeñó los rótulos que la etiquetaron de exitosa y popular. Pero, además, fue una de las pocas escritoras brasileñas que disponían de su propio espacio en la prensa, lo que le permitió disfrutar de un diálogo con sus lectores cotidianos. En aquella época, Clarice también disfrutaba especialmente de responder las frecuentes expresiones de gratitud de los lectores del diario.

Sus columnas eran deliberadamente redactadas en tono menor, casi conversacional, y eso le regaló una comunidad de interlocutores que también sufrían como padres, tenían amigos, viajaban o se abismaban a menudo en los recuerdos de su infancia”, define, en el prólogo de Todas las crónicas, Marina Colasanti, que relata cómo Lispector llegó a la redacción de Caderno B, en 1967, para comenzar a colaborar, y describe los temas que finalmente desplegaría en sus artículos: la “relación madre-hijo, rebelión contra la resignación, la búsqueda del yo, la trastienda del pensamiento y la transformación de lo cotidiano”.

“Mi puntuación es mi inspiración”, solía decir Clarice, cuando entregaba sus columnas, por eso no admitía que nadie le tocara una coma. Su compromiso con la escritura fue radical: “Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente, mi propia vida”, define en “Un soplo de vida”.

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