Lecturas: El cazador de tatuajes

El cuerpo de la piel

por Germán Viso

El tatuaje es la marca de la ausencia, la caligrafía de lo que se evoca, alude o representa en la imagen inscripta en la epidermis. Un principio del corte estético en líneas de significado, en fin, un texto, la posibilidad de significantes organizados. El orden del deseo, que precisa en la figura el diseño de lo deseado, el contacto con el objeto. Citando a Jean Luc-Nancy podemos decir que “un cuerpo corresponde a la exposición. No sólo que un cuerpo es expuesto, sino que un cuerpo consiste en exponerse. Un cuerpo es ser expuesto”. Y en esta exposición, el riesgo de cesar en la mirada del otro, en el efímero rastro de la proyección corporal en la retina digital, parece conjurarse en la configuración de las pieles tatuadas.

El cazador de tatuajes es la primera parte de la trilogía oscura de Juvenal Acosta, junto a Terciopelo negro y La hora ciega, e integra la saga llamada “Vidas menores”, del autor nacido en México pero que vivió un tiempo en Argentina antes de radicarse definitivamente en Estados Unidos, título reeditado este año por Tusquets en su colección Andanzas. Gran parte de la novela va a girar en torno al recuento de las relaciones con cuatro mujeres que habrían dejado un surco indeleble en la sensibilidad del narrador.

El protagonista, un profesor y escritor desfalleciente, yace inmóvil en una cama de hospital registrando los sonidos que aparecen y desaparecen. La conciencia, como un hilo lúcido, atraviesa la memoria y la articula con el presente. Un ahora derruido asoma entre las formas efímeras que se presentan.  En esta posición precaria, se pierde en el ejercicio de una voluptuosa evocación, e intenta recuperar las formas que sostengan a un cuerpo que vive en un estado crítico, al borde mismo de la existencia. Un umbral cimentado en la voluntad de rememorar un pasado vital será la puerta a la que se abrirá el relato, una suerte de ensayo autobiográfico en el que se revelarán la vida y las reflexiones en torno a las relaciones amorosas.

De los cuatro amores que atraviesan la historia y sostienen la trama, el primero que aparece es el de Marianne, una fotógrafa inglesa con la que nuestro personaje principal coincide en Nueva york y que lo retrata afuera de un concierto de jazz en una conmovedora actitud de completa entrega a la música. El segundo se encarna en Sabine, una mujer de origen argentino marcada por un pasado traumático y que es descripta como: “una catarata de luz, rocío de mayos desprendiéndose del árbol de la noche”. Ella vendrá a resquebrajar el probable equilibrio de erotismo y afectividad construido junto a Marianne. El tercer amor se hallará en tierra mexicana cuando conozca a Constancia, una pintora de Monterrey. El territorio, la lengua y las formas de la seducción parecen redimir del pasado de experiencias desafortunadas vividas en la adolescencia del protagonista. Por último, la mujer que no tiene nombre, luego bautizada como la Condesa, va a condensar la suma de las fantasías más diversas con su cautivadora y fascinante presencia, que también desatara un irreprimible deseo oscuro por coquetear con los extremos de las experiencias sensuales.

Un buen resumen de este relato lo hace el narrador cuando dice:Este es mi flaco imperio: mi memoria luminosa de cuatro mujeres, tres gatos y un cuerpo inservible. Cuatro ciudades eróticas que juntas forman la capital de mi universo confundido: universo de ruina física, harem perdido y hospital.”

La sensualidad campea por las páginas de la novela, tanto en los encuentros cercanos de los cuerpos que se imbrican en las formas de la pasión, como en el deseo proyectado en la tela del recuerdo. Diversas las posturas que inauguran inéditas perspectivas, así como los sujetos que las atraviesan. Un recorrido por el itinerario existencial de una vida rica en sensaciones se plasma en estas páginas.

Y al final el principio, la piel, el órgano que nos sacude en sensación de contacto, una extensión en tensión cuyos signos se dan entre el roce y el corte, es la superficie sobre la que se inscribe El cazador de tatuajes. El palimpsesto orgánico de grafías múltiples es continente y límite de las posibilidades de la experiencia, exhibe el espacio en el que los trazos personales pueden conformar una historia intensa.

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