Lecturas: Cielos de Córdoba

La orilla filosa entre la adolescencia y la niñez

por Natalia Brandi

Tino vive en las sierras cordobesas, tiene once años y pasa los días entre las visitas a su madre, que está internada en el hospital, y su casa, en donde funciona un museo de ovnis, obsesión de su padre. 

La historia empieza con una voz que tal vez no volvamos a escuchar en todo el relato, luego continúa con el recorrido de Tino por ese hospital laberíntico entre galerías y pasillos, guiado por las tuberías oxidadas de los techos, como si fueran las vísceras de un animal extinto. Pasa por la sala de partos, la terapia intensiva, saluda a las enfermeras y a las secretarias de la administración. También visita a Alcira, una mujer ciega que escucha tangos abrazada a una radio y adora a Perón:

“Alcira posó sus labios sobre los labios de Perón y lo besó. Se quedó un instante ahí, muy quieta, la respiración suspendida. Después, retiró un poco la cabeza hacia atrás. Sobre los labios apretados de Perón había quedado un pequeño rastro de saliva, que brillaba en la luz”.

En el hospital también conoce a Mónica, una chica rubia que está sola en una habitación con la mirada fija en el cielo raso y “los dedos… largos y extraños, se crispaban hacia adentro como las patitas de una araña muerta”.

En ese universo hospitalario Tino establece sus vínculos, o lo más parecido a ellos. Luego camina hasta la casa. Llega, rodea la “estatua de fibra de vidrio a tamaño natural de Xicton Bethas, el Comandante Supremo de la Confederación Intergaláctica sobre el Planeta Tierra” que antecede la entrada al Museo. Casi todo el tiempo está solo, prende la tele y se prepara la comida, con lo que encuentra en la heladera, para él y para su papá, que se pasa la noche fumando en un sillón instalado en la playa de estacionamiento a cielo abierto, esperando algún avistaje.

Tino también va a la escuela, se sienta en el primer banco y desde allí escucha las risas de sus compañeros en los bancos de atrás, los mismos que juegan al fútbol en el recreo mientras él los mira cerca del arco. En las horas de plástica los chicos hacen una encuesta y es así como Tino empieza a hablar con Omar, el chico más fuerte del grado, que lo invita a ir al río.

Esta novela breve, de apenas ochenta páginas, fue publicada originalmente en el 2011, reeditada por Eterna Cadencia. Falco demuestra aquí por primera vez, y luego lo confirma con Los Llanos (Anagrama 2021), que es un excelente novelista además de un gran cuentista. Cielos de Córdoba se escurre entre los bordes de cualquier género. ¿Cuento largo o novela breve, novela de iniciación, de aprendizaje? 

Ya lo dijo Hebe Uhart: Falco tiene la virtud de volver rara cualquier cosa corriente”. Se detiene en la contemplación casi meditativa de los detalles imperceptibles, pero se contiene de conceptualizarlos, confía en la fuerza de aquellas imágenes que decide mostrar y en las palabras que omite. El silencio de los personajes es tan contundente como el de la montaña y el deseo, tan irrefrenable como el río.

Cielos de Córdoba viene a demostrar la capacidad que tienen ciertas lecturas, las que serán clásicos, de resignificarse. Si en 2011 leímos esta historia lacónica y poética sobre la soledad de un niño que entra en la adolescencia, en el 2022 la releemos como el despertar brutal y solitario del deseo. 

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