Lecturas: Los malos adioses

Esas equívocas e indeseadas despedidas

por Hernán Carbonel

Quienes hayan leído Cuando deje llover (novela finalista del primer Premio Clarín, editada finalmente por Modesto Rimba) sabrán del arduo trabajo de Adriana Romano con el lenguaje, de su prosa precisa, del notorio afán por la corrección y la búsqueda de la palabra justa. La publicación de los cuentos de Los malos adioses (Dualidad, 2021) va por la misma senda, si bien se trata de otro género. Muchos de ellos se han macerados bajo los tibios soles o las fuertes tormentas del tiempo, y lo que nos deja cada uno de ellos al terminar de leerlos da fe de esa maceración.

“La inundación”, que fuera premio Itaú, una narración en presente ambientada en un escenario rural casi apocalíptico, que trabaja con la angustia al poner una vida en juego. “Aprieto una estrella”, donde se entrecruzan nazismo, inmigración, viajes, Praga, Inglaterra, un pueblito de la provincia de Buenos Aires, la emancipación femenina, una larga reparación histórica y diferentes personas en un mismo cuerpo en distintas épocas. Si Borges escribió en “La forma de la espada” que “yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres”, aquí el sujeto debe ser reemplazado por mujeres.

El suicidio de una mujer en el baño de un bar en “Por algún lado hay que salir”, narrado desde serie de voces que recuerdan al “sostiene Pereyra”. La pareja de “Río Unión”, siempre a punto de desintegrarse en esas vacaciones rumbo al sur, pareja que compite, se deshonra y se desprecia, como La guerra de los Rose pero sin paso de comedia, donde lo central es la humillación y la violencia de género. La misma violencia, latente y explicita, de “Camión”, en la que otra vez se hace presente el maltrato, ahora en raid por una ruta desierta a partir de una infidelidad. El relato que da título al libro, la mejor estampa de cómo esas equívocas o indeseadas despedidas marcan el presente y el futuro de unos y de otras. O el último de los cuentos, “Para que empiece todo de nuevo”, para que desde el final todo vuelva a empezar.

Romano trabaja con lo soterrado, lo aludido o eludido algunas veces, y en otras lo hace desde lo explícito, poniendo en primer plano el tono, el ritmo, la respiración del texto, donde conviven lo poético y lo realista, y hasta el doble sentido de aquello que viene a proponernos los títulos de los cuentos. Como si de Los amores difíciles de Ítalo Calvino se tratase, el magistral manejo de la tensión expone los pesares, dolores, negaciones, libertades, alegrías fugaces y condenas de esos personajes, para dejarlos tan desnudos y humanos como al lector mismo al mimetizarse con ellos.

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