Cuestiones de oficio

Sobre el final de dos cuentos de Abelardo Castillo

por Mauricio Koch

Tomemos dos de los más célebres cuentos de Castillo, “La madre de Ernesto” y “Patrón. El primero, seguido de cerca por “Conejo” y “El candelabro de plata” –los tres incluidos en Las otras puertas–, es sin dudas su relato más recordado, comentado y publicado en antologías. El segundo, “Patrón”, es también un clásico dentro de su producción, y está incluido en Cuentos crueles, el segundo tomo de Los mundos reales.

Voy a citar sólo los párrafos finales de los dos cuentos, y luego nos detendremos en ciertas cuestiones formales para ver si podemos descubrir o al menos vislumbrar cómo está hecho este mecanismo narrativo que tanto nos fascina. Y de paso, pensar también en la tradición del relato breve en la que se inscriben dichos finales.

I

La madre de Ernesto

“Alcanzó a dar dos pasos: nada más que dos. Porque ella entonces nos miró de lleno, y él, de golpe, se detuvo. Se detuvo quién sabe por qué: de miedo, o de vergüenza tal vez, o de asco. Y ahí se terminó todo. Porque ella nos miraba y yo sabía que, cuando nos mirase, iba a pasar algo. Los tres nos habíamos quedado inmóviles, clavados en el piso; y al vernos así, titubeantes, vaya a saber con qué caras, el rostro de ella se fue transfigurando lenta, gradualmente, hasta adquirir una expresión extraña y terrible. Sí. Porque al principio, durante unos segundos, fue perplejidad o incomprensión. Después no. Después pareció haber entendido oscuramente algo, y nos miró con miedo, desgarrada, interrogante. Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto. 

Cerrándose el deshabillé lo dijo.”

Releo, vuelvo sobre mis viejos subrayados y anotaciones al margen y me deslumbra una vez más el despliegue de recursos y matices que puede haber en un texto. La obsesión de un escritor por dar con la palabra exacta, el énfasis justo, el matiz que dé la medida precisa de lo que se quiere transmitir. La lectura como ventana de acceso a esa búsqueda, y el placer que el lector siente (e intuye que también pudo haber sentido el escritor) al dar con esos hallazgos. Ese diálogo íntimo. Esa pequeña y callada “fiesta secreta”.

Repasemos. 

En principio, hay un uso muy personal de los dos puntos. En esa oración inicial, muchos recurrirían a la coma, pero es evidente que Castillo busca algo más, quiere asegurarse de que el lector entienda que los pasos de la mujer fueron solamente dos, y nada más que dos. Porque el otro recurso que viene ahí, de la mano, son las repeticiones (sin ningún temor) y las enumeraciones (una enumeración de emociones hilvanada por la conjunción “o” y matizada por ese “tal vez”, lo que da cuenta de la necesidad del narrador por tratar de ser muy preciso). 

El brillo de ese adverbio de modo (tan absurda, estúpidamente combatidos muchas veces en los talleres de escritura, pero observen cuánto aporta acá: la diferencia que hay entre “entender algo” y entenderlo “oscuramente” es la misma que hay entre una luciérnaga y un rayo, diría Mark Twain), la inversión sintáctica de la última oración, antecedida por la repetición de los “dijo” (el segundo de esos “dijo” utilizado para introducir una pregunta que no lleva signos de interrogación, pero no porque Castillo se quiera hacer el vanguardista sino porque, como explicó alguna vez, hay preguntas que no son tales sino que a veces son una “afirmación desalentada”). Y además esto: a él, a Ernesto. Esa pausa. Esa coma. ¿Cuánto vale esa pausa, ese instante breve y al mismo tiempo eterno, en el que todo se juega (todo), marcado nada más que por una coma, una coma en la que el mundo se paraliza porque la mujer no puede nombrar, su miedo más grande está suspendido ahí, en esa brevísima e infinita pausa que antecede al nombre de su hijo? 

Y el gesto del final, esa maravilla. Esos momentos que sólo la buena literatura puede darnos.

II 

Patrón

“Cuando Paula entró en el cuarto, el viejo permanecía en la misma actitud, rígido y sentado. Ella lo traía vivo: Antenor pudo escuchar la respiración de su hijo. Paula se acercó. Desde lejos, con los brazos muy extendidos y el cuerpo echado hacia atrás, apartando la cara, ella, dejó al chico sobre las sábanas, junto al viejo, que ahora ya no se reía. Los ojos del hombre y de la mujer se encontraron luego. Fue un segundo: Paula se quedó allí, inmóvil, detenida ante los ojos imperativos de Antenor. Como si hubiera estado esperando aquello, el viejo soltó las correas y tendió el brazo libre hacia la mujer; con el otro se apoyó en la cama, por no aplastar al chico. Sus dedos alcanzaron a rozar la pollera de Paula, pero ella, como si también hubiese estado esperando el ademán, se echó hacia atrás con violencia. Retrocedió unos pasos; arrinconada en un ángulo del cuarto, al principio lo miró con miedo. Después, no. Antenor había quedado grotescamente caído hacia un costado: por no aplastar al chico estuvo a punto de rodar fuera de la cama. El chico comenzó a llorar. El viejo abrió la boca, buscó sentarse y no dio con la correa. Durante un segundo se quedó así, con la boca abierta en un grito inarticulado y feroz, una especie de estertor mudo e impotente, tan salvaje, sin embargo, que de haber podido gritarse habría conmovido la casa hasta los cimientos. Cuando salía del cuarto, Paula volvió la cabeza. Antenor estaba sentado nuevamente: con una mano se aferraba a la correa; con la otra, sostenía a la criatura. Delante de ellos se veía el campo, lejos, hasta el Cerro Patrón. 

Al salir, Paula cerró la puerta con llave; después, antes de atar el sulky, la tiró al aljibe.”

Según el tipo de finales que construye Castillo, ¿dentro de qué tradición se ubicarían estos dos cuentos? ¿Qué pasaría por ejemplo si en el final de Patrón, Paula decidiera tener el bebé y quedarse a cuidar al viejo hasta que muera, odiándolo en silencio, y los lectores nos enteráramos de ese odio a través de su pensamientos? Sería un final posible también, en el que también hay violencia pero esta nunca termina de aflorar. Pertenecería a otra tradición, se inscribiría en lo que Piglia en su Tesis sobre el cuento llama la vertiente moderna, la que viene de Chejov, Sherwood Anderson, Katherine Mansfield, Carver, la que trabaja la tensión sin resolverla nunca. Pero Castillo, si bien en libros posteriores escribió cuentos con finales más abiertos, en esta primera etapa está fuertemente anclado en la tradición clásica, la que viene de Poe, de Quiroga, de su fascinación por Cortázar. Esos son sus precursores, y en esa familia se inscribe. En la variante que acabamos de sugerir como posible también hay tensión y hay conflicto, pero se contaría de un modo más elusivo, menos tenebroso, con un tono más intimista, resignado quizá. Pero seguiría siendo un cuento posible. Ahora: ya no sé qué pasaría si Paula simplemente aceptara lo que le toca y lo vive, sin rebelarse nunca, vive el rol que le imponen, aguanta, soporta las violaciones, tiene al chico y cuida al viejo hasta el final. ¿Qué pasa si lo contamos de esa manera? ¿Es un cuento? Yo diría que no (tendría que verlo escrito, pero a priori diría que no porque no hay lo que llamamos “traslado”, no hay “un movimiento”, no hay ningún cambio en la vida de nadie: la vida siempre fue así y el relato cuenta simplemente lo que es, a modo de copia fiel; entonces ese relato podrá ser un testimonio, una crónica, el reflejo histórico de una época, una pintura, una estampa descriptiva más o menos bien escrita, pero no lo que llamamos un cuento. 

Lo mismo podríamos decir de La madre de Ernesto: ¿qué pasaría si lo que se narra es un grupo de chicos que van a debutar a un prostíbulo de pueblo, pero la mujer con la que están a punto de tener sexo no es la madre de un amigo sino una mujer desconocida que vino de otro lugar y no tiene ningún vínculo con ellos? ¿Hay relato? Es probable. ¿Se puede contar eso? Sí, claro. ¿Aparecen el “pero” o la fisura de las que habla Hebe Uhart en sus clases o la escisión o paradoja de las que habla Piglia en su Tesis sobre el cuento? No. ¿Tiene interés? Lo dudo, aunque todo depende siempre del talento del narrador. ¿Es un cuento literario? No. O, para no ser tan categórico, según lo que hemos tratado de explicar en estas líneas y entendemos nosotros por cuento, no.

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