Literatura y deportes: Vito Dumas

Un solitario contra el olvido

por Alejandro Duchini

tapa del libro El navegante Vito Dumas no tiene el reconocimiento que merece en la historia del deporte argentino. En el ambiente náutico hay quienes por cábala prefieren no mencionarlo. Ese ninguneo no tapa, sin embargo, su grandeza. Su historia puede apreciarse en cientos de fuentes y hasta en libros, pero él la contó en primera persona en dos títulos propios: Solo, rumbo a la cruz del sur y Los cuarenta bramadores (ambos de ediciones Continente). Y como para hacer justicia, más acá en el tiempo, el cineasta Rodolfo Petriz investigó a Dumas y lo plasmó en su documental El navegante solitario

De infancia humilde, Dumas trabajaba para ayudar en la economía familiar. Empezó por la natación, en 1923 marcó un récord de permanencia en el agua y después intentó sin éxito cruzar a nado el Río de la Plata. En Madrid vio cómo los toreros se jugaban la vida en el ruedo: ahí encontró el incentivo para él también jugársela. Invirtió sus pocos pesos en un barco de 1912 abandonado que compró en Francia y salió en 1931 del puerto de Arcachón rumbo a la Argentina. La embarcación, por demás precaria, hacía presumir que moriría en el intento. “Mañana vamos a encontrar restos de maderas”, recuerdan en el documental de Petriz que anunció un testigo. “La elección de ese barco era ilógica para cruzar el Atlántico”, dicen también.

El 13 de abril de 1932, y después de cuatro meses en el Atlántico, Dumas llegó al puerto de Buenos Aires. La experiencia la detalló en Solo, rumbo a la Cruz del Sur. En su otro libro, Los cuarenta bramadores, describió, en cambio, su vuelta al mundo en un barco apenas menos peligroso que el anterior. Ciudad del Cabo, Wellington, Valparaíso, Cabo de Hornos, Mar del Plata y Buenos Aires. Partió el 1 de julio de 1942 desde Montevideo y regresó el 8 de agosto del año siguiente. Estuvo solo en el mar en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Incluso se encontró con buques de guerra y hasta con un submarino. Sólo en el mundo, Dumas reparaba su embarcación en la que ingresaba agua, soportaba la infección de un brazo que se amputaría en alta mar si no mejoraba y soportó hambre y frío. Sobrevivió y se convirtió en héroe. Ambos libros se leen como relatos de aventuras. No se los pierdan.

Su primera embarcación se llamó LEHG; la segunda, LEHG II. Las iniciales son un misterio. Apenas un puñado de personas sabe qué o quiénes se esconden en ellas. Petriz es uno de ellos, pero, pero fiel a la promesa, no lo cuenta. “Cuatro letras arrancadas de cuatro recuerdos”, le dice a Petriz uno de sus entrevistados.

Dumas fue recibido como héroe en Las Palmas, España, y hasta le hicieron una misa. Se temió por su vida en un momento en que no hubo noticias suyas. Cerca de Río Grande do Sul, en Brasil, se durmió y su LEHG quedó varado. Cuando llegó a Buenos Aires también fue recibido de manera heroica. Diego Dumas recuerda que su abuelo nunca estuvo en una buena situación económica. “La competencia de él era superarse a sí mismo”.

El LEHG descansa en el Museo de Transportes de Luján, en la Provincia de Buenos Aires. Ricardo Cufré, su biógrafo, refiere al olvido que sufrió Dumas. “Lo tratan de mufa por envidia. Con su hazaña opacó los festejos del (velero) Ingrid, una embarcación de la clase alta que había logrado lo mismo poco antes. Pero en el Ingrid eran varios y en mejores condiciones. Dumas cruzó el Atlántico en soledad”. El navegante Hernán Álvarez Forn señala que eso de mufa que se le endilgó a Dumas fue “una calumnia gigantesca”.

Otros dicen que los ataques que recibió fueron por su acercamiento al peronismo y su destino fue el mismo que padecieron grandes deportistas argentinos tras su derrocamiento. Juan Domingo Perón le dio el grado militar de Teniente de Navío de la Reserva y lo nombró al frente de la Escuela Náutica Deportiva, desde la que popularizó los deportes náuticos que hasta entonces sólo eran para la élite. Los militares no se lo perdonaron cuando llegaron al poder, en 1955, con Dumas en el Atlántico y con otra embarcación, El Sirio.

“Satanizado” en su momento por la Marina, el LEHG II hoy está en el Museo Naval de Tigre. Fue un barco odiado. El propio Dumas se lo había vendido a la Marina tras su viaje por el mundo. No lo cuidaron. Ícono de nuestra historia, en un accidente el LEHG II naufragó y quedó abandonado en los astilleros Río Santiago. Fue desmantelado y el tiempo lo pudrió. Estaba partido en dos pedazos. “El barco no se encalló a propósito. Lo muy intencionado fue no cuidarlo tras el accidente. Está claro que no hubo intentos de repararlo. Si pasaba más tiempo ese barco se perdía”, me dice Pretiz

En 1972, una foto de su estado recorrió el mundo y originó una campaña para su reparación. Dumas no vio ese desastre. Había fallecido el 28 de marzo de 1965. Vivía en una casa en Vicente López en la que se dedicaba a pintar cuadros que vendía. Tenía por costumbre dormir mirando las estrellas. Nunca pudo recuperarse de la injusticia de ser “mufa”. Su situación económica era ajustada. Se mantenía con la jubilación por el grado militar y las regalías de sus mencionados libros, que se publicaron en distintos idiomas.

Vito marcó hitos a la altura de grandes deportistas a nivel mundial del Siglo XX. Como Edmund Hillary, que fue el primero en escalar el Everest (el 29 de mayo de 1953 llegó a la cima junto a Tenzing Norgay). La vuelta al mundo por los 40 bramadores se consideraba imposible para hacerla en solitario. Más con un barco como el suyo. Tuvieron que transcurrir 25 años para que otro navegante, el británico Francis Chichester, lo lograse.

En Los cuarenta bramadores, Dumas anotó en medio de la mar: “Me pregunto ¿no ha llegado todavía el instante de curar la impresión que produce en mí el verdadero peligro? Pero si llegara éste, posiblemente se insensibilizaría nuestro yo, y ya no podría gozar como hasta ahora de este sport que es frenar fríamente el terror que quiere dominar siempre al ser humano, ante el espectáculo grandioso de la muerte en el océano, bajo la vigilancia del único testigo, Dios”.

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