Literatura y viajes: Ada María Elflein
Cronista de paisajes remotos
por Wenceslao Bottaro
Un eco. Eso son las crónicas de Ada María Elflein. Un eco que viene desde los confines de la Patria a romper la distancia de un siglo de silencio.
En 2018 Los Lápices Editora dio a conocer “Impresiones de viajes”, un libro que reúne las crónicas que Ada María Elflein publicó en el diario La Prensa entre 1913 y 1919. A lo largo de esos años, la autora viajó a diferentes lugares de Argentina y narró esos itinerarios en su columna semanal para motivar a otros, especialmente a las mujeres, a hacer lo mismo.
Ada María Elflein consideraba que su labor como periodista de viajes era “una manera, y no la menos eficaz, de servir a la patria”. Sus crónicas viajeras invitan a conocer los escenarios históricos de la gesta patriótica y libertaria, revelan la geografía y la naturaleza de un país que crece y se desarrolla, y también representan un vínculo entre la inmensidad del territorio nacional y los habitantes de la ciudad de Buenos Aires. No se puede amar aquello que no se conoce, pensaba, que consideraba a la distancia como “una enfermedad atrofiadora de los órganos sociales”.
Contra ello, sus crónicas funcionan como un antídoto sanador. Los relatos de sus andanzas por lugares desconocidos y lejanos inoculan trocitos de país en el espíritu patriótico del pueblo, el mismo espíritu que ella comparte y que intenta contagiar. Elflein comparte también la visión dominante de la época, positivista y civilizatoria. Tiene fe y esperanza en el progreso. Cree en la capacidad de las personas para superar las dificultades y obstáculos que imponen el crecimiento y el desarrollo, el futuro: porque “a todo vencerá y sobre todo triunfará el hombre al final”.
Ada María Elflein, hija de inmigrantes alemanes, nació el 22 de febrero de 1880 en la ciudad de Buenos Aires. Hasta los 10 años recibió en su casa educación en castellano y en la lengua de sus padres. Luego aprendió inglés y francés. Su imaginación fue nutrida con lecturas en varios idiomas, sobre todo leyendas, fábulas y cuentos de hadas nórdicos. A los 12 años escribió su primer cuento, en alemán. A los 15 presentó como trabajo de fin de ciclo la monografía “Paralelismos entre Shakespeare y Goethe”, autores que leía en sus idiomas nativos. Finalmente, estudió magisterio en la Escuela Normal de la Señorita Amstrong y, a los 20 años, ya recibida de bachiller, no quiso seguir una carrera universitaria. Se dedicó a la docencia y a escribir, su gran pasión.
A los 25 años ingresó a La Prensa donde desarrolló una extraordinaria carrera como cuentista y cronista de viajes. Elflein era metódica y disciplinada. Implementaba una rígida organización del tiempo en su vida cotidiana donde la lectura, la escritura, su trabajo en el diario, sus paseos a caballo y el cuidado de las rosas y hortensias de su jardín tenían establecido un tiempo específico cada día. No participaba de los ámbitos sociales y culturales de la élite y tampoco hay registro de que haya tenido una relación afectiva o amorosa. Sin embargo, mantuvo una larga relación con otra mujer, maestra como ella. Según sus propias palabras, se consideraba una persona que “vivía hacia adentro”.
El único momento donde la espontaneidad cobraba algo de protagonismo en su vida era durante los viajes, algo que hacía “animada por el saludable y ardiente deseo, que prima sobre todo otro en mí, de conocer el territorio de mi patria”. Destaca en Elflein su modo de viajar. La actitud y predisposición con la que encara cada nueva aventura. Siempre con espíritu resuelto y alegre, entregada a las dificultades y el peligro de los caminos, a la incomodidad o lo imprevisto.
“Se trata de conocer paisajes que nadie puede divisar desde las ventanillas del tren, ni desde los cojines del automóvil, se trata de ir allá donde sólo llega la mula con su paso uniforme, calmoso y seguro”. Elflein intentaba romper con los “viajes hechos”, esos que llevan al turista de la comodidad de su hogar a la comodidad de un hotel. El primer viaje que realiza para La Prensa es a Mendoza. El objetivo era alcanzar los 3600 metros de la cima del Cerro Pelado, “pero sin someternos a ninguna tiranía de tiempo, ni obedecer a lo que se llama un itinerario. Nuestra posada la señalaríamos en el camino, fijaríamos el campamento donde nos alcanzara la noche, pues en la región que íbamos a visitar no existen poblaciones ni caminos”. Fue pionera y promotora de lo que actualmente llamamos viajes de naturaleza y aventura.
Los viajes que hacía eran extraordinarios para la época. Ya era algo inusual que una mujer escribiese en un diario, y más en La Prensa, y más aún que publicase crónicas de viajes. Además, todos sus viajes los hacía de manera grupal, con mujeres, especialmente maestras y socias del centro Mary O. Graham. Elflein estaba convencida del poder que tenían los viajes para liberar a las mujeres que vivían encerradas en los compartimentos estancos de sus rutinas hogareñas. Para ella, el viaje liberador tenía que ver con “conocer los paisajes no vulgares de la tierra nativa, de vencer el miedo a las incomodidades, de despertar y templar las energías y las fuerzas”. Durante los viajes, sostiene Elflein, el cuerpo y el espíritu van absorbiendo la influencia benéfica de la geografía y la naturaleza de la patria, y así “el alma parece desprenderse de todo sentimiento deleznable”.
Las crónicas recopiladas en “Impresiones de Viajes” incluyen también sus viajes realizados a Tucumán, Salta y Jujuy, a la Patagonia y a San Luis y Córdoba. Elflein viaja para vencer la distancia y acercar las maravillas naturales del país a sus lectores porteños, pero al mismo tiempo se percibe en sus crónicas un incontenible goce por vivenciar experiencias lejos, geográfica y culturalmente, del centro de atracción de Buenos Aires.
Su escritura está impregnada de un romanticismo frondoso, de emoción épica y solemne, pero también de fantasía. Sus crónicas están envueltas en una atmósfera de leyenda antigua. Utiliza un vocabulario amplio que enriquece visualmente las descripciones de paisajes naturales. Adjetiva con gran precisión y hay algo musical en el estilo. Como en una obra musical los instrumentos van entrando a su tiempo para componer la melodía final, así las descripciones van creando la imagen final a través de capas que se superponen. En la montaña, la selva o la estepa supera con maestría el desafío de describir una y otra vez un paisaje conformado por los mismos elementos, múltiples variaciones de lo mismo.
Elflein no considera al paisaje como algo externo al que ve, sino todo lo contrario: como cronista, y con plena conciencia de ello, asume que quien mira y transita el territorio nacional es parte de la naturaleza que explora, y busca, al describirlo, generar en el lector empatía con la Patria. Es cierto que comenzó a viajar convencida de la potencia educadora y liberadora de los viajes, pero también es cierto que la naturaleza y la aventura ejercían en ella una gran atracción. Una energía irrefrenable la impulsaba a lanzarse a los caminos. Sin embargo, nunca sabremos qué otras historias podríamos haber leído si una enfermedad no le hubiese puesto punto final a su vida breve e intensa.
Ada María Elflein murió en julio de 1919 en Buenos Aires, en la “casita de la calle Arenales” donde vivió siempre, la misma del jardín de rosas y hortensias. Tenía 39 años. Hasta el último minuto que permaneció en este mundo estuvo junto a ella Mary Kenny, su inseparable compañera de vida.