Los modos de encierro

por Vicente Battista

Vicente BattistaA comienzos del 1600, Miguel de Cervantes Saavedra se ganaba el sustento como recaudador de impuestos bajo el reinado de Felipe III. En 1605 estuvo preso en la Real Cárcel de Sevilla, por ciertas dudas en la recaudación; fue una pena leve: tres meses. Durante ese tiempo, tal como confesara el propio Cervantes, comenzó la escritura de “Don Quijote”. Se sabe que el Marqués de Sade a lo largo de su vida transitó por diversas cárceles y distintos manicomios, ciertamente, la mayoría de sus libros tuvo que haberlos escrito entre los muros de la Bastilla y los del manicomio de Charenton. En 1897, Oscar Wilde fue encerrado en la prisión de Reading, allí concibió un desgarrador poema y un libro esencial: De Profundis. Miguel Hernández, por su condición de republicano, en 1938 fue encerrado en el penal de Alicante, murió ahí tres años más tarde, en ese tiempo forjó su bellísimo Cancionero y su inigualable Romancero de Ausencia. En 1944 el tribunal de justicia de Francia envió a Jean Genet a la prisión de Fresnes, en esa cárcel escribió Santa María de las Flores.

Estos autores no eligieron el encierro, se lo impusieron. Hubo otros que sí lo eligieron. Pienso en Juan Carlos Onetti: pasó los últimos doce años de su vida encerrado en su departamento de la Avenida América, en Madrid, pienso en Abelardo Castillo, casi a lo largo de una década perseveró en no salir de su casa de la calle Hipólito Irigoyen, en Buenos Aires. Antes de recluirse, Onetti y Castillo ya eran dos nombres esenciales de la literatura en lengua española, durante el encierro compusieron otros textos que confirmaron sus sitios en el canon. 

Hasta la llegada del covid-19 los escritores tenían dos maneras de vivir la reclusión: por propia voluntad o a la fuerza, condenados a cumplir una sentencia. Ahora se incorpora un tercer modo, que se nutre de los dos anteriores: elegir el encierro, aunque ese no sea el deseo del recluso, y permanecer encerrado, a pesar de contar con la libertad de salir cuando mejor le parezca. Día a día necesito caminar por las veredas de Buenos Aires, no precisamente porque tengan “ese no sé qué”, con idéntico entusiasmo caminé las veredas de Barcelona, sino porque se trata de un ejercicio que me ayuda a escribir. Por mi condición de adulto-mayor, a partir del 20 de marzo prescindí de esa buena costumbre, ahora por no salir ni salgo al balcón de casa. En los primeros días pensé que el encierro forzado me llevaría al desasosiego. Para mi sorpresa, sucedió todo lo contrario: comencé a escribir una novela que, doy fe, ni siquiera estaba anotada en mis borradores de futuras historias, creo que la terminaré antes de que, por fin, pueda volver a las veredas de Buenos Aires. 

Ahora que lo pienso, sin que importe que el encierro sea forzado o elegido, los poetas, cuentistas y novelistas cuentan con un remedio eficaz para sobrevivirlo: poner en marcha su escritura, más allá de los resultados.

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