Entrevista: Andrés Neuman

Primera parte

Descentralizar el país del cuerpo

Por Anahí Flores

 

Recentralizar el país del cuerpoHace poco recibí un ejemplar de Anatomía sensible, de Andrés Neuman, publicado por Páginas de Espuma en el 2020. Luego de leerlo y releerlo, me junté con su autor a conversar por Zoom. Charlamos del libro, pero también de cómo empezó a escribir y de qué tal lo trató el aislamiento producto del Covid-19. Hoy transcribo la parte de la conversación sobre su nuevo libro y dejo el resto para una próxima entrega.

—Quiero decirte, Andrés, que me encantó Anatomía sensible, un libro que expone el hartazgo por los filtros, el photoshop, las poses falsas, asuntos que están tan presentes en las redes sociales (casualmente o no, vos no usás ni Facebook ni Instagram). Mi ejemplar quedó con muchos subrayados.

—Qué lindo, ¿no? Que un texto sobre las marcas quede marcado… hiciste un cuerpo del libro. 

—En especial me detuve, mientras iba leyéndolo, en los textos sobre las partes del cuerpo que parecen olvidadas, como el codo o el párpado. 

—Es que estamos en un momento de neoplatonización del cuerpo muy peligroso, muy limitante y muy opresivo. Esto no tiene nada que ver con la cualidad intrínseca de las redes sociales, está a la vista que no son ni buenas ni malas, ni inteligentes ni tontas: fueron la mayor plataforma y soporte de Trump y ahora son quienes silencian a Trump. Son una herramienta que se puede utilizar con todo el talento y la monstruosidad que la sociedad humana detenta. No creo que esto sea un problema de las redes sociales en sí, no soy tan ingenuo, pero dado el uso generalizado y esta especie como de apropiación que el mercado cosmético ha hecho de las redes y viceversa, estamos en un momento de neoplatonización del cuerpo muy exacerbado por el uso —además hoy en día obligatorio, pandémicamente hablando— de las redes. Esto no es nuevo, ni es de la pandemia, ni siquiera es de las redes. Que el canon del cuerpo es opresivo y que además es patriarcal es una cosa del inicio de los tiempos. Pero los posteos filtrados y photoshopeados, y las herramientas mediante las cuales la publicidad refinó sus maneras de manipular el cuerpo, esa especie de cirugía diaria mercantil a la que se somete el cuerpo, por un lado, y luego el barrido de la presencia analógica real en el último año de nuestras vidas, causaron una inflexión más fatal. Todo esto me lleva a plantearme que el libro salió de la sensación de náusea, de hartazgo, ante el bombardeo de cuerpos perfectos o presuntamente perfectos que nos rodea y que va poco a poco borrando nuestro cuerpo real. O sea, este bombardeo tiene distintas derivaciones, todas atroces. Desde la más íntima a la más literaria. Es decir, por un lado está la relación entre los trastornos alimentarios, los problemas de autoimagen y este bombardeo del que hablamos, eso es algo que está más que estudiado. Pero además, eso poco a poco va generando un empobrecimiento del imaginario, nos va costando imaginar el cuerpo en toda su diversidad. Si estamos todo el día expuestos a imágenes canónicas, cuando cerramos los ojos no vemos otra cosa. Ya no es solamente tu relación cruel con el propio cuerpo y con el de los demás sino también la relación con la imaginación del cuerpo. Y por ahí llegamos a un arte empobrecido donde la ficción sobre los cuerpos y la narrativa sobre los cuerpos se ven brutalmente restringidas por ese imaginario heteropatriarcal y brutalmente opresivo. Entonces, esto ¿en qué derivó? Si vos te acordás, mis libros siempre tenían momentos, escenas…

… con cuerpos imperfectos.

—Claro, y esto era una constante de la que yo no era tan consciente hasta que escribí este libro. Podría dar mil ejemplos de detalles o elementos de los libros anteriores donde había una especie de incomodidad con el cuerpo canónico y una necesidad de reescribir de otra manera la presencia física de mis personajes. Entonces me di cuenta de que quería escribir un libro pura y exclusivamente sobre eso. 

—Y ahí llegamos a la idea del catálogo.

—Sí, del cuerpario: así como hay bestiarios, este es un cuerpario.

—Cuerpario, me encanta esa palabra… pero no la pusiste en el libro.

—No, para nada, es que me di cuenta después. Entonces, describir un cuerpario donde se celebrase todo eso que no está en el canon físico, escribir un catálogo de cicatrices, un elogio de la estría, un poema al pliegue, un elogio de la gordura y sobre todo una defensa poética del envejecimiento del cuerpo. Tratar de invertir la escala de valores con la que nos educan. Hay una sátira del cuerpo canónico o perfecto por un lado, la idea de que el cuerpo canónico borra, invisibiliza al cuerpo real y por lo tanto hace falta reescribirlo, devolverlo al lenguaje; por otro lado hay un elogio poético de los cuerpos reales y hay entonces como consecuencia lo que vos dijiste al principio: me interesaba mucho tomar los lugares por los que siempre transcurre la tensión erótica y el deseo visual en las narraciones del cuerpo —que son tres o cuatro lugares, como si el cuerpo fuera un libro y siempre estuviéramos releyendo las mismas tres o cuatro páginas; si pensamos en el gran libro del cuerpo, no hay más que unos pocos capítulos recurrentes—, entonces pensaba: puedo tomar esas zonas del cuerpo y tratar de deshacer mi propia educación estética, mirarlas al contrario de como me enseñan. O sea: desacralizar el centro y tratar de dedicarle una atención desmesurada a la periferia del cuerpo que no tiene una bibliografía a su favor, que es poéticamente casi invisible. Nadie nos dijo qué linda sien tenés, difícilmente los párpados de alguien sean el centro de atención, ni qué hablar unos talones ásperos. ¿Cuántos poemas de amor hay a eso? ¿Cuántos momentos de honesta belleza hay en películas o novelas que hayamos visto o leído, sobre las estrías de la maternidad? Es raro, porque un porcentaje muy alto de mujeres han tenido hijos a lo largo de su vida. Muy bien para las que no tuvieron pero, digo: es una experiencia común para las mujeres tener hijos y para los hombres asistir, y sin embargo ese silencio es un photoshop. De pronto me estoy dando cuenta de que hay silencios que tienen que ver con el patriarcado y con una forma insistente de ver el cuerpo que impide que haya ocasión de poetizar ciertos lugares. En los poemas hay muchas menciones a las piernas, a los pechos, pero casualmente las estrías preparto y posparto no, no generaron poemas. Es algo sospechoso que una experiencia tan fuerte como la de esas estrías, que es tan marcante, tan profundamente bella en un lugar y tan impactante sensorialmente en otro, no nos haya generado los suficientes poemas, ¿cómo puede ser eso? De pronto la barriga que casi todo caballero termina transportando, tampoco generó poemas. En las películas no aparecen los pelos en el ombligo, ¿por qué? Hay un montón de silencios heredados, de una costumbre de mirar que se convierte en una especie de parálisis poética. Entonces, poco a poco me fui dando cuenta de que el juego del libro era exagerar la importancia de esos rincones desatendidos y bajarle el volumen a lo que ya sabemos sobre el cuerpo. 

—Y así llegamos a cómo ordenar todo eso dentro de un libro. Me pareció acertado el recorrido no lineal que elegiste: de la piel al alma, haciendo desvíos en el medio hacia aquí y hacia allá. No me hubiera esperado de vos que fuera de los pies a la cabeza o a la inversa.

—Es que me pareció que si era un libro que trataba de algún modo de parodiar el canon, había algo contradictorio en respetar el orden lineal con que podríamos mirar un cuerpo. Entonces le busqué algún otro orden y se me ocurrieron esos dos, que también nos pueden llevar a la pregunta de cómo organizamos los libros de poemas, de cuentos o de piezas breves en general: le doy un relato obvio, por ejemplo desde que el personaje se levanta hasta que se acuesta, o desde que está en la casa hasta que sale, o le doy un recorrido más simbólico, más de clave interna y que no es lineal. Y a mí se me ocurrieron dos maneras, por un lado lo que vos dijiste, de lo más tangible a lo más inmaterial, y por otro lado por zonas, por regiones. Porque si te vas al desorden total, lo que generás no es una narrativa alternativa sino el caos. Entonces el libro tiene zonas: las extremidades superiores (brazos, codos, manos, dedos), pero después cambiás de tema y te vas, ponele, a la zona del vientre, o amagás con empezar por arriba, por la cabeza, por el cabello, pero después no seguís con la boca, con la nariz, sino que te vas a los pies. Trabajé en zonas que permitieran una cierta coherencia interna, pero buscando que esas zonas no aparecieran en su orden natural. Era algo como decentralizar el país del cuerpo y recorrerlo por regiones pero no rigurosamente de norte a sur, de este a oeste…

—Lo federalizaste.

—Sí, algo así, debe ser porque como ahora vivo en una ciudad de provincias, la idea de lo capital en sus dos sentidos me molesta más que antes. Mirá que yo nací en una capital. Y aquí merece recordar que lo capital es justamente lo de la cabeza.Recentralizar el país del cuerpo

—Bueno, creo que tengo material de sobra. Muchísimas gracias, Andrés. Sabés que mientras hablábamos —y esto ya queda fuera de la entrevista—, me acordé de una vez que hicieron una exposición de fotos mías, de desnudo artístico, en Portugal. Y me acuerdo de estar frente a las fotos expuestas y mirar una en la que mi panza estaba en primer plano y pensar “esta no soy yo”. Lo que pasaba era que antes de imprimir la foto en papel se habían tomado la libertad de borrarme un lunar bastante grande que tengo a la altura del ombligo. Lunar que, dicho sea de paso, a mí me gusta. 

—Ah, no, disculpame pero esto tiene que formar parte de la entrevista. Esto que vos me decís me parece importantísimo, tiene un montón que ver con la ideología del libro. Para mí, lo que el photoshop elimina la poesía lo ilumina. Y una de las cosas que fui pensando mientras escribía el libro era que la memoria histórica del cuerpo está siendo amenazada por el photoshopeo hasta niveles que cuestionan nuestra propia identidad. Precisamente el libro imagina el cuerpo como un texto en que las inscripciones más importantes son eso que borra el photoshop: arrugas, lunares, cicatrices, estrías. Esas serían las inscripciones del cuerpo. Entonces si vos las borrás, lo que hacés es atentar contra la narrativa de tu propio cuerpo. La narrativa que transporta el recuerdo de tu vida. No es una cuestión solamente de qué concepto de belleza tenemos, sino también qué concepto de narrativa tenemos. Nuestras arrugas cuentan nuestros años anteriores, transportan nuestra memoria etaria.

—Claro, sacar esas cosas sería hacernos estándar.

—Pero no sólo hacernos estándar para igualarnos a un canon absolutamente pobre y restrictivo, sino también censurar las escrituras del cuerpo, a eso quería llegar. Ese lunar es como una palabra esencial que hay en tu cuerpo que a vos te faltaba al ver esa foto. A mí me gusta pensar que todas las inscripciones que el tiempo y la experiencia le van agregando al cuerpo son riqueza literaria, contenido narrativo, entonces borrarlas no solamente reduce las posibilidades de la belleza sino que te saquea narrativamente. En el fondo, es otra forma de violación. Fijate cómo vos notaste la ausencia de ese lunar que es sólo un pequeño conjunto de poros dentro de un metro y pico de anatomía, y sin embargo lo notaste y te afectó. Qué pasa si ya no sólo photoshopeamos nuestras fotos sino también empezamos a photoshopear nuestro lenguaje y nuestro imaginario en general. Por suerte existe una herramienta ancestral y modernísima llamada escritura que, entre otras, tendría una misión, no menos política, de tratar de establecer una relación dialéctica con eso. O ética, si nos gusta más. Una herramienta de una batalla ético-estética contra eso.

Recentralizar el país del cuerpo

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