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Entrevista: Valentino Cappeloni

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Entrevista: Valentino Cappeloni

“Un escritor es como una antena con un tamiz abajo”

Por Nicolás Hochman

Valentino Cappeloni nació en Mar del Plata en 1992 y actualmente vive en Madrid. Es Licenciado en Artes Audiovisuales por la Universidad Nacional de las Artes. Fue integrante del Congreso Gombrowicz y prejurado en el concurso de novela del Fondo Nacional de las Artes. Participó en antologías como las de audiocuento.com.ar y el Premio Itaú de Cuento Digital. El Museo de la Memoria Humana (su primer libro, compuesto por ocho relatos de ciencia ficción) fue publicado por Orsai, con la que la editorial inauguró su Colección Central, dedicada a autores contemporáneos. Una primera versión del libro obtuvo el Premio Estímulo a la Escritura Todos los tiempos el tiempo. “La ciencia ficción habla del presente a través de las ansiedades, los miedos y las esperanzas que figuramos en el futuro”, dice Cappeloni. Sobre ese libro, y ese género, se centra esta entrevista para Fundación La Balandra.

–¿De qué manera el cine, como espectador primero, como estudiante luego y como director después, marca tu escritura?

–Es difícil juzgar y describir la escritura propia, porque exige verse como si ese que escribiera fuera otro. Creo que puedo decir que estoy muy influenciado por el formato de escritura de guiones, donde lo que importa no es tanto cómo está escrito lo escrito, sino que se pueda ver lo que pasa, y lo que me gusta leer generalmente tiene esa condición, así que un poco busco y un poco me sale una escritura que resulta muy visual en la imaginación de quien lee, con la intención de que se olvide de la página en papel y aparezca esa «película» en su cabeza. Las imágenes tienen un poder muy potente, ejercen una dominación peculiar a través de su misterio. También creo que algunos cuentos los escribo por escenas, y que me fijo en la progresión dramática hacia el momento en que se cortan. Así que como espectador de cine he experimentado la fuerza reveladora de la imagen, como estudiante he afinado el ojo para comprender algunas lógicas del montaje y como director trabajé en la importancia del corte.

–¿Por qué elegiste la ciencia ficción y la distopía para contar estas historias?

–La ciencia ficción habla del presente a través de las ansiedades, los miedos y las esperanzas que figuramos en el futuro. Es un método de pensamiento a través de la imaginación especulativa. Eso a mí me divierte muchísimo: esa sensación de que algo te enrosque y te desenrosque el cerebro. Por otro lado, el género es muy plástico y muy amable, te da muchas herramientas y mucha libertad a la vez, y te restringe al pedirte un verosímil. A mí me sirve para estar bien alineadito, no perder la estructura dramática, y dentro de lo posible evitar caer en el narcisismo de escribir algo sobre mí que no le importe a nadie más (aunque caiga inevitablemente en otros narcisismos).

–Hay algo que no es muy propio de estos géneros: trabajás desde la ternura, la inocencia, el amor, y hasta desde la candidez, lo que genera un contraste muy fuerte. Indudablemente hay ahí algo muy personal, pero ¿qué tipo de trabajo formal o estético hiciste para unir una cosa y otra?

–No tengo idea. No fue deliberado. Creo que un escritor es como una especie de antena con un tamiz abajo. El mundo nos atraviesa y algo se queda, nos llama la atención, pensamos que es interesante, que dice algo y que por eso vale la pena «contarlo», es decir, apropiárnoslo y devolverlo con una forma personal (el estilo). Supongo que algunos tendrán más cálculo en este proceso. Yo no. Creo que no podría ni escribir otra cosa ni lo mismo, pero de otra manera. Tiene que ver con quién soy, con lo que me pasó, con lo que me preocupa de la gente y las cosas. Sale así y yo solo intento refinarlo. Supongo que en el momento en que lo escribí, esos temas y perspectivas me atravesaban en particular, aunque también pienso que «inocente» y «cándido» son dos adjetivos que me calzan bien, porque me considero un poco boludo en mi forma de contemplar el mundo. Y sobre la ternura y el amor, bueno, es innegable que en esta época los abordamos con escepticismo. O son esa maqueta superficial y falsa de estética corpo-hippie repulsiva, una cruza monstruosa entre LinkedIn y Nico Andreoli, o algo condenado al fracaso absoluto, de lo que huimos porque nos asusta y desconfiamos. Ni hablar de la postura cool alrededor del cinismo que infesta mucha literatura y cine contemporáneos. Quizás haya sido una resistencia a eso que nos hizo creernos que el amor y la ternura son eso que dice el marketing, y no algo más misterioso que debemos buscar activamente, con lo que debemos comprometernos y por lo que debemos pelear (especialmente contra nosotros mismos), pero que existe y no es una excepción extraordinaria. A fin de cuentas, parece que todo el mundo se siente solo y deprimido y para mí no tiene por qué ser así.

–¿Cómo fue el proceso para que los cuentos llegaran a ser estos que son hoy?

–El primer borrador lo armé para el premio “Todos los tiempos el tiempo”, en 2020. Plena pandemia. Me imaginé que iba a estar lleno de diarios de encierro deprimentes, llenos de impotencia, enfermedad, esas cosas, así que se me ocurrió ofrecer algo distinto, y así llegué a la ciencia ficción. Siempre me había interesado, igual, así que agarré cuentos viejos, adapté algunos que originalmente eran de otro género y escribí otros nuevos. El premio buscaba darle fondos a proyectos no terminados, y por suerte lo gané: me dieron unos tres mil dólares en pesos de ese entonces. Con una parte le pagué a Martín Felipe Castagnet para hacer una clínica individual. Trabajamos un año y fue demencial en el mejor de los sentidos posibles. Los cuentos crecieron, cambiaron, matamos algunos que nos llevaron a otros nuevos. Y así quedó. La mayoría son largos, casi nouvelles. Del borrador original debe quedar un treinta por ciento.

–¿Qué fue lo que te aportó trabajar el libro con un referente del género como él?

–Trabajamos muy intensamente durante un año. Semana a semana teníamos una reunión donde yo iba reescribiendo cuento por cuento. Él leía el día antes, discutíamos, había propuestas, sugerencias, y a escribir de nuevo para la semana siguiente. Martín tiene un ojo muy preciso y técnico, pero lo mejor es el esfuerzo que hace por poner la estructura dramática en primer plano. Eso mantiene el texto tenso, ubicado, sabiendo a dónde hay que ir y por qué. Para eso hay que ser muy honesto y muy estricto. El texto del que se originó “El cuerpo yacente del mundo”, uno de los cuentos, era larguísimo, no funcionaba. Lo reescribí entero, sumándole una historia paralela nueva. Cuarenta páginas. Seguía sin funcionar, pero un personaje que había aparecido era interesante. Así que matamos el texto otra vez y escribí todo de nuevo, centrando el conflicto en ese personaje. Y quedó. O “El museo de la memoria humana”, el cuento que da título al libro, que también lo reescribí desde una idea muy corta que se sugería en una línea sola del texto original. No hay que enamorarse de lo que uno escribe solo porque está escrito, hay que encontrar lo que convoca, lo que brilla. Martín fue clave para orientarme en ese camino y darme ánimos cuando se complicaba.

– ¿Cuáles fueron los libros, series y películas que más influyeron en la escritura del libro?

Exhalación, de Ted Chiang, que me parece el mejor escritor vivo hoy por hoy. El zoo de papel, de Ken Liu (a quien le robo un tipo de formato para “Ritos sentimentales a lo largo del mapa”, uno de los cuentos del libro) y Broken Stars, la antología maravillosa de cuentos de sinofuturismo que editó. Las novelas de Castagnet, cuyo sci-fi social y argentino siento muy cercano. La claridad de Un poeta nacional, de Charlie Feiling, la pasión de Plástico cruel, de José Sbarra, y la irreverencia de Witold Gombrowicz (y la creatividad deslumbrante de los tres), escritores disímiles pero que yo ubicaría en una resonancia similar dentro de la literatura argentina, y que leí durante la reescritura. Algunas nociones de la Ontología Orientada a Objetos, y también La terraformación, de Benjamin Bratton. Evangelion, que marcó y marca mi vida. Hora de aventura, a donde acudí como a una iglesia en tiempos de desesperación. Y el poema “Relax”, de Ellen Bass.

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