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Una lectura vertical de Arlt y Borges

Por Hernán Carbonel

La literatura como idea esencial

¿Qué es una lectura vertical y qué es una lectura horizontal? El eje horizontal sería aquel que contiene “elementos visibles y manifiestos” que “suelen encadenarse temporo-causalmente para construir la trama”; “en principio, acciones”. Los verticales, por el contrario, “son invisibles, dependen de nuestra práctica lectora”, puede aplicarse a cualquier texto y suele ser del orden intuitivo. Si bien no son compartimentos estancos: pueden combinarse libremente.
Eso propone y desde allí parte Tomás Fernández en Una lectura vertical de Arlt y Borges, el primer libro de la colección Discusiones (claro homenaje, en plural, al libro de ensayos de Borges Discusión) de la editorial bonaerense Nido de Vacas. “La lectura vertical no es la búsqueda de la verdad del texto sino que entrega el texto a la plenitud de sus ambigüedades, a sus tensiones irresueltas, a la apertura de sentidos”, dice Silvana Mandolesi en el Epílogo.
Maquinaria referencial, verdadero arsenal de citas y autores, por allí pasan Barthes, los formalistas rusos, Ricardo Piglia (sea el de Respiración artificial o el de “Tesis sobre el cuento”), las “Tres versiones de Judas” y “El escritor argentino y la tradición”, las novelas griegas medievales, Víktor Shklovski y tantos otros.
La raíz del análisis está en el cotejo de esos dos textos fundamentales de nuestra tradición literaria: el último capítulo de El juguete rabioso de Arlt y el cuento “El indigno”, del ya mencionado Borges. En ambos, se sabe, el desencadenante es la planificación de un robo y la consiguiente traición: de Astier al Rengo, de Fischbein a Ferrari. “En esta sociedad”, dice Fernández, “el buen ciudadano es el más peligroso de todos. El traidor es el que lo desenmascara, aunque en el proceso se pierda (…) La figura del traidor sin causa, el traidor porque sí, es la del inconformista”.
A partir de una idea originalmente escrita para una conferencia y luego disparada en ensayo para libro, Fernández analiza similitudes y diferencias, ancla esas comparaciones con corrientes diversas (hasta se da el jocoso permiso de citar a Mirtha Legrand), hace que un ensayo que podría tomar un incómodo tinte académico se vuelva comprensible para cualquier lector, sin, por esto, dejar de lado la observación filosa y reflexiva.
“En una época en que la crítica académica suele convertir el texto literario en una mera confirmación de teorías ya formuladas”, dice Mandolesi, este libro “insiste en la idea esencial de que leer literatura es un evento, un encuentro, una experiencia, una forma de libertad”.

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