Lecturas: Sólo las mujeres desaparecen

Las formas elegidas

por Victoria Martínez

Los Hwarang eran un antiguo ejército de guerreros poetas, pertenecientes al reino de Silla. Su misión era defender la cultura de las letras en la Corea del año LVII AC. Miles de años después, en Buenos Aires, al promediar el 2019, resurge el nombre a manos de una editorial independiente, cuyo interés principal es generar un catálogo de literatura coreana en español de la mejor calidad.

Parte del tesoro que alojan como editorial es este texto, una novedad. Sólo las mujeres desaparecen es una antología compuesta de ocho relatos escritos por autoras de la nueva ola de literatura contemporánea coreana. Algunos de sus nombres resultan casi impronunciables correctamente, pero sus historias quedan grabadas en la retina de una manera casi familiar, en forma de escenas que bien podrían haber ocurrido en el norte argentino o en el mismo conurbano bonaerense. 

Un hilo conductor atraviesa cada relato y lo hace en forma de pregunta ¿Dónde están las mujeres que no volvieron? El interrogante podría leerse en cualquier espacio de la literatura mundial, porque atravesamos el momento de gritar la voz de las mujeres violentadas. De hecho, la temática de todos los cuentos deja entrever la estructura profunda de contar lo que ya no debe ser acallado, de responder lo que ha sido, hasta hace muy poco tiempo, el espacio de la no pregunta. Porque en todos los lugares del mundo y de la literatura, por los siglos de los siglos, cuando una mujer desaparecía, solamente quedaba el lugar común del ocultamiento, del silencio.

El gótico, el thriller, el fantástico y el terror son los géneros utilizados por las jóvenes autoras como una excusa para generar la metáfora de la desaparición. Lo fantasmal se esconde en una caminata dialogada post mortem, de dos mujeres que han sido malas madres y han asumido su maternidad disidente. Son convidadas a recordar en el limbo de la eternidad y a sentir la nostalgia de la pérdida de estar y no estar para siempre.

En una casa embrujada, las mujeres atrapadas esperan agazapadas la llegada de una nueva esperanza, otra mujer, la liberación del yugo patriarcal opresor escondido bajo la forma monstruosa del abuelo del ático. Gritan en silencio, sabiendo que ya no serán parte del mundo, pero que, mientras haya otras, podrán encontrar armas de lucha. Un monasterio budista convertido en hotel, en institución mental y reformatorio de lujo, un lugar siniestro al que van a depositar a las hijas desobedientes del patriarcado, las que han querido comportarse como hombres, las que fuman, las que beben, las que quisieron deshacerse de sus hijos, las que se han rebelado, esas son abducidas por la voluntad monstruosa de otra mujer, la reproducción heteropatriarcal de las normas a mano de una hermana.

El yugo de la dominación colonial o poscolonial y los efectos de una cultura que persiste aún hoy, también son la grieta fantástica por donde colar el mensaje de la resistencia. La trama de cada relato es dolorosa, las mujeres muestran la doble faz de la resignación y la lucha. Muchas ocultan el deseo de matar al opresor, otras terminan viendo la otredad como su propia parte monstruosa. El espanto al que se someten, la violencia de la que son víctimas, es un terror cotidiano, el de la injusticia y la degradación que les confiere ser mujeres. Pero lo magistral de estas autoras no radica tanto en exponerlo, sino en las formas elegidas para hacerlo.

Apelar al terror, al fantástico, al gótico, como ya se ha mencionado, es excusa y a la vez efecto de sentido que deja a los personajes masculinos con la sensación de impotencia e incertidumbre acerca de las desapariciones. Nunca se sabrá dónde están y a la vez, todas ellas nos rodean. Los rodean. Los atemorizan desde un no lugar.

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