Entrevista: Marcela Citterio

“Estoy tratando de que la gente se anime a escribir”

por Fernando Manzini

Marcela Citterio es escritora y guionista de series para televisión. A lo largo de su carrera, trabajó para El TreceTelefeTV AztecaVenevisión y, últimamente, para TelemundoNickelodeonRCNNetflix. Hoy oficia como fundadora y directora ejecutiva de The Orlando Books, una editorial que pretende brindar contenido original a las productoras audiovisuales. Fundación La Balandra visitó su casa y charló con ella acerca de los intereses de la editorial, las cualidades que debe poseer una obra literaria para aspirar a la pantalla y la diferencia entre escribir guiones para series y libros de literatura. 

—Las tapas de los libros que publica The Orlando Books me hicieron acordar mucho a los posters de las películas que se proyectan en los cines. Tienen esa impronta. ¿Eso es deliberado? 

—Ah, claro, eso es buscado. Eso es: imaginémonos que Amazon anuncia su nueva serie y vos pasás por Lugones y ves el poster. Esa es la idea, sí… ¡Ay, qué suerte que lo viste así!

—Inmediatamente. Me pareció una estética de cine.

—¡Ah, qué bueno! Porque era un objetivo de… ¿Viste cuando vas con el auto y te cruzás con un poster y te enterás de cuál va a ser el nuevo estreno?

Aunque Marcela Citterio haya pasado sus cincuenta, parece, como mucho, estar recién empezando los cuarenta con victorias contundentes sobre la vida y el tiempo: ni una sola arruga, ni una sola cana, ni un solo gesto que delate la clásica angustia del creador de ficciones, su presunta oscuridad interior. Citterio es una mujer alegre, fluida, transparente, sin filtros verbales entre lo que piensa y lo que termina por decir. Su piel bruñida y su actitud relajada hacen pensar en las personas acostumbradas a cumplir sus sueños ni bien terminan de despertar.

Todo empezó a sus diecisiete años, cuando quiso ser modelo y terminó como finalista de Miss Argentina, entre veinticuatro concursantes. “No gané nada… ¡ni siquiera salí Miss Simpatía!, pero en ese concurso conocí a un director teatral que me terminó diciendo: ‘Nena, vos escribís mejor de lo que actuás’. Ahí arranqué, y no paré nunca.”

Su primer trabajo como dialoguista fue en La Banda del Golden Rocket. Después, ya como autora, vinieron Un hermano es un hermano, Amor en custodia, Patito feo, Heidi, bienvenida a casa… y muchas más. Hoy escribe guiones para Netflix y oficia como directora ejecutiva en The Orlando Books, una editorial que se propone publicar libros que “sirvan para alimentar las plataformas audiovisuales”.

—Escribir un libro que de antemano apunte a la filmación, ¿no restaría calidad literaria a la obra?

—Ay, ¡qué prejuicioso! Vos podés escribir un montón de textos súper descriptivos, pero si hacés que pasen muchas cosas, igual van a estar muy buenos. A mí me encanta leer libros bellísimos, pero me gusta imaginármelos visualmente. Llevar un libro a una pantalla es llevarlo a una imaginación visual. El caso de J.K. Rowling, por ejemplo. Cuando ella se imaginó el libro, yo estoy casi segura de que lo imaginó para ser llevado a la pantalla. Y si no lo pensó antes, ahora todo lo que hace lo piensa así. No sé si vos leíste las novelas sobre este detective… C.B. Strike…

—No.

—Es brillante. Muy bueno el libro y muy buena la adaptación. Y esa señora sabe lo que hace, ¿no? Hay libros de Stephen King que son llevados a la pantalla y son buenísimos. ¿Y qué vas a decir de Stephen King?

Estamos en su home office, una construcción del tamaño de un monoambiente para dos personas, detrás de la enorme y fastuosa casa principal y al lado de una piscina modular con forma de riñón gigante. “Este es mi lugar de trabajo, estoy encerrada acá muchas horas. Por eso lo hice bonito”. Y es verdad: el lugar es tan lindo que me hace sentir indigno: paredes pintadas de fucsia, de rosa y de violeta, bibliotecas sin libros en cuyos anaqueles hay muñecas de diferentes marcas (algunas, incluso, en sus cajas originales), bibelots, tacitas de porcelana o de cerámica, duendecitos. Al lado del escritorio, y contra una de las paredes, hay, también, estatuas de animales.

—Mirá: acá están Aurora y Cielo, en tamaño original. Y estos son Bruse, Gótica y Tornado; a estos tres tuve obviamente que hacerlos a escala, porque no iban a entrar.

Aurora y Cielo son sus perras (Aurora murió hace poco, Cielo anda por ahí, correteando alrededor de la pileta, haciendo pis en el pasto, ladrando en el portón). Bruse, Gótica y Tornado son los caballos que luego voy a poder ver más de cerca, en un álbum con fotos de alta definición. 

Marcela Citterio es amable y abierta de modo permanente, no para de derrochar simpatía. Uno está a la espera de un descuido, la aparición de algún gesto de contrariedad, una mueca de impaciencia o de disgusto, pero eso nunca ocurrirá. Me muestra una cosa, y enseguida me señala otra, y después otra. No con orgullo, tampoco con vanidad, sino por puro exceso de alegría.

—Este lugar es tremendo para los chicos… ¡Se van para todos lados!

Desde el Nexpresso de la home office, llena una taza de café con leche y me convida. Está riquísimo, y lo digo, es el mejor café con leche que tomé en mi vida. Sobre un platito de porcelana, pone dos medialunas frescas.

—Estamos muy contentos con este emprendimiento. Para todos los escritores significa una nueva posibilidad.

—Está bueno que lo digas, porque es la idea. La idea es que aparezcan nuevas voces, voces que es muy difícil que puedan llegar a un directivo de una plataforma si antes no hicieron algo en la televisión. Todo empezó por mi hija. Más allá de que ella podía empezar gracias a mí, le vi el potencial que tenía y me dije: “¿Cómo hace una persona sin experiencia, hoy, para hacer una serie de tantos capítulos con una buena historia para contar? Lo que queremos es que todos se enteren de que esto existe. Queremos que se animen. No hay nada por perder. Yo estoy tratando con una actriz, que tiene una historia muy bonita, para que se anime a escribirla. También estoy tratando con un conductor, un presentador, que también tiene una historia muy bonita. No puedo decir los nombres, porque todavía no se cerró. Estoy tratando de que la gente se anime a escribir, porque veo lo que tienen, ¿viste? A alguien que no sabe escribir, no le puedo pedir que escriba, pero hay gente que escribe muy bien, que analiza muy bien las cosas y tiene mucho para contar.

—La posibilidad de llevar la propia obra a la pantalla tiene entusiasmados a muchos escritores. ¿Pero cuán realizable es?

—Mirá… cómo va a terminar todo, siempre va a ser algo que se va a dar en el proceso. Pero yo tengo muchos conocidos en el medio a los que los libros que estamos sacando ya les gustan. El proceso es lento, como todos los procesos de televisión. O sea, ningún proceso de hoy es como era antes de: “Tengo a Echarri… ¿hacés una novela?”. Y en un mes, estaba al aire. Eso ya no es más así. Ahora todos tienen comisión de la comisión, y todos opinan, y todo eso. Pero lo que es seguro es que todos los libros van a llegar a todos los directivos de todas las plataformas latinoamericanas. Porque ya lo estoy haciendo. Ya estoy hablando de cómo me lo imagino, si lo imagino como serie, si lo imagino como película… Ya les armé un booktrailer atractivo. Los directivos, antes de tomar una decisión, te quieren leer una sinopsis, te quieren ver un booktrailer. También está hecho eso. Después, el proyecto es como cualquiera que se va a presentar a una productora o plataforma. Lo que yo te puedo garantizar es que ellos lo ven. 

—¿Qué tipo de obras prefieren publicar? ¿Cuáles serían los criterios de selección?

—Básicamente, sería un libro en donde lo descriptivo no sea lo que abunde. Porque entonces, cuando lo pasás a una serie, no te queda mucho para filmar. Que tenga acción, que pasen cosas, que cada capítulo tenga un conflicto, que no haya muchos capítulos que sean bellísimos escritos, casi poéticos, y que no suceda nada. Porque eso no me va a servir a la hora de llevarlo a una serie. Me va a servir para leerlo a la noche y todo… Pero como yo quería que la editorial sea solamente un nicho para lo audiovisual, busco que tenga esa acción, ese ritmo, esa posibilidad que haga que cuando lo estés leyendo, digas: “Yo me lo imagino en una serie que la interprete… Nicole Kidman”, yo qué sé. Una cosa así. 

—¿Están recibiendo muchas obras en estos días?

—Mirá… Recibimos muchas cuando fue la presentación, en julio. Ahora llegará una por semana. No viene tanto. Estaría bueno que lleguen más, y que se animen. Porque la idea no es que nos traigan la historia perfecta. Si la historia convence y gusta, la podemos trabajar. Acompañamos el proceso.

—¿En qué consistiría ese acompañamiento?

—Por ejemplo, si hubo un libro que me gustó muchísimo, pero, así como estaba planteado, no era tan audiovisual, lo charlamos con Verónica y ella se encarga de hablar con el autor y de decirle: “Mirá… me gusta mucho esto, pero si lo cambiás y le ponés una determinada cosa al principio, o al final, o un hilo narrativo que sea visual, finalmente, lo conseguimos”. Yo no sé si leíste muchos libros llevados a series en la pantalla…

—No mucho…

—Hay algunos libros geniales, pero que a mí particularmente me molesta mucho que no hayan sido bien llevados a la pantalla. Te digo libros de… Elísabet Benavent, por ejemplo, que me parecen súper lindos, pero ves la película y decís: “¿Cómo se sentirá Elísabet?”. Entonces la idea es que para cuando vos lo leas, no sea complejo y no tengas que hacer, como lector, eso que yo le pedí al autor para que sea una serie. Que ya esté. Que ya esté el trabajo hecho. Que sea solo decidir: que sea una peli, o que sea una serie. Que sea solo decidir eso.

—¿Además de recibir obras nuevas, pensaron en la posibilidad de reeditar obras clásicas con potencial audiovisual?

—La primera que me encantaría publicar y llevar a la pantalla es Orlando, obvio. Pero no cambiaría una coma. No sé si viste Persuasión, de Jane Austen… Hicieron una nueva versión. Me pareció un atentado. Que te imagines como coloquial algo que ya era bellísimo… ¿Por qué? ¡Si hiciste Orgullo y prejuicio hermoso! Eso no. Me encantaría llevar Orlando a la pantalla y publicarlo. Pero no lo transformaría. Una novela así, además traducida por Borges… ¿qué más podés hacer ahí? Sólo imaginarte cómo lo podés llevar a una escena. Me parece una carta de amor hermosa, una novela preciosa y muy moderna. Increíble para la época. 

—Ustedes proponen un catálogo que va desde la novela romántica al policial, pasando por el thriller y otros géneros que, tradicionalmente, y muy seguramente de forma equivocada, fueron estigmatizados como menores, como sub géneros… O como relatos de folletín, incluso.

—Sí, especialmente la literatura romántica.

—Sin embargo, ustedes proponen estos géneros como principales dentro de su catálogo. ¿Esto obedece a un deseo de reivindicación?

—Creo totalmente en eso. Igual, yo creo que esos géneros se están reivindicando por sí solos. Solo falta que lo reivindique la “parte más intelectual” del periodismo. Pero para mí, para la gente, es lo que se está reivindicando solo. Un drama como Bridgerton, por ejemplo, que es un drama romántico de época, considerado como literatura menor por todos… ¡Y fue uno de los sucesos más importantes de Netflix, y lo vio todo el mundo! ¡Y esto en Estados Unidos! En series, el tema “amor”, de tipo folletinesco, cada vez lo hacen más. Grey’s Anatomy es eso, el tono es eso, sigue siendo: “quién te quiere y quién no te quiere, y cómo… y quién te engaña”. Nada más que podés ponerle suspenso y un montón de otros condimentos nuevos que funcionan para la serie y que están buenísimos. Yo creo totalmente en eso. Para mí sería hermoso que la “parte intelectual” (como alguna vez pasó con Gabriel García Márquez, que elogió a Corín Tellado), sería bueno que “la parte intelectual” se dé cuenta que el género romántico no es menor, que no es “literatura femenina”. ¿Por qué?

Hasta ahora, la editorial The Orlando Books publicó tres libros, de los cuales me llegó uno como ejemplar de cortesía: Quemacoches, de Bernardo Beccar Varela. Un policial de doscientas cuarenta páginas que podría leerse en un feriado laboral. Oraciones cortas y directas que casi siempre expresan acciones, personajes complejos definidos en dos retazos, intrigas biográficas insertas acá y allá dentro de la trama general. El tema del libro es el fuego: una banda de ciudadanos comunes y corrientes se dedica a quemar coches en diversos puntos de la Capital Federal. La policía (guiño a la realidad nuestra de cada día) se muestra incapaz de resolver nada, y el jefe de los bomberos, cansado de jugar al carnaval, se disfraza de Philip Marlowe y se pone a perseguir a los delincuentes. Las páginas que el lector va pasando tienen manchones negros y de diversas tonalidades grises, simulan estar quemadas. El diseño quiere hacer visible el concepto: hay fuego, todo se quema, también las hojas del libro.

—Eso se repite en todos los libros que editamos.  Nuestra diseñadora se llama Mariela Villar, es excelente. Es extremadamente detallista. Charlamos muchísimo del libro, se piensa muchísimo la tapa y el interior. Hace todo ella. Es muy, muy obsesiva. Te manda dos o tres cosas, todas muy lindas, y ella no se decide hasta que la convence algo. Por ejemplo, este libro de Chiara, que se llama Casi amor, que es una historia adolescente, de romance, adolescente-juvenil, sucede en Los Ángeles, y entonces Mariela pone adentro cosas que tienen que ver con esa ciudad… Mal de amor sucede en Londres, y es lo mismo… El mío es tremendo, porque en el mío tiene mucho protagonismo una agenda. Entonces… ¡todo lo que tuvo que hacer ahí adentro! Para que te des una idea de su nivel de detalle, hay un capítulo donde la protagonista está escribiendo algo como si estuviese llorando, y la página se ve como si estuviese borrosa…

—Ah… bueno…

—Con eso te digo todo. Muy, muy fuerte.

Además de Quemacoches, publicaron Mal de amor y Casi amor, ambos de Chiara Citterio, hija de Marcela. En septiembre tienen proyectada la publicación de La chica que no quería ser princesa, el primer libro de Marcela Citterio. Con auténtica alegría me muestra una cartera de dama diseñada en base al libro. El formato externo de la cartera tiene los mismos colores, dibujos y palabras que la tapa y la contratapa de la novela.

—Para mí fue como salir de una zona de confort. Porque yo pensé que no podía. Yo pensé que después de treinta años, viste… Tenés cincuenta y decís: “¿Bueno, ya está, para qué vas a arrancar de nuevo?”. Y mi hija me impulsó muchísimo. Me decía: “Vos podés, mamá. Vos, con lo lindo que escribís…”. Entonces, yo escribí un capítulo, se lo di a leer, y me dijo: “Mamá, está hermoso”. Yo tenía mucha inseguridad. Y ella me dio toda la seguridad del mundo. Yo en ese momento estaba haciendo una tira para Netflix, una serie. Iba y venía, y entonces le dedicaba ratos. Pero cuando se lo mostré a mi editora, Verónica Chamorro, que para mí es fundamental en esto, me dijo: “¡Me gusta mucho!”. Y ahí dije: “Ya no es solo mi hija, es Verónica también, no me va a mentir con una cosa así”. Y ahí me animé. 

—¿Cuál sería, para vos, la diferencia entre escribir guiones para televisión y escribir literatura?

—Hay una gran diferencia. Porque cuando vos escribís un guión, imaginás todo, pero más que nada ponés una situación… en una sala, por ejemplo, o algo que querés que el personaje haga, porque al director no siempre le gusta recibir demasiadas indicaciones. Antes, hablás de cómo son los personajes, lo charlás, la edad que tienen, los actores que te imaginás, pero vos no los escribís. No decís: “Ahí viene una chica rubia, de tal edad, y hace tal cosa… “. Vos solo dialogás. Muy poca acción y poca descripción. Entonces, lo que tuve aprender es a ponerle la descripción. Porque tengo mucha lectura, me salió. Pero le tenía miedo. 

—¿Qué lecturas te ayudaron a escribir buenos diálogos?

—Yo empecé con Corín Tellado. Le robaba las Corín Tellado a mi abuela. Eso me dio un millón de posibilidades, muchísimo material. Después, me ayudó mucho mirar novelas. Miraba novelas fanáticamente. Podía mirar dos o tres novelas por día. Así fue como empecé: robándole las Corín Tellado a mi abuela y mirando las novelas con mi abuela y mi mamá. Y charlarlas, y escuchar los diálogos. Y empezar a soñar ahí con historias de amor. Si vos, por ejemplo, querés escribir policiales, entonces leéte todos los policiales y miráte todos los policiales. Tenés que hacer las dos cosas. Escuchar un diálogo y decir: “¡Mirá qué bien que estuvo eso!”. Eso te nutre. Vas aprendiendo. En un momento, eso estuvo dividido: los que leían y los que miraban TV, el cine contra la televisión, el teatro contra el cine… Pero no, todo eso está junto. Por ejemplo, Chiara lee muchísimo y mira muchísima TV. Tenemos una competencia anual de lectura. Con ella y una amiga, tenemos competencia de lectura. El año pasado, casi empatamos las tres. La competencia es anual, decimos qué libros leemos y les ponemos un puntaje. Este año vengo ganando yo. Una vez llegué a los noventa y ocho libros.

—¡Noventa y ocho libros en un año!

—Sí. Pero me dio mucha bronca, porque yo quería llegar a los cien… Pero mi promedio general es de setenta.

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