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Cuestiones de oficio: Literatura epistolar

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Cuestiones de oficio: Literatura epistolar

Mensajes del tiempo

por Anahí Flores

“Cuando quieras enviar una carta, llévala en la mano hasta el buzón. 

Si la metes en el bolsillo, te olvidarás de ella”

Lewis Carroll. Consejos para escribir cartas

En estos tiempos en que la comunicación pasa sobre todo por lo digital e inmediato, ya nadie o casi nadie escribe o recibe cartas. Sin querer entrar en melancolías, ¿se acuerdan de lo lindo que era recibir un sobre con estampillas y sellos? ¿Y lo personal e íntimo que era leer el mensaje no de una pantalla, sino de una hoja escrita a mano, con la caligrafía única del remitente? Todos los sentidos intervienen ante una carta en papel: el olfativo (¿quién no recibió alguna vez una carta perfumada? Aunque, más allá de eso, el papel y la tinta tienen su propio aroma también); el táctil (el peso del papel, su textura, y el hecho de que esa misma carta que el destinatario está tocando, antes estuvo en las manos de quien la escribió); el sonoro (abrir el sobre: el sonido del papel al desgarrarse) e incluso el gusto (cuando cerrábamos el sobre, pasando la lengua por el borde, cosa impensable hoy en día). El sentido visual no lo menciono porque sigue estando en los mensajes escritos digitales. También intervenía el factor del tiempo, que con lo digital se aceleró: ahora los mensajes son instantáneos, pero antes había que contar con días, a veces semanas, desde que el mensaje era escrito y depositado en el correo hasta que llegaba a manos del destinatario, con el riesgo permanente de que se perdiera por el camino.

Las cartas son parte de la vida de la humanidad desde hace milenios. Según Escribir cartas, una historia milenaria, de Armando Petrucci (Ampersand, 2018), las primeras se remontan a los siglos VI y IV a.C, en Grecia, y se escribían “sobre pequeñas y delgadas láminas de plomo que se encontraron, por lo general, enrolladas”. Tal vez por ser algo que está entre nosotros desde hace tanto tiempo, la ficción tomó su formato como herramienta propia, y así nació la literatura epistolar, que consiste en cuentos, poemas, novelas con forma de carta o de intercambio epistolar. 

También existen cartas reales que, en muchos casos, de tan intensas y bien escritas, fueron editadas como literatura, por más que esa no haya sido la intención original del autor. Es el caso de Carta al padre, de Franz Kafka, escrita en 1919 aunque nunca llegó a entregársela a su padre, y publicada póstumamente por su amigo Max Brod. O De profundis, de Oscar Wilde, escrita en la cárcel, en 1897, para su amante Alfred Douglas. O las cartas que Lewis Carroll escribía a algunas niñas que fotografiaba, cartas reales que parecen extraídas del mundo de Alicia (quien, a propósito, era una de las niñas receptoras de tales cartas).

Pero de lo que me interesa hablar hoy es de la literatura epistolar escrita como tal desde el inicio, de esos cuentos o novelas que juegan a ser cartas reales, que incluso pueden generar la duda en el lector o la lectora. Empiezo mencionando el cuento “La otra piedad”, de Laura Massolo, en el cual una madre le escribe a la médica que atiende a su hija. O el clásico y fantástico “Carta a una señorita en París”, de Julio Cortázar. “Querida mamá”, de Hebe Uhart, es un texto muy íntimo en el que una hija se dirige a su madre ya fallecida. Pienso en “Carta perdida en un cajón«, tan lleno de despecho, escrito por Silvina Ocampo. Y para salir del ámbito nacional, mencionaré “Carta de un loco”, de Guy de Maupassant, que consiste en una carta de un paciente a su médico. 

Pero también se puede escribir buscando más de una voz: intercambiando mensajes a través de cartas. En el género cuento, me viene a la memoria “Las cartas de los tristes”, de Andrés Neuman, un relato que anticipa el final en el título, aunque al inicio no nos demos cuenta. También “Cartas confidenciales”, de la ya mencionada Silvina Ocampo, que construye un cuento con apenas dos cartas. Y pienso en “Si los impresionistas hubieran sido dentistas”, de Woody Allen, historia en la que los autores de las cartas mezclan la odontología y las artes plásticas, generando un contraste humorístico. 

Pero al pensar en narraciones de intercambio epistolar, encuentro más ejemplos de novelas, tal vez porque justamente se necesita más espacio para incluir muchas voces y perspectivas. La novela epistolar es un género desarrollado durante el siglo XVIII que da a las obras un aire de confidencialidad, de asunto privado al que el lector no debería acceder. El lector queda, así, en una posición casi de espía. 

De las novelas epistolares que más recuerdo, menciono La ciudad y la casa, de Natalia Ginzburg, novela en la que las cartas corren entre un grupo de amigos y familiares. O sea, que todos se conocen entre sí más allá de las cartas. Otra novela que es un clásico en este género es Lady Susan, de Jane Austen. La historia cuenta que Austen era gran redactora de cartas y que mantuvo una intensa correspondencia con su hermana. Este dato no es menor, ya que escribió varios relatos epistolares. Sigo pensando en novelas y me acuerdo de Fausto, de Iván Turguénev: a diferencia de las historias antes mencionadas, en las que veíamos múltiples voces y puntos de vista, en esta conocemos sólo las cartas de Pablo Alexandrovich B…, quien le escribe siempre a un mismo amigo, Simon Nikolayevich V… Sabemos muy poco sobre qué opina Simon: sus respuestas son omitidas. 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff, es una novela construida sobre cartas reales entre una escritora de EEUU (la propia autora) y el personal de una librería inglesa. Y para cerrar, mencionaré un libro donde el género epistolar está actualizado, y en lugar de cartas lo conforman mails: Contra el viento del norte, de Daniel Glattauer. Es un buen ejemplo de novela epistolar moderna: se trata de un intercambio de mails entre dos desconocidos que, progresivamente, se obsesionan uno con el otro.

Tal vez un buen comienzo para quien quiera, hoy en día, escribir una novela o un cuento epistolar, sería, antes que nada, buscar un papel grueso, una lapicera con buen trazo, un sobre, un lugar tranquilo si es que aún existe, y ponerse a escribir una, dos, muchas cartas reales.

 

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