Dossier África: Empatía

Ayer Ngũgĩ Wa Thiong’o no ganó el Premio Nobel

por Salvador Biedma

Como ocurre con otras regiones del mundo, se ha establecido durante mucho tiempo una imagen simplista del continente africano, que responde a falsos estereotipos y lugares comunes. Basta preguntarnos por lo primero que se nos viene a la cabeza al pensar en África para saber que la mirada de los colonizadores europeos sigue encontrando resonancias. Hablamos, sin dudas, de un continente con una realidad muy compleja y heterogénea. Hasta 1960, buena parte de los países seguían siendo colonias de las potencias europeas. Ese año, nada menos que diecisiete naciones, con Camerún a la cabeza, se proclamaron independientes, lo cual trajo una enorme esperanza que poco después daría paso a la decepción. Países como Angola atravesaron feroces guerras civiles. En épocas más recientes, se multiplicaron las oleadas de lo que suele denominarse “la diáspora africana”: personas de ciertos recursos que viajan a países de Europa o a Estados Unidos para estudiar en la universidad.

Esa realidad histórica y política, resumida hasta la brutalidad en las líneas previas, se vio reflejada tanto en la producción literaria como en la industria del libro. En 1962 nacía en Inglaterra una colección pionera: la African Writers Series del sello Heinemann, que llegó a publicar en cuatro décadas más de trescientos títulos. Pocos meses después se fundó CLE, considerada “la primera editorial del África francófona”. En lengua castellana, recién en los últimos años se ha vuelto notoria una expansión que venía dándose en lengua inglesa y francesa desde hacía más de medio siglo. Actualmente, una escritora nigeriana, Chimamanda Ngozi Adichie, hija de la diáspora (tema tratado en su novela Americanah), se ha consagrado como estrella a nivel global, no sólo por sus valiosos textos literarios, sino también por breves y brillantes ensayos testimoniales como Todos deberíamos ser feministas.

En los últimos quince años, a la circulación en librerías argentinas de los Nobel Wole Soyinka, Nadine Gordimer y J.M. Coetzee se han sumado autores como el angoleño Ondjaki –en su momento Letranómada publicó El silbador y Los transparentes– o el mozambiqueño Mia Couto –Edhasa tradujo hace poco dos de sus novelas–. A su vez, la ya clásica Trilogía africana del nigeriano Chinua Achebe tuvo en 2014 una edición en nuestro país que hoy se encuentra agotada. Sellos grandes y chicos están apostando a la publicación de autores africanos. El año pasado Evaristo Editorial sacó la Poesía reunida del congoleño Gabriel Okoundji y el recién nacido proyecto Selva Canela eligió como segundo título de su catálogo una novela de Goretti Kyomuhendo, escritora de Uganda.

Como parte de ese panorama, el surgimiento de Editorial Empatía a principios de 2018 fue una noticia más que feliz. Un sello independiente aparecía para publicar, desde Argentina, sólo a autores de África. Cuatro años después del lanzamiento de su primer libro, una antología de cuentos que incluía nombres como Binyavanga Wainaina o Chika Unigwe, la editorial mantiene su norte a paso firme, con once títulos publicados. Parecen nítidas las señales del creciente interés por la traducción al castellano de narrativa africana: Binyavanga Wainaina ya contaba con un libro en nuestro idioma, editado en México por Sexto Piso, y otro de los autores del catálogo de Empatía, el somalí Nuruddin Farah, tenía ya tres libros en el sello español Siruela.

“¿Cómo sabe una joven si es bonita cuando no tiene espejo? En Gitagata no había ninguno, ni siquiera en la tienda”, escribe Scholastique Mukasonga en La mujer descalza, libro breve y perfecto, se podría decir, un regalo ideal publicado por Empatía. La autora dedica el texto a su madre, que fue asesinada junto a gran parte de su familia durante el genocidio de Ruanda, en 1994, cuando el gobierno de los hutus quiso terminar con el pueblo tutsi y mató a más de medio millón de personas.

El libro de Mukasonga está atravesado por un tema común en la literatura africana: la tensión entre las tradiciones y el “nuevo” modo de vida, entre las costumbres locales y la mirada implantada con el cristianismo, que muchos africanos abrazan. Esa tensión queda expuesta en el hecho de que las personas usualmente (como se ve en la primera página de esta novela) tengan un nombre cristiano y un nombre propio de la tradición. A partir de las experiencias familiares que vivió la autora, La mujer descalza plantea un recuento narrativo de las costumbres del pueblo tutsi y, en particular, de los ritos femeninos, pero sin anclarse en la melancolía.

En 2021, por quinta vez, un escritor africano ganó el Premio Nobel de Literatura. Se lo llevó el tanzano Abdulrazak Gurnah, que reside desde su adolescencia en Inglaterra y que contaba con algunos libros traducidos en tierras españolas, ahora con dos títulos entre las novedades de Salamandra. Con la fuerza de un secreto a voces, Ngũgĩ wa Thiong’o había sonado durante más de una década como favorito para recibir ese premio. Tanto es así que, en 2010, en The Guardian, Zoe Norridge comenzaba un artículo diciendo: “Ayer Ngũgĩ wa Thiong’o no ganó el Premio Nobel”. Y seis años después aparecía una columna en The Washington Post titulada: “El comité del Nobel se equivocó: Ngũgĩ wa Thiong’o es el escritor que el mundo necesita ahora”.

Nacido en Kenia en 1938, Wa Thiong’o busca promover desde hace décadas la lengua kĩkũyũ, propia de la etnia mayoritaria de su país. A fines de los ’70, pasó un año preso a raíz de una de sus obras de teatro. Entonces escribió, sobre pedazos de papel higiénico, una novela en kĩkũyũ: El diablo en la cruz. En España, durante el último lustro, se han publicado ese libro y varios más del autor, incluso su conocido ensayo Descolonizar la mente. En Argentina, Empatía publicó Minutos de gloria y otros cuentos, con relatos escritos entre 1960 y mediados de la década siguiente. Se trata de textos muy bien trabajados, que vale la pena leer y que, por ejemplo, en “El pájaro negro” adquieren un tono fantástico que puede recordar a Edgar Allan Poe.

Otro de los títulos de Empatía es la brevísima novela La montaña, de Jean-Nöel Pancrazi, en la que el narrador no puede escapar del recuerdo de un trágico suceso de su niñez, durante la guerra por la independencia de Argelia, cuando un grupo de chicos se aventuró a la montaña, lugar que tenían prohibido, y él decidió quedarse, los vio salir en la camioneta del molino harinero y compartió horas después la preocupación de la comunidad porque los amigos no volvían, hasta que se enteró de que los habían degollado.

“Hacen falta tres para tener un hijo: el macho, la hembra y lo Invisible”, dice Grace al comienzo de Cántico de la acacia mientras comparte, según la costumbre, la noche de la primera menstruación de su nieta. Joyce no es su nieta biológica, llegó flotando por el río desde Togo cuando tenía entre siete y nueve años y Io-Anna la adoptó, se convirtió en su “madre de palabra”. La magnífica novela de Kossi Efoui (aseguro que el adjetivo no es exagerado) recorre la vida de estas tres mujeres de distintas generaciones hasta 2021, momento que aún no había llegado cuando se publicó el libro, en 2017.

Delicias de la maternidad, de la nigeriana Buchi Emecheta, se enfoca en la vida de Nnu Ego. Su padre, jefe de una tribu igbo, no quiere que ella se case, a la vez que no plantea ningún problema en que se acueste con quienes desee. Luego de la muerte del padre, la protagonista contrae matrimonio con Agbadi, un poderoso hombre que tenía ya varias esposas. Además de adentrarse en los laberintos de la poligamia (y narrar, por ejemplo, el brutal asesinato de una esclava que se resistía a suicidarse para que la enterraran con la esposa mayor de Agbadi), la novela señala lo que significaba para una mujer no engendrar hijos. El título de este “estudio de clase y de género en la Nigeria colonial” (así definió el libro Chimamanda Ngozi Adichie) se torna, entonces, irónico.

No es poca cosa saber que uno puede confiar en un sello. Que uno agarre a ciegas, sin saber nada del texto ni del autor, cualquier libro de cierta editorial y encuentre siempre algo interesante. Esto pasa con Empatía. Y resulta ideal para sumergirse en la literatura de un continente –de más de mil millones de personas– cuya producción, hasta hace pocos años, apenas llegaba en cuentagotas a las librerías argentinas. Y cabe agregar que el sello tiene otros dos grandes puntos a favor: publica traducciones cuidadas e incluye prólogos que en muchos casos enriquecen la lectura.

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