Cuestiones de oficio:
Aproximación a la escritura erótica
por Anahí Flores
El deseo es una actividad latente
y en eso se parece a la escritura:
se desea como se escribe, siempre.
Marguerite Duras
(De una entrevista en Le Nouvel Observateur,
14 de noviembre de 1986)
Hay un grabado de Emmanuel Jean Nepomucène de Ghendt, de 1765, que se llama “Le midi”, en el cual una mujer está recostada en un jardín al mediodía. Quiero empezar este artículo hablando de esa imagen. La mujer cree que está sola: una mano bajo la enagua, la boca entreabierta, los ojos desorbitados, el talón que asoma de un zapato a medio salir. La otra mano cae hacia el costado y nos muestra, en la semipenumbra, un libro boca abajo. El libro no está apoyado prolijamente sobre el pasto: se nota que se cayó de la mano de la mujer quien, probablemente, empezó a tocarse mientras leía y luego necesitó interrumpir la lectura y soltó el libro. Sigamos mirando el grabado: no es menor el detalle de ese busto masculino que la espía con un gesto entre risueño y burlón. El busto la observa como nosotros observamos el cuadro completo; representa ese voyeur que todo lector es ante una escena sexual. Y el grabado, completo, nos muestra el efecto que una lectura subida de tono puede desatar en el lector: ella está como enajenada del mundo, tomada por la lectura y por todo lo que se desencadenó en su imaginación y en su cuerpo. El título del cuadro, como si no quisiera ser explícito, tiene la inocencia de la hora del día.
Pienso en los famosos “libros para leer con una sola mano”, aquellos libros que mantienen la otra mano ocupada, y me traslado a la escritura. ¿Cómo se escribe literatura erótica? ¿Se escribe, también, “con una sola mano”?
Fabio Morábito dice que “la literatura y la masturbación tienen un punto en común: ambas implican fantasear. Han sufrido épocas de gran condena, pero su peligro no radica en el desahogo orgásmico ni en la obra literaria, sino en el hecho de que abren la puerta a la imaginación. Y, según algunos, quien la practica puede enloquecer cualquier día”.
En este último año, fui haciendo una serie de apuntes al revisar textos con contenido erótico. Como todas las listas, podría ser más larga o más corta; podría también tener otro orden. Así está ahora:
* Si uno pretende escribir escenas sexuales, el primer paso es leer literatura en la que haya tales escenas. Leer tanto narrativa como poesía. Podríamos ir más allá: ver cine erótico, obras de arte eróticas —como el grabado que vimos recién, de Ghendt—, etc.
* Ser conscientes de qué nos pasa como lectores. El lector que se sumerge en una escena erótica termina siendo, en cierto modo, un voyeur.
* Pienso en esas películas que tienen muchos efectos especiales pero que en eso se quedan: por detrás de tanto “ruido” no existe ninguna historia que valga la pena. Bueno, con la literatura erótica pasa igual. Fundamental: que haya una historia contundente y que no sea todo apenas una excusa para escribir escenas con sexo.
* Incluir escenas sexuales está muy bien si eso aporta a la trama. No hay nada más desestimulante para un lector que estar frente a una escena erótica puesta porque sí, puesta porque vende más. De todas formas, esto aplica a todo tipo de escenas: siempre tenemos que preguntarnos, a la hora de revisar, ¿esta escena es fundamental para contar esta historia, o sólo llena espacio?
* Que la cosa no pase sólo por describir acciones de los protagonistas. Que el narrador vaya mechando pensamiento, emoción, recuerdo, acción, diálogo, volver al pensamiento, etc. Que las acciones estén enlazadas con sensaciones internas de ese personaje.
* Ya que mencioné al narrador: no es lo mismo un narrador interno (que forme parte de la escena) que uno externo (que no sea un personaje de la historia). No hay uno mejor que otro, pero la historia va a ser definitivamente diferente. Elegir el que mejor caiga en la historia que se quiera contar.
* No ser totalmente explícito. Dejar que el lector complete la escena. Esto, en realidad, es una regla para todo tipo de literatura.
* No hace falta que pasen grandes cosas para que el cuento sea erótico. La genitalidad puede caer muy rápidamente en la pornografía. Un simple beso puede despertar mucho más en el lector que un acto sexual completo. Acá aplica el menos es más.
* La elección del vocabulario. Esta parte es de las que más me cuesta: las palabras que hacen referencia a lo sexual cargan con muchos prejuicios. Una palabra que para un lector puede ser pacata, para otro puede ser técnica, para otro desestimulante o vulgar y para otro puede estar bien y fluir sin trabas. Las palabras tienen el don de generar clima o directamente destruirlo.
* No pensar en quién va a leer el texto, porque si imaginamos a nuestra madre o a nuestros hijos leyendo lo que estamos escribiendo, nos vamos a castrar antes del primer borrador. Escribir sin tener presente esa frontera. Si hace falta, hacer como Anais Nïn, que escapó del límite moral escribiendo dos diarios: uno oficial, que su marido podía leer, y el otro secreto, en el que contaba sus aventuras clandestinas, sus fantasías más oscuras.
* Mantener el deseo del lector. No satisfacerlo del todo. Que siempre quiera seguir leyendo. Esto aplica a todos los tipos de narrativa.
* Respetar los propios tabúes y tiempos en el caso de que uno decida no romperlos. Pienso en Borges, a quien en 1968 unos periodistas norteamericanos le preguntaron por qué en su obra rara vez aparece el sexo, a lo que él respondió: “Supongo que la razón es que pienso demasiado en él. Cuando escribo, procuro apartarme de sentimientos personales. Supongo que esa es la razón. Otra razón podría ser que el tema ha sido tratado hasta la muerte, y yo sé que no puedo decir nada nuevo o interesante al respecto. Desde luego, usted podría aducir que los otros temas que trato también han sido elaborados hasta la muerte. Por ejemplo, la soledad, la identidad. Y sin embargo, de alguna manera siento que puedo hacer más con los problemas del tiempo y de la identidad que con aquello que encaraba Blake cuando habló de tejer con los sueños una contienda sexual, y llorar sobre la trama de la vida. Bien, me pregunto si habré tejido con sueños la contienda sexual. Creo que no. Pero después de todo, mi oficio es tejer sueños. Supongo que se me permitirá elegir mis materias.”
* Una escena sexual nunca va a pasar desapercibida. Le escribo un mail a Carlos Chernov, que resuelve tan bien este tipo de escenas en sus libros, consultándole sobre este tema, y me responde: “Lo sexual puede provocar excitación o rechazo, pero sin duda provoca, es como un pico en la planicie del texto. Despierta al lector; como ciertas revelaciones, desenlaces fatales o escenas de violencia. Como se trata de elementos muy intensos, se debe ser cuidadoso. La mezcla oscila, en un precario equilibrio, entre lo estético y lo pornográfico.”
Me quedo pensando en esto último que menciona Chernov sobre el precario equilibrio. ¿Cómo mantenerse entre lo estético —y no caer con esto en un estilo acartonado, pacato, tímido, esterilizado— y lo pornográfico? ¿Cuál es ese punto intermedio…? Habrá que buscarlo.