Perfiles: Horacio Convertini

El camino negro

por Ángel Berlanga

Treinta y cuatro grados y en ascenso: allá va el empleado público Luis Daverza, rumbo a su casa en Parque Chacabuco. Podría haber sido un día más, otra jornada de agobio, porque acaba de bajarse del colectivo que lo trajo desde el depósito en Barracas y en el pehache en que vive junto a su mujer predominan las incomodidades, pero un hallazgo reciente en el departamento que alquilaba su padre les cambió la perspectiva: en el fondo de un bolso que habitaba el fondo de un placard, envueltos en un nylon rojo que en principio le hicieron pensar en las chucherías importadas que su viejo compraba baratísimo y vendía al quinientos por ciento en pueblos de mala muerte, unos paquetes prolijos los sorprenderían con cien mil dólares que, de inmediato, activan fantasías. Un buen auto, un viaje por Europa, un departamento nuevo, ¿qué encarar con esa plata? A Luis le surgen, enseguida, otras preguntas: ¿de dónde salió esa guita?, ¿cómo pudo haberla juntado su padre si vivía al día, vendiendo baratijas? El misterio, piensa, tiene que estar relacionado con lo que le contó un comerciante de Bahía Blanca, el que encontró a su padre muerto ante el volante del Taunus con el que recorría las rutas: en el baúl del auto “había algo raro”. Por unos días lo conserva, pero no por mucho tiempo, porque puede ser riesgoso para él. No puede decirle qué es: si se va para allá, en honor a la vieja amistad con el Gringo Daverza, se lo entrega.

  Eso, a grandes rasgos, es lo que echa a andar la trama de Lo oscuro que hay en mí, la última novela de Horacio Convertini, que sitúa su historia en la segunda mitad de los ’90, tiempo en que los panchos compañeros de laburo del protagonista discurren al pasar sobre si se habilitará o no una segunda chance de reelección, un tercer mandato de Menem. Y aunque de fondo aparece algún que otro toque sobre la escena política en sí (entre los que destacan una veladísima alusión a la muerte de Junior, el hijo del ex presidente), el autor traza algunas pinceladas clasemedieras de época en las improntas de sus personajes: la inercia pachorra de Luis en una repartición pública desinflada; la crisis de su mujer, Virginia, una maestra que lleva a disgusto su trabajo, su pareja y el tener que cruzarse a diario con su hermana mayor, que se quedó con la casa principal del predio y la relegó a ella al departamento del fondo; la sobrina de ambos, Diana, una adolescente que escucha cumbia a todo volumen mientras toma sol desnuda –o casi– en compañía de un dogo. Los dólares que encontraron en la casa del padre muerto: “Contaron dos veces el dinero, cien mil, cien mil, gritaron, y se besaron de la alegría y se dejaron caer en la cama y cogieron como hacía mucho tiempo que no cogían, dándole patadas a la ropa del Gringo para tirarla al piso, sin preocuparse de lo que pudieran ver o escuchar los vecinos a través de la ventana abierta de par en par”. 

Un autor de género

  La impronta narrativa de Convertini se inscribe en el género negro, y varias de sus novelas ganaron premios en festivales como la Semana Negra de Gijón o el Buenos Aires Negra. Por los cuentos de Los que están afuera recibió el Premio Municipal de Literatura; también ha publicado historias negras que apuntan a niños y adolescentes. En El último milagro entrevera el fútbol con un toque de ciencia ficción y cuenta de un Racing al borde del descenso con un técnico en retirada, barrabravas pesadísimos, un jugador estrella que piensa en Europa y la idea de un chip implantado para que, desde afuera, lo maneje un experto en PlayStation. En otra de sus novelas, Los que duermen en el polvo, buena parte de los argentinos se han convertido en zombies y lo que subsiste “a salvo” es una franja en el sur del país y Nueva Pompeya, el viejo barrio ahora amurallado y sitiado por “los bichos”: el protagonista, atormentado por un viejo amor, asiste a una situación que cada vez será más crítica. Los personajes de Los que duermen en el polvo llevan los apellidos de viejos jugadores de San Lorenzo, cuadro del que es hincha Convertini. Como Luis, el protagonista de este último libro.

Convertini nació en 1961 en Buenos Aires, cursó unos años de Licenciatura en Historia y lleva casi cuatro décadas de trabajo en el periodismo, periplo por distintas secciones, una temporada en policiales, últimamente en libros/cultura; cuando se jubile, ha dicho, quizás retome la carrera de historiador. Tardó en agarrarle la mano a la narrativa: escribía relatos que destrozaba de inmediato, sistemáticamente, hasta que un día se acercó al taller de Pablo Ramos y entonó, sintonizó, intensificó. Tenía cuarenta y cinco cuando empezó a publicar, mandaba sus cuentos a concursos literarios de todo calibre. 

Su estilo tiene una gran fluidez, con predominio de oraciones cortas -con cuidadas variaciones de extensión y musicalidad, nutridas de voces, referencias, gestos, detalles significativos-, párrafos cortos (difícil dar con alguno que supere por poquito una página) y capítulos también breves, que saltan hacia atrás y hacia adelante en el tiempo para construir fragmentariamente el devenir de personajes y sucesos. En su prosa uno detecta pinceladas de costumbrismo cotidiano y crueldad, de honestidad brutal, de hipocresía y también de intentos chingados por ceñirse a alguna fidelidad; trazos de humor áspero, de diálogos que pueden entreverar ingenuidad y filos, de sexo crudo, desesperado, de predominio fallido. Con la violencia, en sus diversas formas, moviendo los hilos de sus personajes.

Lo oscuro en lo negro

  En Lo oscuro que hay en mí, editado por Alfaguara, el hallazgo de esos dólares funciona como revulsivo, aguijonea a Luis y a Virginia de cara a lo que cada uno quiere, y afloran exacerbados los materiales químicos de la pareja, uno de los temas en la narrativa de Convertini: la fragilidad de las relaciones, sus miedos y frustraciones, sus malentendidos, la ilusión del amor y el refugio, sus consuelos y explosiones. En sus saltos al pasado va desgranándose la historia de Luis, las claves fundacionales con su mujer, la enfermedad prolongada que terminó con su madre. Por delante está la incógnita del padre, algunos viejos gestos y escenas que se resignifican: Luis se larga en el Taunus por los caminos de la provincia para saber quién fue el Gringo Daverza y quién es él, qué es la intemperie y el vértigo, qué es descubrir. Hasta que en algún momento cumbre diga, entre sollozos, lo que lo nombra a él y a la novela: 

-La oscuridad que hay en mí.

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