Cuestiones de oficio:

Discursos

por Anahí Flores

La orgia perpetua tapaExisten muchas herramientas a mano para poner en práctica cuando uno escribe, una de ellas es la de los discursos. Siempre me chocó esa palabra, no me remite al tema del que en realidad vamos a conversar en este artículo, pero me atengo a esa ya que es por todos aceptada y reconocida. Leyendo Teoría y técnica del cuento de Enrique Anderson Imbert, me enteré de que a él tampoco le gustaba este término y que hubiera preferido cambiar la palabra “discursos” por “habla”. Y, en algunos otros textos, se conoce esta herramienta como “estilos”. Así que hoy hablaremos de discursos, de estilos, del habla.
Al menos hasta el momento hay cuatro discursos conocidos: directo, indirecto, indirecto libre, directo libre.
El discurso directo es muy fácil de identificar. Reproduce las palabras del personaje sin subordinarlas sintácticamente a las del narrador. Escuchamos al personaje en forma directa gracias a los signos de puntuación (las rayas o las comillas). El personaje es autónomo: lo que dice lo recibimos, como lectores, directamente de su voz, sin la intermediación del narrador.
Veamos un ejemplo en “Colinas como elefantes blancos“, de Hemingway:

 

—¿Qué tomamos? —preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre la mesa.

—Hace calor —dijo el hombre.

—Tomemos cerveza.

—Dos cervezas —dijo el hombre hacia la cortina.

—¿Grandes? —preguntó una mujer desde el umbral.

—Sí. Dos grandes.

 

En el discurso directo, como dijimos, la voz de los personajes viene entre rayas o comillas. Las rayas suelen presentar dificultades si uno no conoce las reglas (otro día, en un futuro artículo, podemos estudiar cada detalle del uso de las rayas, aprender a escribir un diálogo con la puntuación correcta).
Sobre el uso de este discurso, Juan Rulfo dice: “Una de las cosas más difíciles que me ha tocado hacer, precisamente, es la eliminación del autor, eliminarme a mí mismo. Yo dejo que aquellos personajes funcionen por sí y no con mi inclusión, porque entonces entro en la divagación del ensayo, en la elucubración”.
En el discurso indirecto el narrador cita indirectamente a su personaje. Este estilo se caracteriza por usar un verbo de habla seguido de las conjunciones que o si. (¿Cuáles serían los verbos del habla? Menciono algunos: decir, afirmar, contar, exclamar, explicar, proponer, rogar, preguntar, susurrar, mencionar, gritar, etc.) Gracias al verbo del habla queda claro que el narrador quiere transmitir lo que dijo el personaje, pero adapta el mensaje cambiando los tiempos verbales y los pronombres, y haciendo desaparecer algunos signos de puntuación como los de exclamación, interrogación y los puntos suspensivos.
Veamos un ejemplo de estilo indirecto en el cuento “Papá Noel duerme en casa”, de Samanta Schweblin:

 

Cuando pedí explicaciones papá dijo que mamá no estaba enferma ni tenía cáncer ni se iba a morir. Que bien podría haber pasado algo así pero que él no era un hombre con tanta suerte. Marcela me explicó que mamá simplemente…

 

Llegados a este punto, ¿cómo saber, cuando estamos escribiendo, si en un determinado texto conviene usar el estilo directo o el indirecto? El diálogo directo llama mucho la atención, por eso se recomienda para escenas importantes en las cuales queremos que los personajes hablen por sí mismos. Para escenas donde nos vendría bien una elipsis, puede funcionar mejor el estilo indirecto.
De estos dos primeros discursos que vimos, me surge pensar que en el discurso directo confiamos en lo que dice el personaje, ya que escuchamos sus palabras viniendo de su propia voz. No hay interferencias. Pero en el indirecto no podemos confiar de la misma forma: lo que dice el personaje pasa por la voz del narrador. El narrador incluye el mensaje del personaje en su propia voz y aclara siempre que pertenece al personaje (él dijo que, él gritó que, ella susurró que, ella preguntó si, etc.).
Por otro lado, el estilo indirecto es más flexible que el directo, porque permite modificaciones en lo que dicen los personajes siempre y cuando se mantenga la esencia del discurso.
En el discurso indirecto libre el lector nota que el narrador inserta palabras del personaje aunque no aparezca ningún verbo del habla. Supone un mecanismo de aproximación al personaje, para que el lector perciba la realidad de manera cercana a éste.
El discurso indirecto libre tiene elementos en común con los dos discursos hasta ahora mencionados.

En La orgía perpetua, ensayo de Mario Vargas Llosa sobre Gustave Flaubert y Madame Bovary, el autor habla de cómo Flaubert puso en práctica por primera vez en la historia de la literatura —tal vez sin ser consciente de que lo estaba inventando— el discurso indirecto libre. Un detalle que me llama la atención: para que el lector no se confundiera y pudiera discernir entre la voz del narrador y las voces de los personajes, Flaubert, en 1857, utilizó letra itálica para las partes en discurso indirecto libre. Veamos unas pocas líneas de la novela:

 

Abandonó la música. ¿Para qué tocar?, ¿quién la escucharía? Como nunca podría, con un traje de terciopelo de manga corta, en un piano de Erard, en un concierto, tocando con sus dedos ligeros las teclas de marfil, sentir como una brisa circular a su alrededor como un murmullo de éxtasis, no valía la pena aburrirse estudiando. Dejó en el armario las carpetas de dibujo y el bordado. ¿Para qué? ¿Para qué?

 

Y llegamos al último de los cuatro discursos o estilos. A decir verdad, este cuarto discurso no siempre es incluido cuando se habla de este tema, así que podría decirse que es el discurso “patito feo”. 

En el discurso directo libre, el narrador pone en escena la voz de los personajes pero elimina todas las marcas propias del diálogo, incluidos —a veces— algunos signos de entonación, y luego retorna a la voz del narrador, que reemplaza la de los personajes. 

En la obra de José Saramago aparecen muchos ejemplos de este discurso, así que me remitiré a su novela La caverna. Aclaro antes que Saramago usa mayúsculas para indicar que cambia la voz de un personaje a otro, lo que facilita bastante la comprensión del lector, pero este detalle no forma, necesariamente, parte del discurso directo libre: 

… Yo ayudo, dijo Marta, Ayudarás, sin duda, no tienes otro remedio, por mucho que me cueste, Siempre he ayudado, Pero ahora estás embarazada, De un mes, o ni tanto, todavía no se nota, me siento perfectamente, Me temo que no consigamos llevar esto hasta el final…

Por último, tengamos presente que los cuatro discursos se pueden ir alternando entre sí dentro de un mismo texto. Las divisiones entre ellos no son tan exactas y categóricas y es habitual ir pasando de uno a otro a lo largo de una lectura. El lenguaje es libre y fluctuante.

Todos los que escribimos narrativa aplicamos estas herramientas intuitivamente. La idea que me llevó a escribir este artículo no fue traer “algo nuevo” sino organizar ese conocimiento que ya está, ordenar las herramientas y poder utilizarlas no solo cuando salgan por costumbre: sobre todo cuando, como autores, decidamos usarlas. 

Eso sí: no es algo para pensar a la hora de escribir. Es para tenerlo presente a la hora de revisar, de pulir, de reescribir.

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