Lecturas: Murmullos en alguna ciudad

Canción, llévame lejos

Por Wenceslao Bottaro

murmullos en alguna ciudad¿Qué pasa cuando la armonía de una vida familiar, rutinaria y previsible, es alterada por un elemento inesperado? Una posible respuesta podría ser la historia de Lucrecia que nos cuenta Natalia Brandi en Murmullos en alguna ciudad (Mil botellas, 2020).

Lucrecia está en pareja con Diego, que es guía de turismo y se la pasa viajando. Tienen a los mellis. Son parte de la masa asalariada que vive con relativo bienestar. Pareciera que el principal problema en sus vidas es resolver, cada día, cómo arreglárselas para dejar a los mellis en la escuela y llegar a tiempo a sus trabajos. A veces, Diego se va por semanas enteras, pero cuando no está de viaje se ocupa de la casa y los chicos. Suelen andar a las corridas pero se las arreglan bien.

Lucrecia trabaja medio día en un Ministerio de la ciudad de La Plata: “para criar a mis hijos como se debe”. Tiene una oficina para ella y lleva y trae carpetas, hace fotocopias, archiva expedientes. Sube a la terraza del edificio para fumar con su compañera y amiga Gilda. Las letras de Babasónicos son la banda de sonido de sus enrosques mentales. Va todas las semanas a terapia: “Hay veces que siento que el Ministerio no pertenece a la realidad, sino que es un mundo paralelo”. “Acá a nadie le importa que trabaje mucho o poco, bien o mal. Nadie se fija si soy linda o si tengo plata. Acá soy invisible, como todos”.

Es en esa dimensión paralela de la burocracia donde irrumpe una supernova luminosa que despeja, al menos por un tiempo, la atmósfera gris y densa del tedio oficinesco. Se llama Hérman —“como Germán pero con hache y sin acento en la a”—. Es el nuevo empleado que va a parar a la oficina de Lucrecia. Es joven, lindo, estudia cine, es lindo, le gusta leer… ¡y conoce a Marguerite Yourcenar! A Lucrecia le empiezan a pasar cosas. En presencia de Hérman todo se vuelve como en cámara lenta, o se acelera, se vuelve torpe, le cuesta mantener el control de sí misma. Busca excusas para hablarle o estar cerca de él pero cuando lo logra transpira, se sonroja. “Lo beso con la mirada”, dice, “estrujo los dedos en mi blusa para no desprenderle el pantalón”.

Este es el punto de partida de una trama que, por medio de capítulos breves y dinámicos,  va describiendo el terremoto existencial y emocional que sacude la vida monótona de Lucrecia. La fuerza de atracción sexual que lubrica sus pensamientos y deseos es tan intensa que la incita a desbloquear fantasías eróticas y la enfrenta a límites que nunca pensó cruzar. ¿Y los mellis? ¿Y Diego? ¿Y Hérman? Todo no se puede. Terapia. Estabilidad. ¿O sí?

Este proceso que va transformando a los personajes y sus relaciones, también va transformando la estructura del relato. El tiempo pasa. El deseo crece y quema bien adentro. La historia se divide en capítulos muy sugestivos que van penetrando distintos niveles de intimidad de los personajes: La carta, Los mails, Las fotos, Los videos…

La historia se vuelve un juego que a veces se plantea con escenas de erotismo explícito —si es que existe algo así— y con dosis bien administradas de humor e ironía. El ritmo de la escritura atrapa. La realidad atrapa. Hay que tomar decisiones. Lucrecia se sienta un rato en una plaza. Medita. Contra el fondo rojo del atardecer ve desprenderse las hojas de los tilos. A su alrededor, los autos se pierden por las calles diagonales y en su cabeza suena un tema de Babasónicos: “Canción, llévame lejos, donde nadie se acuerde de mí, quiero ser el murmullo de alguna ciudad que no sepa quién soy”.

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