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Literatura y deportes: Siempre seré el bastardo del fútbol

Por Por Alejandro Duchini

“No está muerto. Está vivo. No tiene asuntos pendientes con la Justicia, no es un prófugo. No ha huido al extranjero. Está en Roma, vive cerca de donde creció. Regresó cuando la condena ya había prescripto y casi todos se habían olvidado de él, cuarenta años es mucho tiempo para cualquier victoria, cualquier derrota y cualquier escándalo, es el tiempo de dos generaciones: no se hizo rico, fue un obrero del fútbol y a otro fútbol jugaba, el de las camisetas de lana con los dorsales del uno al once, sin patrocinadores, el de los partidos que empezaban todos el domingo por la tarde a la misma hora y en los que solo se podía hacer dos cambios, los estadios no estaban cubiertos, los asientos no estaban numerados, las entradas no eran personales e intransferibles, no había música durante el calentamiento”.

Así arranca La desaparición del futbolista militante (Altamarea), el libro del periodista italiano e hincha de la Lazio Guy Chiappaventi, quien reconstruyó la vida de Maurizio Montesi en base a “entrevistas, documentos, artículos de periódicos y antiguas notas de agencias, documentos judiciales”. Y un poco de ficción.

Mediocampista nacido en Roma (26 de julio de 1957) y jugador de Lazio y Avellino desde el ‘76 al ‘83, a Montesi le sobraron los escándalos. En 1978 fue duro con los hinchas y dirigentes del Avellino. Militante de ideas de izquierda, dijo que el fútbol cegaba y esclavizaba a los hinchas. “Por el fútbol todo el mundo está dispuesto a hacer la revolución, pero para lo demás nadie dice nada”. Y se quejó de que las autoridades pongan “cientos de millones para construir un estadio en cien días” pero que no lo hagan con los hospitales.

“En Italia todo va bien siempre y cuando no se dicen nombres ni se ataca el fútbol. Yo hice ambas cosas. Dije que los poderosos de la ciudad especulan con la pasión de la gente y construyen con ella su consenso político”, dijo, además. Y remató: “El hincha es una mierda. Le hace el juego al sistema, apoya a once personas con las que no tiene nada en común, o yo no tengo nada en común con ellos, que hacen del fútbol su modo de vida. Los aficionados viven el fútbol como un drama: el domingo pasado perdimos en Vicenza. Un aficionado sufrió un ataque epiléptico. El año pasado murieron dos de un infarto cuando marcamos al final de un partido”.

La vida de Montesi tuvo de todo. Chiappaventi la ficciona en la voz del propio ex futbolista. Cambia nombres, les pone tono a las voces de los personajes. Suma recuerdos, como por ejemplo que Montesi fue sancionado por criticar a los hinchas de su equipo. Pero también da cuenta de la condena social: “Han sacado a la luz la historia del accidente del verano pasado en Roma, en via della Conciliazione. Era finales de julio e iba en moto, atropellé a un transeúnte en un paso de peatones y murió. La fiscalía de Roma me acusa de homicidio involuntario. Hace que me sienta mal, quiero ayudar a la familia de aquel hombre”.

Deprimido mientras se recuperaba de una lesión, fue apresado por supuesta tenencia de drogas en un departamento prestado al que había ido con una mujer. La policía encontró 20 gramos de cocaína, balanza y material para corte. Pero el viaje sin retorno ocurrió cuando, internado en un hospital, le contó a un periodista amigo los detalles de los sobornos que le habían ofrecido para participar de arreglos de partidos. Niega haber aceptad, pero dice los nombres de quienes le ofrecieron una importante suma de dinero. Sus declaraciones se convirtieron en escándalo. Detenciones, arrepentidos y mucha plata en juego. Los noticieros se hicieron la comidilla al transmitir los arrestos en directo en los estadios donde entrenaban los presuntos implicados. Iban -literalmente- de las duchas a la cárcel.

Montesi negó lo dicho. El periodista difundió la grabación y ya no pudo defenderse: “Tenía la grabación de la llamada telefónica que me había hecho desde la redacción y en la que me releía la entrevista ya escrita. Al teléfono yo se lo confirmaba todo, ahí estaba mi voz grabada, y le decía que no publicara la parte de las apuestas”.

Lo que explotó fue el Totonero. El primer gran escándalo italiano por apuestas deportivas. Avellino, Bolonia, Lazio, Milán, Perugia, Palermo, Taranto y Pescara (único club absuelto). También jugadores detenidos y sancionados. Entre ellos, Paolo Rossi, símbolo de la Italia campeona del Mundial del 82. El dueño de un restaurante al que asistía el ambiente futbolero y un verdulero amigo manejaban las apuestas. Cuando perdieron dinero, ellos también hablaron.

“Nadie se acuerda de mí por cómo jugaba, por una entrada en el centro del campo, por un balón robado, al contrario, por un gol. Para todos soy y será siempre el Pepito Grillo del fútbol, el arrepentido, el colaboracionista, la señal de alarma, el bastardo, el que escupió en el plato del que comía, el hijo renegado, el desagradecido, el infame”, le hace decir Chiappaventi a Montesi, quien desde entonces vivirá amenazado y custodiado por amigos.

Trunca su carrera como futbolista, ya que nunca se recuperó del todo en lo físico, a los 24 años pasó al ostracismo. Hasta que en 1992 lo detuvieron por narcotráfico. El barco -el San Marco- en el que trasladaba cuatro toneladas de hachís se hundió en una playa de Roma. En su interior, los buzos encontraron, además de la droga, su teléfono celular.  Le dan cuatro años, pero se las ingenia para desaparecer. “Yo no quería ir a la cárcel, de ninguna manera. Por eso decidí desaparecer, seguir siendo para todos el joven de un antiguo cromo de Panini con la camiseta de franela y el pelo negro despeinado y echado hacia atrás, sudoroso. Un futbolista debe estar sudado, en el campo gana el que más suda la camiseta (…) No quería que mi foto más conocida fuera como narcotraficante con las manos esposadas. Por eso me fui de Italia”, dice el Montesi de Guy Chiappaventi.

Y dice también: “Me fui sin avisar a nadie; total, voy a durar poco, tal vez negocie las condiciones para poder volver y me deriven a los servicios sociales. Mientras tanto, apelo y llegaré hasta el Tribunal Supremo, pensé. En cambio, estuve fuera de Italia más de diez años, que fue el tiempo necesario para que prescribiera la condena y pagar mi deuda con la Justicia, pero a mi manera, sin pasar un día en la cárcel. La cárcel siempre es una mierda, no te mejora, no te cura y yo no necesito ser reeducado: ya me educaron mis padres”.

Así que, mucho después, Montesi regresó a su Roma. O tal vez esté en Francia, España. Dejó de ver fútbol, dice el autor. Socialmente, cambió su nombre y -asegura Chiappaventi- se la pasa leyendo. Vive de una pequeña pensión como ex futbolista. “En la vida -se lee en La desaparición del futbolista militante– importa más el momento del adiós que el del debut; todos recuerdan cómo te retiraste, no importa lo que hiciste antes”.

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