Cuestiones de oficio:

Zona de confort

por Sebastián Grinberg

Presentación, nudo y desenlace, según nos enseñan en la escuela, debería ser la estructura básica de cualquier relato. No voy a cuestionar aquí esa estructura (que sabemos puede modificar su orden, flexibilizarse o modificarse por completo) sino a tratar de pensar en una de esas partes, la fundamental e ineludible: el nudo, donde se presenta el conflicto de la historia. Más allá de su resolución final, casi no existe cuento o relato en el que no haya un conflicto presente (quizá no lo hay, en el sentido  habitual, en “El abandono y la pasividad” que Di Benedetto, según dijo, escribió para demostrar a Sábato que se podía hacer literatura sin emociones y conductas humanas). Parecería, incluso, que la narración de una historia en la que los conflictos no estén presentes, carece de interés. Hasta en las narraciones épicas o historietas, donde sabemos de antemano, casi con seguridad, que el héroe finalmente vencerá, es necesario que aparezcan dificultades. Sin obstáculos que sortear, la historia, quizá tanto la escrita como la personal, no tiene mucho sentido (pienso en la tasa de suicidios en Finlandia, dónde parecería que tienen casi todo resuelto).

 ¿Nos predisponemos de la misma manera a escuchar de boca de un amigo o un familiar, el relato de sus vacaciones en el Caribe, que a escuchar el de un tipo al que, mientras iba a la panadería a comprar facturas para sus hijos, lo atropella un auto, le tienen que cortar la pierna, la mujer lo aguanta un tiempo y finalmente lo deja y lo echan del trabajo? La respuesta es no. Incluso, más allá de la resolución final de la historia, de si el tipo pudo recuperar a la mujer, ganar un juicio contra la empresa, una carrera de lisiados o de si le pusieron una pierna biónica con la que, en lugar de convertirse en súper héroe, aprovechó para abrir a patadas las cajas fuertes de los bancos, más allá de todo eso, lo que cautivará nuestra atención es el momento en que el tipo, mientras camina alegremente hacia la panadería, es llevado por delante por un auto sin control que se subió a la vereda, espera la ambulancia revolcándose sobre las baldosas, es trasladado al hospital y llega el momento en que deben informarle, o se da cuenta por sí mismo, que tiene una pierna menos. Esas escenas, serán las centrales.  Las leeremos o escucharemos con brillo en los ojos. Ese brillo estará totalmente ausente si nos están describiendo el menú que le ofrecían a nuestro familiar o amigo en el all inclusive o la cantidad de margaritas que bebió. ¿Por qué sólo la historia que contiene conflicto o drama es la que nos atrae? ¿Por morbo? ¿Por qué el sentido común indica que el valor de algo es proporcional a la dificultad en conseguirlo? Puede ser, pueden ser esas cosas y muchas otras. 

La idea de que para que una historia sea historia, funcione, el personaje debe salir por su cuenta o a la fuerza, de su lugar de confort, o sea, enfrentarse a un conflicto, es casi una muletilla en cualquier taller literario. 

Por el contrario, los momentos de lectura, suelen darse en una situación de confort: tirado en el pasto de una plaza, en la mesa de un café, en el sillón del living, en la cama. También puede leerse en lugares horribles, como en el subte o la cola de un supermercado, pero la mayoría de las veces el momento de lectura es el de una situación de comodidad y ahí hay un primer contraste: la tranquilidad del que lee versus la situación de conflicto en la que el personaje se encuentra. 

Freud, al analizar el chiste, evalúa que la situación cómica se produce porque es el Yo observador el que presencia una situación que le ocurre a otro, por ejemplo, una caída, situación que acarrea a este otro consecuencias negativas, y de la que, ese Yo observador, se encuentra a salvo. Digamos que el conocimiento de que lo mismo podría sucedernos y, vernos a salvo de esa situación, es lo que nos produce placer (algo en una línea similar, aunque más ligado a lo social dice H. Bergson en La risa). Si transportáramos esa hipótesis a la situación de lectura o de escuchar una historia, podemos pensar que el lector u oyente, su Yo, se identifica con el personaje, se ve en una situación de conflicto, participa de la tensión y adrenalina que esa situación genera, pero se mantiene a salvo de las consecuencias negativas (pienso en Rabia, de Bizzio: mientras dura la novela los lectores podemos sentirnos dentro de esa habitación mínima, podemos espiar a los ocupantes de la casa, usar sus objetos personales, conocer sus historias y vivenciar el peligro de ser descubiertos, sin las consecuencias que una situación semejante tendría en la vida real). Lo mismo sucede con los juegos infantiles. En ellos, suelen escenificarse, sin peligro, posibles situaciones de la vida real: una cirugía, un tiroteo. La lectura y el juego encuentran ahí un punto en común, permitirnos escenificar y participar, a través de la acción en el juego, de las imágenes mentales en la lectura, de situaciones de conflicto de las que, en definitiva, nos encontramos a salvo. Esa posibilidad, en el caso de los cuentos y relatos, nos es brindada, principalmente, por la existencia del conflicto. 

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