Hace 115 años, durante el mediodía del 4 de julio de 1910, se hizo la primera “pelea del siglo” en serio. ¿Vieron que en el boxeo cada vez que se quiere vender una pelea se la señala como “pelea del siglo”? Bueno, la de Jack Johnson y James Jeffries, en Reno, Nevada, lo fue en serio. Porque Jeffries representaba la pureza blanca y era el favorito a ganar. Johnson era negro, con lo que significaba en aquellos tiempos de racismo. Y, además, era el primer campeón mundial negro de peso pesado. Pero Jeffries, por principios, se negaba sistemáticamente a regresar para enfrentarlo tras cinco años de retiro como campeón invicto.
Las presiones pudieron más y aceptó el reto. Que se convirtió en la noticia deportiva del momento y hasta en uno de los primeros encuentros deportivos de repercusión mundial. Ahí fue que el periodismo y la literatura se dieron la mano. El escritor Jack London cubrió ese combate con sus días previos, en los que fue preparando el terreno con sus crónicas diarias para el New York Herald. Esos textos hoy se pueden leer en el libro El combate del siglo (Editorial Gallonero).
El triunfo indiscutible de Johnson (“El asalto decimoquinto fue el penoso final. En él probó Jeff por primera vez la amargura que otros habían probado de sus puños. Él, que nunca había sido noqueado, lo fue repetidamente. Él, que nunca había sido eliminado, fue eliminado por nocaut. No importa la decisión técnica. Lo eliminaron por nocaut. Eso es todo”, lo describió London) fue un hecho histórico que tuvo sus consecuencias. Hubo incidentes en las calles entre negros, blancos y policías. Las autoridades mandaron a reprimir e incluso hicieron hincapié en censurar la difusión de las imágenes de la pelea. Entendían que la victoria de un negro era una suerte de humillación sobre los blancos y que contribuía al crecimiento de la violencia social. Pero nada pudo impedir los 20 muertos oficiales.
La pelea se vendía como “la gran esperanza blanca” contra el “gigante de Galveston”. London escribió que tenía “tantas ganas de ver el combate que resulta doloroso”. Y acertaría al vaticinar que no sería “un combate corto. Será una lucha tremenda”. “Será una lucha tremenda. Así que les repito a todos los hombres que les gusta el juego, tienen el dinero y están a un tiro de piedra de Reno: vengan. Es el combate de combates, el culmen del boxeo y quizás la última pelea grande que tendrá lugar jamás”, convocaba.
London también escribió en defensa de este deporte: “El boxeo puede ser brutal, pero, en mi humilde opinión, hay muchas cosas peores. Obedece a unas reglas rígidas. Los golpes bajos no están permitidos, ni los hombres grandes pueden pelear contra los pequeños. Los pesos pesados luchan entre sí, los medios entre ellos, y los ligeros también. Pero en el mundo exterior no se da esa deportividad. Si los descuentos son un golpe bajo al mundo de los negocios, ¿qué decir de la adulteración de los alimentos, de los defensores de la vida que circulan llenos de chatarra o de los sobornos a legisladores y representantes del pueblo? ¿Puede compararse lo peor que haya ocurrido jamás en un combate con engañar en el peso al gobierno, es decir, al pueblo? ¿Qué decir del hombre que pone a cien niños a trabajar en una fábrica y los destroza por dentro y por fuera? ¿O del gran comerciante que, sacando partido del hambre, condena a sus empleadas a largas jornadas de trabajo a cambio de un sueldo miserable?”.
Las diferencias raciales tenían tanto peso que cuando Jeffries decidió volver a pelear justificó así: “Me siento obligado ante el público deportivo a hacer al menos un esfuerzo para recuperar el título de campeón del mundo de pesos pesados para la raza blanca […]. Debería volver a entrar en el cuadrilátero y demostrar que el hombre blanco es el rey de todos”.
Johnson era hijo de esclavos emancipados y ya había bajado del ring a varios blancos. Además, se relacionaba con mujeres blancas; de hecho, su pareja lo era. Y cuando viajó a Reno a pelear llegó acompañado de sus amantes blancas (fue el primer acusado de violar la ley de trata de blancas de 1910, conocida como Ley de Mann). Así que cuando noqueó a Jeffries en el decimoquinto round podía olerse también la violencia en las calles. Tres días después fue cuando muchos estados prohibieron la difusión de las imágenes de la pelea. Quien puso el grito en el cielo, y no por razones elevadas, fue el empresario Siegmund Lubin, quien había invertido una fortuna (200 mil dólares de entonces) para hacer una película con ese combate.
La previa había generado una enorme expectativa no sólo por los organizadores sino por la gente en sí, que la pedía. Los medios de comunicación se sumaron al reclamo. Los Angeles Times, por ejemplo, había publicado años antes: “Depende de ti, campeón Jeffries”. Johnson, en tanto, seguía ganando y volteando muñecos. “Quiero que el siguiente sea el señor Jeffries. Creo que estoy calificado para luchar con él. […] Soy más rápido que nunca, más grande, más fuerte. […] Creo que todo el mundo lo sabe”, desafiaba. Así que, a Jeffries, que se jactaba de la superioridad del hombre blanco, no le quedó más que salir de su letargo y volver a entrenar.
Pero Johnson fue mucho más en la pelea, cosa que unos cuantos blancos no se bancaron y salieron a las calles de todo el país a cazar negros. “Hubo multitud de heridos y se destrozaron, quemaron y demolieron propiedades”, se lee en El combate del siglo. Y también: “Aunque no hay estimaciones generales de los daños, está claro que la victoria de Johnson conmocionó a la nación y azuzó la animosidad racial. Los informes de la mayoría del país indican que la mayoría de los disturbios los han provocado los blancos. (…) En algunos casos es evidente que algunos blancos pendencieros estaban encantados de encontrar una excusa para atacar a los negros”.
Sin embargo, la prensa nacional minimizó el triunfo de Johnson y aportó para evitar que se hablase de “supremacía negra”. El cine de los Estados Unidos no se quedó atrás: acentuó la prohibición de escenas de sexo entre blancos y negros. La MGM tenía en sus planes el musical Show Boat (que se estrenó en 1951) con el protagonismo de la actriz afroamericana Lena Horne, pero por los mandatos sociales contrató a Ava Gardner. Es, apenas, un ejemplo.
Es posible que esta no sea una historia de perdedores y ganadores. Jeffries volvió a su retiro y a entrenar boxeadores. Johnson se mantuvo en el pedestal hasta el 15 de abril de 1915, cuando perdió el título ante Jess Willard -el blanco que de alguna manera vengó a Jeffries- en un combate que se hizo en La Habana, Cuba. Sin embargo, peleó e hizo exhibiciones hasta superar los 60 años.
Pero -aunque sin saberlo- la gran venganza blanca sucedió el 10 de junio de 1946. Ese día, Johnson quiso entrar a un restaurante pero se lo negaron por ser negro. Así que se enojó, se metió en su auto y volvió a la ruta, donde tuvo el accidente que le costó la vida. Tenía 68 años cuando murió en el Hospital St. Agnes de Raleigh, Carolina del Norte. Era el hospital en el que se atendía a los negros.