Las muchas facetas de Bioy Casares
Por Matías Carnevale
Adolfo Bioy Casares fue un escritor de inigualable talento y de una vida afortunada y rica en experiencias y en literatura. Amigo de Borges, colaboró con él en una sociedad que tuvo nombre propio, Honorio Bustos Domecq, y dejó un legado de varias obras. Borges y Bioy debutaron en 1935 como profesionales de la escritura—hoy se los llamaría creativos—con un folleto publicitario para La Martona que exaltaba las virtudes de la leche cuajada. A aquella producción más bien baladí le siguieron Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), Un modelo para la muerte (1946), Crónicas de Bustos Domecq (1967) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977).
De las Crónicas quisiera destacar “Esse est percipi” que parece desmontar el espectáculo futbolístico y se adelanta por un año a los simulacros perpetrados por los medios de comunicación que predomina en la novela La penúltima verdad, de Philip K. Dick. No he hallado pruebas de que el norteamericano haya leído a Bioy, pero se suele comparar su obra con la de Borges, a quien sí leyó y admiró.
A propósito de Bioy y la ciencia ficción, el filósofo Pablo Capanna señala que ha sido uno de los “maestros”. Capanna, en Ciencia ficción, utopía y mercado considera especialmente a La invención de Morel y “La trama celeste”, y opina que tal vez sean “las cumbres más altas de una ciencia ficción que muchos se resisten a reconocer como tal.” Abundan los elementos del género en la obra de Bioy: desde criaturas submarinas en “Bajo el agua” hasta taxistas superhumanos en Un campeón desparejo, pasando por túneles misteriosos, útiles para el contrabandeo, en “De la forma del mundo”. Bioy también ha incursionado en la distopía, en Diario de la guerra del cerdo (1968) y el viaje espacial, en De un mundo a otro (1998).
Pero Bioy no fue solo un escritor de ficción: las ediciones de su Borges (tan valioso que se ofrecen copias a 50.000$ o más) y el más reciente Wilcock lo sitúan entre los literatos más avezados en la producción de no-ficción, esa categoría tan plástica y conveniente para libreros y editores. Respecto del trabajo de Bioy como diarista, el traductor y escritor Edgardo Scott ha escrito que es “enorme y brillante”, y que una compilación en un solo volumen sería imposible. Como muestra, un botón: Descanso de caminantes es Bioy según Bioy con honestidad suprema. En una entrada de abril de 1981, confiesa que él alcanzaba la felicidad completa con: “Salud. Coitos frecuentes y satisfactorios. Invención y redacción de historias. Apetito y buenas comidas. Despreocupada holgura económica. Una buena compañera a mi lado. Una casa agradable, en un lugar agradable, para vivir con ella. Abundancia de libros. Cinematógrafos, no demasiado a trasmano. La familia del otro lado del mar.” Bon vivant, dandy sempiterno, Bioy también fue el entrevistado estrella en libros de conversaciones—aquel arte olvidado que supo ser prueba de la cultura de alguien—como Siete conversaciones con Bioy Casares, de Fernando Sorrentino.