Una noche ganada al naufragio

por Héctor Prahim

Hector PrahimSi se estuviera en el medio del mar sobre una plataforma petrolera y se detectara una pérdida, hay que saber que al instante se activará un sistema que cortará la entrada y salida de petróleo y gas, eso detendrá la compresión y se apagará la energía eléctrica, y el mismo sistema lanzará 11.400 litros de agua marina por minuto sobre la plataforma. Si uno se encuentra afuera, y no en los módulos habitacionales presurizados, tiene que quedarse quieto y mojarse, peor sería resbalar y caer. Debo confesar que algo de esa angustia pasó por mí en este tiempo extraño, algo de eso paralizó por completo mi escritura los primeros meses, y al contrario de una plataforma petrolera en la que no te pueden recetar ansiolíticos por el trabajo que se realiza, “descontracturante muscular, miorrelajante para el bruxismo, cefalea tensional o cefalea en brotes”, fueron palabras comunes que flotaron a mi alrededor cuando yo buscaba escribir. Me costó mucho regular el pulso y volver más allá del estado de ánimo, quizás el hecho de ser padre de chicos de uno, cuatro y diez años, me ayudó a encontrar la esperanza justa y el ímpetu necesario. Siempre creí que el arte tiene la pulsión de encontrar la forma de ser más fuerte que su circunstancia y, bueno, fue en este tiempo, el invierno más crudo que me tocó pasar, que esa creencia se puso a prueba, y por fortuna salió airosa, y me apuntaló en mis madrugadas, porque después de hacer dormir a los chicos, me sentaba, una vez más, delante de la computadora a intentar contar una historia sin la necesidad imperiosa de tener la televisión prendida, aunque sea zumbando bajo, como sí tuve la necesidad en los primeros meses, para saber cómo encarar algo desconocido y demoledor. Lo único que quiero es dejar atrás este tiempo mezquino y antinatural, doloroso para muchos, y volver a los abrazos. Hace unas semanas estuve en la presentación de un libro que se hizo vía zoom, con una diferencia horaria de cinco horas. Ese hecho y el brillo en los ojos del autor cada vez que hablada de la perspectiva de sus personajes, de sus historias, hicieron que me sintiera reconfortado, ahí estaba el fuego, como lo está acá. Pertenecemos a una estirpe que contaba alrededor de ese mismo fuego, en noches cerradas iguales a esta. “Frío; hace tanto frío que no puedo más que arder” canta el poeta Gabo Ferro, y creo que esas son las palabras justas, contar a pesar de todo, para honrar este oficio más allá del resultado, sin imposturas, claro, y siempre respetando nuestro propio ritmo de producción, sabiendo incluso, que a veces no es indigno bajar los brazos, indigno es no reconocer que no siempre se puede. Porque en definitiva no son los premios, no es la publicación ni son las notas, a mi me hace feliz mi trabajo, el encontrar una historia, el seguirla, el perderme tras esas imágenes, el sentir la electricidad en el aire porque salieron algunos párrafos, y entonces ese es un día o una noche ganada al naufragio. Nunca fue fácil para ninguno de los escritores y ninguna de las escritoras que admiro, pero si algo nos enseñaron es a dar pelea hasta el final, así, con nuestras firmezas y debilidades, con los símbolos de esperanza y de belleza que persisten en nuestro oficio, para ponernos de pie si así se quiere, y para soltar esa fuerza de la naturaleza venida del fondo de nosotros mismos que nos hace renacer.

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