Sobrevivir al experimento marciano
Los trece cuentos que componen Experimento Marciano, de la escritora argentina Gabriela Colombo, fueron creados en su mayoría en el taller literario del escritor Marcelino Freire, en San Pablo, donde vivió 9 años. Brasil, su naturaleza tropical y exuberancia están muy presentes en esos textos. Habla del Tietê, un río contaminado que pasaba cerca de la casa donde vivió; de la Ciudad de las abejas, en Embu das Artes, y de la Basílica de Nossa Senhora Aparecida. “Todo lo que fui viviendo en esos años está de alguna forma plasmado en el libro: la maternidad, mi divorcio, la muerte de mi abuela”. Después del taller con Marcelino Freire, tomó clases a distancia con la escritora Samanta Schweblin y, luego, con Alejandra Laurencich. Cuando regresó a Buenos Aires comenzó un intenso trabajo de corrección. “Me llevó un par de años corregir y revisar los casi 30 relatos que tenía escritos, fui desechando lo que no servía y el libro empezó a tomar cuerpo. Finalmente hice una supervisión con Fernanda García Lao y busqué editorial.”
―¿De qué crees que se trata el libro? ¿Hay hilo conductor entre los cuentos que lo componen?
―Es un libro que trata el drama existencial con cierta ironía y humor negro. Muchos de los personajes están alienados y tienen dificultad para adaptarse a la realidad. Lleva el título de uno de los cuentos, que sugiere que la humanidad es un experimento marciano. La ecología, el capitalismo, la vejez, el dolor y la soledad son temas que también abordo: una madre lucra plantando piojos en la cabeza de sus hijos; en una nueva era las plantas se defienden del maltrato de los hombres; un adolescente se atraganta con el celular de la madre y ella se estresa por una conferencia telefónica ineludible. El hilo conductor está en esa mirada que se sorprende con el absurdo del comportamiento humano.
―¿Qué beneficio crees que tuvo para la construcción del libro el hecho de que los cuentos hayan pasado por el taller de Marcelino Freire y la supervisión de Fernanda García Lao?
―El taller de Marcelino fue esencial para mí porque en esos encuentros confirmé que me quería dedicar a la literatura, que no se trataba de un mero pasatiempo. Empecé a escribir cuentos a los 34 años, cuando me mudé con mi familia a San Pablo. En ese momento paré de trabajar y me dediqué a criar a mis hijos: un bebé de 4 meses y otro de 2 años y medio. Tuve más tiempo libre para hacer lo que me gustaba. Soy Administradora de Empresas y especialista en Marketing. Fui bancaria durante una década, hasta la llegada del corralito. Sin duda, Marcelino fue mi primer gran maestro, no solo por todo lo que me enseñó en relación al oficio de escribir, sino porque me motivó a seguir haciéndolo. Su taller fue el semillero de la mayoría de los cuentos del Experimento marciano. Además en esas reuniones semanales me hice amiga de muchos escritores, con quienes creamos el Colectivo Literario Martelinho de Ouro (que en castellano significa: Sacabollos). Con este grupo, hasta el día de hoy, compartimos nuestros textos, los leemos y “les damos martillazos”, los corregimos como lo hacíamos en el taller. Es un grupo unido que te empuja constantemente a escribir. Todos los años participamos con publicaciones en la Balada Literaria, creada por Marcelino. Se puede decir que este libro nació en Brasil, que fue madurando con el pasar de los años y que cuando volví a Buenos Aires, con la ayuda de Fernanda García Lao, hicimos el último pulido de los cuentos y lo di por terminado.
―Entonces, ¿le recomendarías a un escritor que empieza que haga taller literario? ¿Crees que hace falta?
―Sí, totalmente. Los talleres son muy importantes porque además de abrir un espacio para compartir un tiempo agradable con gente a la que le apasiona lo mismo que a vos, se aprende mucho analizando los textos de los demás y escuchando los comentarios que surgen de la propia producción. Es un intercambio esencial. Los escritores que coordinan talleres, además de aportarte su experiencia y conocimientos, te recomiendan un montón de lecturas que suman al momento de escribir.
―Dices que muchos de los textos que componen el libro fueron escritos a partir de tu vida en Brasil, ¿hay alguno de ellos que haya sido escrito luego? ¿Cuál?
―”Teflón” lo escribí en Buenos Aires y “Herencia” también.
―William Faulkner dijo alguna vez que un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación, ¿cuáles de estas tres crees que te han sido indispensables para construir tu obra hasta ahora?
―Las tres son indispensables.
―¿Qué es para ti la escritura? ¿Por qué escribes?
―En el epígrafe del libro, compartí una frase de Clarice Lispector que dice: “Escribo como si fuera para salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida.” Para mí se trata de lo mismo. Escribo básicamente porque me gusta y también porque es la mejor forma que encontré para sobrevivir a este experimento marciano. Sin la literatura y sin amor no lo lograría.