Si no lo leyeron aún, anoten este nombre: Takiji Kobayashi. Japonés, se lo conoce como el escritor proletario; y a su escritura, claro, como literatura proletaria. El 1ero. de diciembre habría cumplido 120 años (nació en la ciudad de Ódate, Japón, en 1903), pero lo que importa -ya verán por qué- son dos cosas: su obra y su muerte.
Empecemos por su obra. Kobayashi publicó ensayos, cuentos y novelas. Su infancia en la ciudad portuaria de Otaru, a la que lo mudaron para vivir con sus tíos, lo marcó en su escritura, tanto como la condición humilde de su familia. De hecho, su gran novela es Kanikosen – El pesquero, que cuenta sobre una rebelión en alta mar de marineros maltratados por el capitalismo. La historia sucede cerca de la península de Kamchatka, al este de Rusia. Lo cuenta tan bien que es posible sentirse, como lectores, dentro del Kanikosen (se traduce como cangrejero), que en realidad se llama Hakuko Maru. Imaginen un sistema que expulsa gente y que esa gente expulsada, con suerte, puede meterse a trabajar en un barco cangrejero de principios del siglo XX. Hay ex mineros, pescadores de ley, estudiantes desesperados por unas monedas, lúmpenes. De eso va la novela, que se publicó en 1929 y se convirtió en un éxito, lo que llevó a Kobayashi a la popularidad y al libro al teatro, al cine y al manga.
Cada trabajador sabe que su vida no vale nada. Tienen un patrón que ratifica: “¿Qué creen que valen uno o dos de ustedes? Lo que sí me daría pena sería perder un solo bote”. Para detallar la situación hay un párrafo excelente: “El patrón anunció con una nota que, además de premiar al trabajador que rindiera más, se castigaría al que rindiera menos. El castigo consistirá en aplicarle un hierro al rojo vivo sobre la piel. Mientras trabajaban, los hombres no podían dejar de pensar en ese hierro candente, que los acosaba como si fuera su sombra mientras trabajaban. Una vez más, la productividad del trabajo ascendió de forma espectacular”.
Kobayashi nos cuenta de pescadores enfermos por exceso de trabajo y frío, con cuerpos entumecidos y con miedo a morir. Hacinados, tanto los sanos como los enfermos no pueden ni darse el lujo de dormir. “Todos trabajaron en silencio, como si fueran hombres que hubieran olvidado las palabras”, escribe Kobayashi. “Su objetivo, su verdadero objetivo, es hacernos trabajar al máximo, presionarnos y sacarnos el jugo tanto como puedan para obtener ganancias enormes. Nos lo están haciendo cada día”, relata uno de los pescadores que, como muchos de sus colegas, escapaba a la dureza de la minería para caer en la pesadilla del mar. La historia termina –ojo con el spoiler– con una revuelta frustrada y otra exitosa. Imaginen en aquel Japón del emperador Hiroito que alguien hable de revoluciones de trabajadores.
Otro gran libro de Kobayashi es El camarada, escrito poco antes de su muerte. Cuenta el trasfondo de una fábrica con doscientos empleados en la que, para incrementar la producción de máscaras de gas, paracaídas y dirigibles, reclutan a seiscientos trabajadores temporales, a quienes les pagan menos. El proletario, se ve a los ojos de Kobayashi, nunca está a salvo. Con la excusa del conflicto bélico, les exigían cada vez más. Un infiltrado comunista observaba ese ambiente: “Si me atrapaban, me esperaban cuatro o cinco años de cárcel. Sin embargo, estos sacrificios míos, comparados con los que hacían miles de trabajadores y campesinos pobres día a día, no eran nada importante. Yo conocí de primera mano el sufrimiento de los campesinos sin tierra por la vida que, durante más de veinte años, habían llevado mi padre y mi madre. Y por esa razón sabía que mi sacrificio era imprescindible para liberar del sacrificio a aquellas miles de personas”.
Ahora vamos a su muerte. Que oficialmente ocurrió en 1933 pero que tal vez haya empezado antes. Pongamos que en 1929, cuando se publica Kanikosen y se convierte en un éxito. Kobayashi ya era militante del comunismo, lo que valió el despido del banco Hokkaido donde trabajaba, en Tokio, ciudad en la que vivía vigilado por la policía. Desde 1930 el acoso se había vuelto intenso. Acusado de subversivo, fue detenido varias veces. A punto tal que empezó a publicar con pseudónimo y a vivir en modo bajo perfil.
Digamos que zafó hasta el 20 de febrero de 1933, cuando lo arrestaron en la calle tras ser delatado por un espía infiltrado en el movimiento. Kobayashi ya era un miembro ilegal del Partido Comunista de Japón. El operativo fue realizado por la Policía Superior Especial, que trabajaba para el imperio japonés para detectar comunistas. Irónicamente se la conoce como Policía de Paz, Tokkō, o, incluso, Policía del Pensamiento. Kobayashi tenía 29 años. Al día siguiente, su cuerpo -sin vida, hinchado y con signos de hemorragias internas- apareció en una calle. Acá viene lo más importante.
Lo trasladaron a un hospital y cuando supieron de quién se trataba firmaron un certificado de defunción que mentía una muerte por causas cardíacas. Su madre y sus amigos protestaron y le sacaron fotos. Había una marca de hierro candente. El cuello estaba morado a causa de una cuerda fina y afilada. Una muñeca estaba rota, pero ambas con signos de haber sido esposadas. La espalda abrasada y desde las rodillas hasta las ingles, la carne hinchada y púrpura a causa de las hemorragias internas. Ante este panorama, no hubo quien se animara a realizarle una autopsia.
Nada pudo impedir que se convirtiese en un mártir del movimiento obrero. Lo que siguió fue una revuelta social con unos trescientos detenidos y quema de coronas fúnebres. Tal fue el lío que se le organizó un gran funeral recién para el 15 de marzo, cuando se conmemoraban cinco años del primer gran arresto de camaradas. Kobayashi había escrito una novela corta sobre aquellos hechos: 15 de marzo de 1928. Y entre todos los líos de entonces, se detuvo a los actores de la obra teatral La aldea de Numajir, escrita por Kobayashi.
Con los años, Kanikosen, o simplemente El pesquero, superó la popularidad de su autor. Llegó al teatro y al cine (primero en 1953 y después en 2009). Aún hoy se publican nuevas ediciones de libros en japonés, español, inglés y otros idiomas. Y en números tan grandes que es imposible calcular ventas. El pesquero también se convirtió en manga. El impulso fue la gran crisis financiera de 2008. Pero hay algo que va más allá de Kobayashi y de cualquiera de sus libros: en la cultura japonesa, cuando se habla de malas condiciones laborales, o de explotación, se habla de Fenómeno Kanikosen.