Opinión: No cansarás
El lugar del lector en Borges y Chejov
por Mauricio Koch
En la abundante correspondencia que Chejov mantuvo con sus colegas se puede ver con claridad que el autor ruso tenía siempre muy presente la figura del lector, estaba atento a no fastidiarlo ni abusar de su paciencia. En una carta fechada el 2 de abril de 1895, le escribe a Aleksander Zhirkevich: “Las descripciones que usted hace de los objetos son rutinarias, carecen de interés: ‘Los estantes en la pared están llenos de libros’, ‘los volúmenes de Pushkin están desordenados’, ‘la biblioteca, comprimida’. ¿Con qué objeto hace esto?”, le pregunta Chejov. “En primer lugar, retiene y cansa la atención del lector, obligándolo a imaginar la variopinta repisa o el comprimido Hamlet; en segundo lugar, es afectado y como método, anticuado”. Más adelante, vuelve sobre el punto: “(…) sus descripciones son una acumulación de imágenes: el crepúsculo, la luz plúmbea, un charco, la humedad, los álamos plateados, el horizonte con las nubes, los gorriones, los prados lejanos, no constituyen un cuadro, el lector por mucho que quiera no podrá representarse todo eso en un conjunto armónico. Las descripciones de la naturaleza son oportunas y no estorban siempre que vengan a propósito: cuando ayudan a comunicar al lector un determinado estado de ánimo”.
En otra carta, dirigida a Yelena Shavrova y fechada el 22 de noviembre de 1894, habla del “exceso de detalles”. Este punto es interesante por lo que luego diría Nabokov, gran apasionado de la obra de Chejov y reivindicador de los detalles (recordemos sus máximas: “leer es acariciar detalles”, “los libros no se deben leer, se deben releer para apreciar los detalles”). Aunque quizás no sean ideas contradictorias, porque lo que Chejov critica no es el detalle en sí sino el exceso de los mismos. Veamos lo que le dice a Yelena Shavrova: “En el primer plano de sus cuadros hay demasiados detalles. Es usted muy observadora y le disgustaría prescindir de esos detalles, pero ¿qué se puede hacer? Hay que sacrificarlos al conjunto. Lo exigen razones de orden físico: al escribir hay que tener presente que los detalles, por muy interesantes que sean, fatigan la atención”.
Esta fatiga nos lleva a Borges y su análisis de la adjetivación. En un ensayo de 1926 incluido en El tamaño de mi esperanza, le dedica un párrafo a Lugones (con el que estaba ensañado por esos años), y analiza un soneto llamado “Delectación morosa”, que empieza así:
La tarde, con ligera pincelada
que iluminó la paz de nuestro asilo,
apuntó en su matiz crisoberilo
una sutil decoración morada.
Luego anota: “Estos epítetos demandan un esfuerzo de figuración, cansador. Primero, Lugones nos estimula a imaginar un atardecer en un cielo cuya coloración sea precisamente la de los crisoberilos (yo no soy joyero y me voy), y después, una vez agenciado ese difícil cielo crisoberilo, tendremos que pasarle una pincelada (y no de cualquier modo, sino una pincelada ligera y sin apoyar) para añadirle una decoración morada, una de las que son sutiles, no de las otras. Así no juego, como dicen los chiquilines. ¡Cuánto trabajo! Yo ni lo realizaré, ni creeré nunca que Lugones lo realizó”.
No suelen mencionarse juntos, Borges y Chejov, y a priori no parecieran guardar muchas semejanzas en sus propuestas estéticas, tanto en los temas como en el tratamiento de los mismos. Y sin duda no está Chejov entre los autores más mencionados por Borges, que sí solía hablar de los clásicos rusos y en su juventud leyó con avidez a Dostoievski, pero en esto coinciden plenamente, en no agotar la paciencia del lector o distraerlo con sandeces o efectos decorativos pretenciosos y superfluos.