Entrevista: Mariana Enríquez
“Me da un poco de vergüenza ser vanidosa”
por Alejandro Duchini
“No sé si lo literario es más elevado que otras cosas de la cultura”, dice con gesto pensativo. “Mi formación no viene de la literatura sino del punk, del cine. Me formé leyendo lo que leía Patti Smith o viendo a Patti Smith en una foto con William Burroughs y entonces leía El almuerzo desnudo. Leía terror, pero no tenía ejemplos contemporáneos. Julio Cortázar tiene cuentos de terror. Sobre héroes y tumbas es de terror. El astillero es como dark, un disco de The cure: Onetti me da post punk, gótico. Pero eso no era lo contemporáneo. Entonces tomé lo que hace (Stephen) King, que es tomar la realidad, los problemas de Estados Unidos, pero en versión de acá, y los llevé al terror. Tenía ganas de escribir terror”, dice Mariana Enríquez en entrevista con Fundación La Balandra acerca de su nuevo libro, Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama). Son, sabemos, cuentos de terror que la afirman como la gran referente del género.
Enríquez ostenta un lugar de privilegio por su calidad de escritura. Tanto que el año pasado leyó en teatros llenos. Cuentos, novelas o artículos periodísticos. Buenos Aires y el interior. Sus historias son seguidas incluso por públicos no lectores. Bandas de adolescentes y jóvenes se inician en la lectura por ella, que les cuenta de terror y de música gótica o de rock. Les habla, en efecto, con un lenguaje desacartonado; les hace ver que la literatura es para todos. 179 mil seguidores en Instagram (marianaenriquez1973). El sábado 4 de mayo estuvo firmando ejemplares y sacándose fotos durante dos horas en la Feria del libro de Buenos Aires; y hubo gente que se quedó afuera. Enríquez se ha convertido en una suerte de rockstar literario.
Su primer espaldarazo se lo dio nada menos que Juan Forn, cuando –contó él– recibió en su oficina de editorial Planeta a una joven que no sabía si era menor de edad, pero llevaba un cuaderno de espiral en el que había escrito a mano su Bajar es lo peor. Se la habían recomendado. Forn la leyó y se entusiasmó tanto que quiso conseguirle un contrato y mil dólares para que se compre una computadora y pasar el texto. Enríquez, quien no venía del ambiente literario, contaría después que obtuvo esa computadora. También destacaría –siempre lo hace– a Forn: “Juan Forn me cambió la vida. Puedo decir eso de dos o tres personas más y ya”, escribió cuando el escritor falleció.
Ella es subeditora de Radar, el suplemento literario de Página 12. Y, aunque referente literaria, entiende que el mundo de los libros no siempre permite vivir sólo de sentarse a escribir y publicar (aunque el periodismo, sobre todo en Página 12, tampoco). “Me elogian en las giras, todo eso está ok, pero cuando voy a casa si no hay queso hay que ir a comprarlo”, resume en esta charla en un bar de Parque Chacabuco, barrio en el que vive junto a su pareja australiana (Paul Harper). A propósito, Enríquez pasa tanto tiempo en Argentina como en Australia. “Soy consciente de cómo está la profesión que elegí, la que me gusta. Si los libros venden me pagan regalías y yo cobro, y si no, no cobro. Tener un sueldo, estar en el mundo del trabajo real, me ayuda. La venta de libros no te garantiza dinero. Lo que tiene de lindo la literatura, para mí, es que está por fuera de eso. Por otro lado, no considero trabajo escribir”, agrega.
No fue un lecho de rosas su inicio en la escritura. Alguna vez, recuerda, la criticaron duramente. Particularmente, el diario La Nación. “Una crítica horrible me hicieron”, se ríe. Eran los tiempos de su libro Cómo desaparecer completamente, que encima, rememora, “pasó desapercibido” en ventas y en el ambiente. “Pensé que no lo hacía bien, pero mis editores le tenían confianza. Y fijate que hasta Las cosas que perdimos en el fuego no pasó mucho. Salió por Anagrama, gané un premio, empezó a circular y la gente se copó. Quizá, sí, fui de las primeras que empezó a escribir de terror en castellano, pero no es que empecé bien. Al contrario”.
A los 51 años, Enríquez se define encantada por la tecnología. Le gusta internet y le frustra no entender algunas novedades de la web. “Pero la inteligencia artificial me parece un problema, no la inteligencia artificial en sí, sino su uso”, advierte. Y agrega que se trata de un problema mundial a la altura del calentamiento global. “Hay un robot que traduce obras del inglés al castellano, entonces le saca trabajo a un traductor. No entiendo por qué se crea una tecnología que nos quitará el trabajo en vez de usar esa herramienta para mejorar los cines Imax, por ejemplo, para que todos podamos ver películas en mejor calidad. ¿Por qué quemar la casa?”, duda y se pregunta. También disfruta de otro medio tecnológico: el libro electrónico: “Cuando salgo de viaje ya no llevo montones de libros en papel sino el Kindle”.
Si algo la vuelve “popular” –si sirve el término– es su llegada a públicos masivos y no sólo a los intelectuales, tal la aspiración de gran cantidad de autores. “Mis amigos, mi pareja, son gente a la que les impresiona bastante poco lo que hago y prefiero estar con ellos, porque me siento más cómoda con ellos”, suelta. Y remarca que uno de sus placeres es tirarse en el sillón con su pareja a ver partidos de tenis, documentales o películas de terror. O programas de tv en los que se habla de Morena Rial. “No soy vanidosa; me da un poco de vergüenza ser vanidosa. Sobre todo, en el mundo de los escritores, que es tan tan tan chiquito”, dice también sobre ese mundo en el que pocos, muy pocos, se atreverían a reconocer que miran a Morena Rial.