Lecturas: Ese mundo ya no es nuestro
Lentos como medusas
por Fernando Manzini
Lo primero que llama la atención en estos textos de Pablo Colacrai es su escritura. Limpia, clara, profunda. Una escritura paciente en la que los hechos se desenvuelven lentos como medusas, sin apuros ansiosos, ni sobresaltos efectistas, ni estruendos rítmicos, ni violencias intempestivas. En esta escritura, la oración es una cueva y la palabra un fósforo que apenas alcanza a iluminar la oscuridad que lo rodea: lo que aún no puede verse, lo que quizá nunca se podrá conocer.
Lo segundo que llama la atención en estos textos es su tono, como de brujo encantado frente a las chispas de un fuego. Un tono moroso, pausado, hipnótico, que da a cada hecho mínimo, a cada contingencia marginal, el espacio y la profundidad que los convierten en revelaciones.
Lo tercero que llama la atención de estos textos son, claro, sus historias. Tres historias simples, largas, realistas, sin regodeos dramáticos ni descubrimientos grandilocuentes. Historias que nos abren un espacio para prestarles atención a personajes comunes atravesados por dramas ordinarios y sin embargo singulares.
En “Talón de Aquiles”, un profesor de letras, también escritor, recibe cada noche la visita de Renzo, el kiosquero del frente. Entre whiskys, revelaciones autobiográficas y jugadas imprecisas de ajedrez, Renzo cuenta su amorío secreto con Laura, la mesera “alta”, “llamativa” y “sexi”, pareja de un músico reconocido. Noche a noche, Renzo cuenta las diversas transformaciones de su historia con Laura, los encuentros clandestinos, su invencible enamoramiento, hasta llegar al conmovedor final. Aunque Renzo pida, ruegue, exija que no se escriba su historia, el narrador sabe que la olvidará, que nada quedará en pie, y que, para salvarla, deberá ponerla en palabras escritas. “Solo la ficción es verdadera y real: lo único que permanece.”
En “El centro del mar”, un ex escritor de ficción vanguardista, ahora devenido en tallerista sádico y escrupuloso, sale de vacaciones con su esposa y su hijo hacia una costa balnearia que jamás se nombra. Cifrará en estas vacaciones su esperanza de recomponer vínculos queridos en peligro de disolución. Sabe que su esposa lo engaña, que la conexión con su hijo se está perdiendo. Sospecha que haber dejado de escribir quizá juegue un papel en todo eso. Buscará curar sus relaciones enfermas y apelará a la ficción cuando sus intentos fracasen.
En “Los silencios”, el narrador cuenta, desde su adultez, el último viaje en auto que hizo a los diez años con su padre comisionista. En ese viaje, visitará pueblos, bazares, estaciones de servicio, bares de ruta donde comerá “lomitos con todo”. La noche antes del regreso, conocerá, también, sin que se lo ponga en palabras, sin necesidad de excusas, de justificaciones, el más profundo secreto de su padre: otra mujer, otro bebé: su medio hermano. El resto del cuento es una reflexión sobre cómo contar esta historia, los motivos de ese viaje. ¿Por qué, poco antes de morir, su padre le compartió, sin mediar palabras, su más privado secreto? ¿Tuvo el hecho de compartirlo algo que ver con su muerte? ¿Fue la violación del secreto lo que trajo al cáncer, o fue el conocimiento del cáncer lo que apuró su desvelamiento?
Hechas de interrupciones, tras locaciones, reflexiones metaliterarias, silencios, las tres historias simples de Ese mundo ya no es nuestro nos recuerdan que, en literatura, lo importante no está en los temas, sino en su tratamiento: la equilibrada alquimia entre palabra y misterio. Más que el ruido, son las pausas de este libro las que crean, entre lector y escritor, un espacio compartido, una revelación íntima: la poesía.