Perfiles: Sylvia Molloy
Tensiones entre memoria, lenguas y olvido
por Natalia Neo Poblet
Para recordar se necesita perder. Para olvidar, soltar. Para rememorar, volver. Sylvia Molloy decía no tener capacidad de invención, pero que su gran fuente de inspiración eran los recuerdos y su ficción una bolsa de retazos. Casualmente, o no, su madre compraba pedazos de tela en las tiendas de saldos.
En su casa de la infancia, usaban el inglés por la mañana y el español por la tarde. Cumplían el mismo cronograma que tenía el colegio. Aprendió a hablar primero en español, pero a leer primero en inglés. Su padre era irlandés y su madre francesa, y aunque no hablaba francés, entendía el idioma al escucharlo. Molloy decidió recuperar la lengua que su madre no hablaba. Para restaurar una falta. Terminó manejando tres idiomas: español, inglés y francés.
Con su hermana se tentaban en hacer mezcladitos de lenguas, en desviarla, pero si sus padres las pescaban eran castigadas. Lo hacían en privado para no ser escuchadas. Leía todo libro que aterrizaba en sus manos, sobre todo los que estaban escritos en inglés. En español se dedicaba especialmente a Katherine Mansfield y también a los que su madre guardaba en la mesita de luz. Le encantaba leer recetas de cocina, aunque no le gustaba cocinar, pero sí las combinaciones de colores que armaban los diferentes ingredientes.
Cuando terminó el secundario decidió estudiar matemática hasta que un día, un docente, le preguntó por qué no estudiaba Letras, ya que siempre la veía leyendo. Esa intervención hizo que comenzara una carrera en la Soborna – Francia, donde se doctoró en Literatura Comparada. Luego de graduarse volvió a la Argentina, con intención de quedarse. Pasaba el tiempo y no lograba entrar en el ámbito académico, porque no le validaban el título, recién cinco años después de su llegada le ofrecieron un puesto en Estados Unidos. Lo aceptó y se fue con el temor de no saber cómo le iba a resultar la experiencia de vivir allá. Pasó el tiempo y terminó radicándose en los Estados Unidos y volviendo a Argentina sólo de visita.
Se instaló en un departamento en New York, pero en el último tiempo decidió pasar más tiempo en su otra casa en las afueras, en Long Island. Se desempeñaba como docente en las universidades de Yale y Princeton, de Literatura Latinoamericana y Literatura Comparada. En 2007 creó la maestría en Escritura Creativa en español en la Universidad de Nueva York. Se estableció como académica y pensadora entre América del Sur y América de Norte. Su obra se consolidó en esta época.
Molloy escribe su primera novela, En breve cárcel, que sale en España en 1981 por la editorial Seix Barral. En Argentina no encontraba quien se la publicara por tratarse de un amor entre mujeres. Unos años después, Simurg, una editorial pequeña, la publicó en Argentina, y Alfaguara en México. Pero fue Ricardo Piglia quien, recién en 2012, la recuperó para incluirla en la colección Serie del Recienvenido del Fondo de Cultura Económica. En el 2019, En breve cárcel, tuvo un salto importante cuando la Colección Soy la elige para venderla en los kioscos de diarios. A esta novela le siguió El común olvido, que Molloy terminó de escribir en los Estados Unidos durante la semana del ataque a las Torres Gemelas en 2001.
Luego de esas dos novelas escribió cuatro novelles: Varia Imaginación, Desarticulaciones, Vivir entre lenguas y Animalia. Tienen la particularidad de presentar una escritura fragmentada y atemporal al hacer convivir el pasado y el presente. Son relatos de vivencias y recuerdos que arman un relato singular. Molloy hace un trabajo sobre la memoria. Se recuerda porque no se olvida, aunque hay olvidos que nunca llegan. Otros, en cambio, se recuperan.
En Varia Imaginación escribe: “Plumetí, broderie, tafeta, falla, gro, sarga, piqué, paño lenci, casimir, fil a fil, brin, organza, organdí, voile, moletón, moleskin, piel de tiburón, cretona, bombasí, tobralco, terciopelo, soutache, cloqué, gripure, lanilla, raso, gasa, algodón mercerizado, bramante, linón, entredós, seda cruda, seda artificial, surah, poplin dos y dos, dril, loneta, batista, nansú, jersey, reps, lustrina, ñandutí (…) Recuerdo estas palabras de mi infancia, en tardes en que hacía los deberes y escuchaba hablar a mi madre y a mi tía que cosían en el cuarto contiguo. Reproduzco este desorden costurero en su memoria”.
En este libro arma un salpicado de anécdotas y recuerdos de su infancia. Mientras que en Desarticulaciones relata diferentes encuentros con la mujer con quien tuvo una relación íntima y que padece Alzheimer. En esos recortes reflexiona sobre lo que se olvida y cómo parte de su vida se va borrando en esas amnesias. ¿Puede una lengua entrar en el olvido? Una lengua construye Historia e historias. Hay una memoria propia y singular y otra que es común a todos, aunque siempre se construya con otro. ¿Acaso hablar no es buscar complicidad? La escritura de Molloy es un intento de recupero y un modo de hacer que ese vínculo perdure por encima de ellas, a modo de una memoria que construye tiempo. El olvido también puede liberar porque no hay nadie que pueda contradecir, ni corregir.
Escribe y guarda. Construye su propia tienda de retazos. Mezcla, corta, liga, saltea y borra. En Vivir entre lenguas cuenta y muestra cómo vivir “entre” no siempre libera, sino que también presenta el desarraigo. Cuando lee, a veces, lo hace en otro idioma. Lo mismo le pasa con la escritura. ¿En qué lengua lee?, se pregunta.
Su último libro, Animalia, póstumo, se lo dedica a la relación íntima que tuvo con los diferentes animales con los que convivió. La primera fue cuando una vecina le ofreció una gatita abandonada, le tocó el timbre y le preguntó si la quería adoptar. Para ese entonces ella vivía sola, se había ido de la casa de su niñez con la necesidad de no convivir con nadie por primera vez. Quería estar sola, pero frente a la propuesta de su vecina sucumbió la idea que “para ser una misma hay que encontrarse con lo otro, más aún si pertenece a una especie distinta”, escribe en Animalia. A lo largo de su vida tuvo gallinas, patos, teros y sus fieles gatos que la acompañaron hasta el último día. Molloy falleció a sus 83 años, en 2022, en Long Island. Los animales repiten para sobrevivir. Nosotros, en cambio, recordamos por la necesidad de construirnos y contarnos una historia. “¿Cómo dice yo el que no recuerda…?”, reflexiona Molloy en Desarticulaciones.
Molloy rescata recuerdos del mismo modo en que recupera una lengua. ¿Recordar es recuperar o es volver sobre eso con alguna diferencia?, ¿será un modo de no soportar la pérdida? Dice tener una memoria especial en lo auditivo, más que en lo visual. Usa la escritura a modo de reflexión, no hay tiempo cronológico para que emerja. ¿Qué tiempo es el de la escritura? Para recordar necesitamos perder. Para olvidar, soltar. Para rememorar, volver. Para reconstruir, un otro. Para perdurar, escribir.