Lecturas: El infinito en un junco

Las palabras aladas tomaron cuerpo

por Natalia Brandi

La filóloga y escritora española Irene Vallejo nos cautiva con este ensayo tal como si estuviéramos leyendo una novela, cuyo protagonista es el libro, y también somos nosotros: los descendientes de mujeres y hombres anónimos que desde la Antigüedad, generación tras generación, de manera callada o ruidosa, tejieron la red del conocimiento, los circuitos del pensamiento y la estructura de la cosmovisión que nos convoca como humanidad. Con lo brillante y con lo oscuro que eso conlleva. 

El infinito en un junco ha sido distinguido con el Premio Nacional de Ensayo 2020. Premio el Ojo Crítico de Narrativa 2019. Premio Las Librerías Recomiendan de No Ficción 2020, entre otros. Es el derrotero de la invención del libro. Del sueño cosmopolita del gran Alejandro al ideal la Biblioteca de Alejandría y que la legión de Ptolomeo llevó a cabo. Desde Borges hasta el primer artesano babilonio que moldeó las tablas de arcilla. Pasamos por Pérgamo, aprendemos a extender el cuero de los becerros, previamente bañado en cal, y raspamos hasta llegar a la textura delicada de la piel para recibir al cálamo. Retrocedemos a escuchar las palabras aladas del romancero griego en boca de bardos que conocían a la perfección el arte de la poesía. Llegamos a la prosa, cuando los autores helénicos “descubrieron que sus personajes podían dejar de dialogar en hexámetros”

Vallejo nos pasea por la vida de la última guardiana de la gran Biblioteca, Hipatia, la hija de Teón, “que resistió soltera, sin dejarse distraer de sus pasiones intelectuales. Antigua maestra de muchos dirigentes de la ciudad, intervenía en la vida pública, y las autoridades municipales alejandrinas la respetaban. Todo el mundo sabía que los altos funcionarios buscaban su consejo, y la influencia política de aquella mujer tan segura de sí misma empezó a despertar envidias”. Nos convida con un banquete histórico exquisito. Pero también nos trae al presente, a la destrucción de la Biblioteca de Sarajevo: “Desde las colinas que contemplan la ciudad, los francotiradores disparaban contra los vecinos de Sarajevo, flacos y agotados, que salían de sus refugios a intentar salvar los libros. La intensidad de los ataques no permitió acercarse a los bomberos. Finalmente, las columnas moriscas del edificio cedieron, y las ventanas estallaron para dejar salir las llamas.” A través de las ventanas incendiadas vemos miles de mariposas negras, como llamaron los habitantes a las cenizas de los libros. 

Es una lectura que nos abre puertas a otros libros, desde Homero a Paul Auster o nos invita a revisar ciertas películas. Entendemos el proceso de comunicación como una red tejida por los diferentes soportes que utilizan la palabra como herramienta. Este libro es un diamante de mil caras, exultante de información, pero animado por un espíritu, el de la narradora, sincero y gentil que nos comparte tanto la vida de los famosos nombres de la historia occidental como la de ella, una simple niña para quien su infancia fue “un extraño revoltijo de avidez y miedo… Durante los años humillantes, además de mi familia, me ayudaron cuatro personas a las que nunca he visto: Robert Louis, Michael, Jack, Joseph. Más adelante descubriría que son más conocidos por sus apellidos: Stevenson, Ende, London y Conrad. Gracias a ellos aprendí que mi mundo es solo uno de los muchos mundos simultáneos que existen, incluidos los imaginarios. Gracias a ellos descubrí que podía almacenar fantasías acogedoras y guardarlas en mi habitación interior para buscar refugio cuando allá fuera arreciase el granizo. Esa revelación cambió mi vida”. 

De este modo, la historia que nos cuenta Irene Vallejo tiene la habilidad amorosa de incluirnos, de hacernos sentir parte, un nudo más de la red de conocimientos, vivencias e imaginación que conformamos los humanos a través de nuestra palabra.

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