Lecturas: Las semanas vacías del verano

La extraña textura de lo real

por Mauricio Koch

Hay un mecanismo recurrente y hasta una cierta lógica interna fácilmente identificable en los breves cuentos del libro Las semanas vacías del verano (Editorial Serapis, 2022), de Katharina Bendixen, autora alemana nacida en Leipzig en 1981, y es que en medio de narraciones de la vida doméstica (conflictos de pareja, idas y vueltas de la convivencia entre vecinos, adolescentes que a duras penas soportan a sus padres y sueñan con irse de la casa, solitarios que miran por la ventana mientras esperan que llegue alguien) contadas con un tono moderado, sin estridencias y sin apelar a la ansiedad del lector o ir tras el golpe de efecto, lo “otro” / lo “extraño” no irrumpe sino que siempre estuvo ahí, forma parte de la trama de esa misma cotidianidad, por eso su manifestación no asusta ni sorprende (no busca hacerlo), aunque sí perturba y genera preguntas. Es como si liberada de la carga de la trama de relojería, el final sorpresa o el nocaut demoledor, la autora fuera tras lo que verdaderamente le importa: mostrar la textura extraña, inaprensible, difusa, de la realidad actual. 

En el relato que abre el libro, Armándome, un chico narra las vicisitudes de crecer en una típica familia de clase media o media baja, con un padre que llega con miedo del trabajo, una madre que planta la felicidad en el jardín (una felicidad que no da frutos) y una hermana que se ata un “esmero” en el pelo. Esas tres palabras: miedo, felicidad y esmero, se vuelven concretas, corpóreas, palpables a través del lenguaje del narrador. Uno puede sentirlas junto con él, y convive con el miedo y con el esmero que un día decide guardarse en el bolsillo. Los años pasan, el niño crece (hay una promesa de irse) que la hermana no puede cumplir y él se propone llevar a cabo un día. 

En Confinamiento, una mujer está encerrada en su departamento y no puede salir porque las fuerzas de seguridad han decretado un confinamiento obligatorio. Es un cuento que narra un estado de excepción tal como el que nos tocó vivir a todos a partir de marzo de 2020 (entiendo que para que los lectores no supongan que el texto es posterior a la pandemia de COVID, al final aparece una fecha: diciembre de 2016) y, aun así, o precisamente por eso, es muy inquietante. La angustia de no poder salir y no saber qué está pasando afuera, los ruidos que llegan de lejos y no se sabe sin son disparos o simulacros de batallas, todo es posible. La mujer recibe raciones de comida pero no sólo eso, también unos DVD con películas y noticias. A través de esos DVD se entera de que la economía está en crecimiento, que la selva se reduce, pero sobre los guardias de seguridad no dicen nada, solo advierten sobre las conspiraciones. Un chico se acerca por las mañanas, le toca el timbre y le muestra un cartel con letras en un idioma desconocido. Ella no sabe lo que el chico quiere, si comida o dinero para comprar armas. Todas son conjeturas. Acá el trabajo con la elipsis recuerda al Buzzati de Algo había sucedido

En Bien agarrada se miente como estrategia sistemática y acordada entre todos para sentirse mejor. En Por culpa de esa furia, una chica narra la relación con su hermano, que tiene brotes psicóticos (desperfectos, le llama su mujer) y teme que a ella en cualquier momento le pase lo mismo. En Mi zorro blanco, la narradora descubre frente al espejo que algo extraño la mira a través de sus ojos. En Las semanas vacías del verano vuelve a aparecer el espejo como nexo entre mundos: “Después de cortar vuelvo a mirarme al espejo. No es la primera vez que pienso que en realidad soy la otra. Pienso que todo esto –mi casa, la llamada telefónica de recién, el Husky–, que todo esto debe ser un ataque, uno que no tiene fin, y la vida real está del otro lado, ese en el que mis extremidades se estremecen y grito o aúllo o domino cuatro idiomas, o lo que sea que haga en ese lugar”, dice la protagonista. En Boogie los miembros de una pareja se muestran amables y simpáticos con todo el mundo pero cuando están solos no paran de pelearse a gritos. En medio de todo esto, la narradora de la historia adopta un animal extrañísimo al que llama Boogie, lo cría como perro, pero el veterinario no quiere tratarlo y le dice que debería informar a la autoridades, una de las vecinas le pregunta si las chinchillas no deberían estar en jaula y un día Boogie levanta fiebre, parece enfermo pero lo que ocurre finalmente es que pone un huevo. Así las cosas, en medio de un contexto de vida de edificio moderno de paredes finas donde todos escuchan lo que hacen los demás, la figura de este inquietante animal tiñéndolo todo.

“¿Por qué nos acecha la sensación creciente de que nada tiene sentido? ¿Por qué sentimos que el mundo se va a acabar?”, se pregunta Benjamín Labatut en su ensayo La piedra de la locura. “Hasta hace poco, la mayor parte de nosotros podía ignorar fácilmente la locura; los hombres y las mujeres enajenados, con sus visiones torcidas de la realidad, tenían poco que decirnos. Pero las cosas han cambiado. Una cierta demencia se ha infiltrado en el mundo, gota a gota, y está tomando cada vez más fuerza. Ya no podemos simplemente desdeñar la paranoia, ni tampoco podemos confiar, con absoluta certeza, en que la ciencia será capaz de mostrarnos el mundo tal como es. Debemos aprender a ver las cosas bajo una luz nueva, porque la llama de la razón ya no alcanza a iluminar el complejo laberinto que va tomando forma lentamente (aunque algunos dirán que está siendo construido) a nuestro alrededor”. Ya no estamos en el mundo cortazariano de la irrupción de lo extraño, de la filtración de lo otro y el final esférico en cierto modo tranquilizador, en los cuentos de Bendixen eso otro está instalado acá mismo, en medio de nosotros, y no tiene planes de irse

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