Lecturas: Un punto negro sobre la nieve de Islandia

Dejarse llevar

por Fernando Manzini

Sean disparatados, fantasiosos, absurdos o meramente realistas, los cuentos de Un punto negro sobre la nieve de Islandia tienen, al menos, algo en común: el ejercicio de un poder que lacera a personajes a veces inocentes, a veces no tanto, y el deseo de estos personajes de alcanzar alguna forma de libertad.

En “El exilio de las aves”, una nena llamada Bárbara sueña con caerse de su ventana del cuarto piso. Le crecen púas de puercoespín, solo puede decir: “PO-PÓ” y orina con olor a zorrino. Los padres la mantienen encerrada en su pieza para evitar que raye los muebles del living. La aparición de las aves en su ventana marca el fin de su encierro y el comienzo de su aventura.

A la protagonista de “MMMBBBBRRRTTTOOOAAÁ”, le crecen pelos duros por todo el cuerpo. Los fines de semana, antes de sacarla a pasear, su madre trata los más débiles con fuego y los más difíciles con pinzas y tijeras de podar. Las ampollas moradas que resultan de semejante arte peluqueril arrancan de la niña el grito que da título a la historia. La libertad, esta vez, se presenta de la mano de un muchacho que la espía, se enamora y se revela, él también, monstruo.

Pero no todas las historias tienen como personajes a infantes peludos y pre-verbales. En “Tío Ivancito”, el protagonista es un nene verbalizado y de pilosidad estándar. Cada verano, visita con su familia la casa de campo de su tío Ivancito. El cuento se focaliza en los cinco veranos que puede recordar y en las revelaciones que obtuvo en cada uno de ellos. La última revelación —la homosexualidad de tu tío— es la que divide a la familia y la que pone fin a las visitas. Esta vez, el poder se manifiesta bajo la forma de un convencionalismo sexual. Para volver a visitar al tío, habrá que liberarse de aquella convención.

“Cumpleaños 27”, el más asquerosamente cómico del libro, cuenta la vulgaridad derrochona de una familia de clase acomodada en la fiesta de cumpleaños de Luquita, el novio de “la nena”. Será el propio lector, esta vez, el que deseará librarse de las aceitunas de los martinis, las palmeadas excesivas en la espalda, los shows de gauchos fosforescentes, las criadillas. Luquita, en el fondo, no querrá hacerlo. Si de algo le gustaría liberarse, es del error que podría echar a perder la posición que consiguió.

Robando una observación que Lorrie Moore le dirigió a Kurt Vonnegut, podría decirse que el autor de este libro quizá sea mejor narrador que contador de historias. A menudo, las voces que narran los hechos son tan persuasivas y enfáticas que desplazan las historias a un segundo plano. Las piezas más fantasiosas del conjunto tienen la forma de un sueño y exigen un lector que se deje llevar por la voz que lo cuenta. Una voz siempre asombrosa, hipnótica, vigorosa. “Dale la oportunidad a un novel”, dice la última página de este libro editado por Tinta Libre Ediciones. Aplicado a estos cuentos de Armando Durá, el consejo es más que oportuno.

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