Busquen fotos de Chuck Wepner de los 70 y verán a un boxeador panzón y con entradas prominentes, aunque con pelo largo por detrás, que en nada se parece a un deportista. Más bien se asemeja a un Gene Hackman ochentoso. Son fotos con el típico color casi apagado de los 70, o directamente en blanco y negro. Wepner es panzón, lo antideportivo, y su nombre no pasaría a la historia si no fuese porque la noche en que perdió con Muhammad Alí, Silvester Stallone miraba la pelea por circuito cerrado en un cine de Los Ángeles.
La cosa es así: hace medio siglo Wepner derribó a Alí. Fue el 24 de marzo de 1975. Se esperaba que Alí terminase el combate antes de tiempo: eran dos treintañeros más cerca del retiro que del ascenso. Sin embargo, sabemos que a Alí aún le quedaba mucha cuerda: la de los setenta fue su gran década. Pero en el noveno round Wepner lo derriba y la gente se sorprende. Sobre todo porque Wepner no estaba a la altura de Muhammad; todavía peleaba en clubes de mala muerte, por poca plata, y de vez en cuando se subía a un ring para enfrentar a uno de los grosos. Como esa noche, en la que ante el más grande de todos acarició sus segundos de fama. Sin embargo, a partir de entonces su historia cambiaría.
Recién en la 15ta. vuelta Muhammad Alí logra acabarlo. Le da tanto que Wepner cae vencido y a segundos del final la pelea no puede seguir. Alí ratifica que es el mejor y Wepner queda tendido y lleno de sangre, haciendo honor a su apodo de El sangrador de Bayonne. Lo de sangrador se debe a que por un problema en sus cejas sangraba más de la cuenta y su rostro solía mancharse de sangre; y lo de Bayonne es porque había nacido en esa ciudad de Nueva Jersey el 26 de febrero de 1938.
El tema es que Stallone, que la venía peleando como actor, escribe un guión basado en la historia de Wepner. Stallone, con una parálisis facial de nacimiento, se sintió identificado con el perdedor de esa noche. En la escuela sus compañeros no lo querían, las autoridades se quejaban de sus modales; para escapar de eso, es que se mete de lleno en un gimnasio para desarrollar músculos. Vio en la suya una historia similar y entendió que a veces, el cine o la literatura, pueden cambiar las cosas. Y Stallone cambió su vida para siempre.
Así que en tres días escribió el guión y se lo vendió por veinte mil dólares y un porcentaje de la futura recaudación a dos jóvenes productores de la United Artists, Irwin Winkler y Robert Chartoff. Ambos consolidarían con los años una gran carrera como productores de cine, pero ninguno llegaría tan lejos como Stallone, quien no quiso saber nada con recibir 150 mil dólares a cambio de resignar el papel protagónico de la historia. Winkler y Chartoff querían que el protagónico fuese para James Caan o Burt Reynolds. Pero Stallone quería hacer de sí mismo: antihéroe, una suerte de rufián mal vestido. “La película –cuenta el historiador francés David Da Silva en su libro Sylvester Stallone. Héroe de la clase obrera (Malpaso)– pretendía mostrar al espectador la vida cotidiana de los olvidados del sueño americano”.
Y lo consiguió. Rocky fue un éxito que en un año recaudó 225 millones de dólares en todo el mundo. Y Stallone se quedó con el protagónico. Así, quienes estaban lejos del sueño americano, encontraron en él a alguien que podía salir de abajo a fuerza de empecinamiento. Rocky tuvo secuelas y precuelas. Se convirtió en un ícono de la cultura de los ‘70 y ‘80. Y en remeras, tazas y todo merchandising que puedan imaginarse. Algunos de sus diálogos se volvieron icónicos, al igual que la imagen de él entrenando por escaleras del Museo de Arte de Filadelfia.
Y se volvió canción. “Gonna Fly Now” (Volaré ahora, en español), del compositor y director de orquesta estadounidense Bill Conti, fue la banda sonora de una generación. Lo mismo ocurriría a mediados de los ‘80 con “Burning Heart” (Corazón ardiente), de la banda estadounidense Survivor, cortina musical de Rocky IV. Tiempos de Guerra Fría. Estados Unidos contra Rusia. En la vida real y en la película. Stallone acertó con sus intuiciones. El rival de turno, Iván Drago, era un ruso producto de la tecnología de gimnasio. Pero Rocky, entrenando en situaciones precarias, le gana. Sin embargo, el juego de Stallone se volvió peligroso: nunca pudo despegarse de la euforia bélica del presidente de entonces, Ronald Reagan.
El tema es que, tras el éxito de Rocky, Stallone se volvió una estrella del cine de Hollywood. A principios de los ‘80 lo ratificó con Rambo, otro personaje que, a la distancia, nadie lo hubiese hecho mejor que él, aunque se había pensado en Dustin Hoffman y Paul Newman. El director, Ted Kotcheff, tenía en sus planes que John Rambo, después de semejante matanza ininterrumpida, se suicidara. Pero Stallone otra vez supo anticiparse al negocio futuro: “Ted, persiguen a este personaje durante toda la película. Trepa a los árboles, escala montañas, le disparan y se cose sus propias heridas, pasa por un infierno, y ahora nosotros lo matamos”. Así que Rambo, como Rocky, también tuvo su continuidad.
Stallone se afianzó como uno de los actores que más incursionó en el deporte. Ya era Rocky cuando en 1981 se estrenó Escape a la victoria, basada en un partido de fútbol sucedido durante el nazismo en un campo de prisioneros de guerra. El fútbol poco y nada había asomado a Hollywood cuando se estrenó la película dirigida por John Huston y protagonizada por Michael Caine, Pelé, Bobby Moore y el propio Stallone, que hacía de arquero. Pero también había un argentino: Osvaldo Ardiles.
El mundo del boxeo –el deporte que más asomó al cine– le entregó a Stallone un premio por su condición de guionista de Rocky en el Salón Internacional de la Fama del Boxeo en 2011. Fue el primer actor que se incluyó en esa lista sólo destinada a los más grandes del ring.
La fama y la fortuna (y el prestigio, tal vez en menor medida) de Stallone crecieron desde que Rocky se subió por primera vez al ring. Chuck Wepner no tuvo la misma suerte. Participó en peleas que eran shows, combatió con un oso y trabajó de matón para recuperar dinero a sus clientes. Consumió cocaína y fue a la cárcel. Y tuvo película sobre sí mismo: Chuck se estrenó en 2016; a él lo interpreta Liev Schreiber.
Cansado de ser el tipo en las sombras, demandó a Stallone por haberse inspirado en él para Rocky. Arreglaron las cosas fuera del ring judicial. Dicen que Stallone le pagó cerca de 10 millones de dólares para que no haya conflicto. Nunca se supo si el arreglo existió. Al menos en las fotos que se sacaron juntos, parece que hay buena onda.
Tal vez no sea tan así. Nadie puede dejar de sentir cierto resentimiento si a los 81 años, como tiene Wepner, hay que ganarse la vida trabajando en una licorería.