“Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural”. Si aplicamos esta definición de Todorov a la historia de Harry Potter, lo fantástico no acontecería cuando Harry está en el mundo de los muggles a punto de cruzar la pared ni cuando está del otro lado, ya en Hogwarts, sino mientras está dentro de la pared del andén 9 ¾ de la estación de trenes de King’s Cross. Ahí, en ese interregno fugaz, en ese preciso y brevísimo instante, es cuando se abre la posibilidad de lo otro y estamos ante lo incierto: lo estable ha dejado de serlo pero aún no hemos hecho pie en otro sitio y todo es pura posibilidad. Cuando Harry finalmente está del otro lado lo fantástico pasa a ser mágico, como ese mundo nuevo lo indica, estamos ya en la tierra de la literatura maravillosa, pero el concepto de fantástico, tal como nació y como lo hemos heredado de Hoffman y Poe, de Quiroga y Cortázar y de los grandes directores de cine, ocurre en ese momento fugaz, en ese borde difuso, ambiguo y elusivo. Y es anterior a la respuesta que nos damos. Lo fantástico es lo que ocurre siempre antes de encontrar una respuesta.
El mundo de El señor de los anillos está legitimado por la propia realidad textual. Es decir, para los personajes de la saga no es extraño conocer la existencia de un hobbit, de un mago, de un elfo: no representa para ellos una amenaza ni algo desconocido, porque todos esos seres y lugares forman parte de su contexto de realidad, de su “paradigma de realidad”, como lo llama la investigadora Alejandra Amatto. En la literatura fantástica se parte de un paradigma de realidad en el cual el suceso que va a romper la estructura de ese paradigma, a desestabilizarla o a ponerla en entredicho es un suceso de características insólitas. Esto quiere decir que los personajes no están habituados a esa representación que va a ocurrir a nivel del texto y que, por lo tanto, va a tener una serie de consecuencias que no pueden ser explicadas con las herramientas de ese paradigma presentado.
En El sentimiento de los fantástico, Cortázar habló de irrupciones: (…) “esas llamadas coincidencias en que de golpe nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad tienen la impresión de que las leyes a que obedecemos habitualmente no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a una excepción. (…) Ese sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso, y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizador se ve bruscamente sacudido, como conmovido por una especie de viento interior que los desplaza y que los hace cambiar”.
Podríamos decir, resumiendo, que la literatura fantástica viene siempre a cuestionar o a desestabilizar un orden. Sin esa desestabilización no estamos en el territorio de lo fantástico. Esto lo ubica en un lugar de parentesco con el terror, pero el terror no es una condición imprescindible para que el fantástico ocurra.