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Lecturas: Borges por Piglia

Por Redacción Fundación La Balandra

El mapa del tesoro

Puede rastrearse, como si de un comisario Croce literario se tratara, las múltiples huellas borgeanas en la obra de Ricardo Piglia, sobre todo en la más temprana.

Ya en la nota introductoria a La invasión, su primer libro de cuentos, publicado en 1967 y reeditado en 2006, dice que su “entusiasmo por la narrativa norteamericana, comprendo ahora, fue una reacción frente a la influencia de Borges y Cortázar, que hacían estragos entre los escritores de mi generación”.

En la nouvelle que da título a su segundo libro de cuentos, Nombre falso, de 1975, aúna los dos grandes apellidos de la literatura argentina del Siglo XX: la estructura del relato es borgeana (la búsqueda y hallazgo de un manuscrito extraviado) pero el protagonista es el mismísimo Arlt. En el tomo II de Los diarios de Emilio Renzi, en una entrada perteneciente a ese año, Piglia dice: “Colocaré una frase de Borges al frente de mi libro Nombre falso pero se la atribuiré a Roberto Arlt: ‘Sólo se pierde lo que realmente no se ha tenido’”. 

Pero quizás la gran tesis se encuentre en Respiración artificial, cuando uno de los personajes sostiene que Borges es anacrónico, porque “clausura por medio de la parodia la línea de la erudición cosmopolita y fraudulenta que define y domina gran parte de la literatura argentina del XIX”. “Sarmiento cita mal”, dice Piglia. “Ahí está la primera de las líneas que constituyen la ficción de Borges: textos que son cadenas de citas fraguadas, apócrifas, falsas, desviadas”.

Más acá en el tiempo, está el cuento “La conferencia”, en Los casos del comisario Croce, donde un viejo escritor va a dar una charla sobre el género policial a un pueblo perdido en medio de la pampa húmeda, en 1954. Y está, también, atravesando el tiempo, el abordaje crítico, analítico, diseminado en títulos como Crítica y ficción, Formas breves y La forma inicial.

Ahora, para poner un broche a la larga cadena de influencias, llega Borges por Piglia, la transcripción de aquel memorable ciclo de cuatro clases abiertas emitidas por la TV Publica en 2013, editado por Eterna Cadencia. 

El tomo está dividido en cuatro partes, con sus respectivos títulos: “Qué es un buen escritor” (Realidad y ficción; Un escritor que se ganaba la vida; La industria, Los premios y la crítica; La ficción del origen); “La memoria” (La voz de los márgenes; La figura de la amenaza y la muerte heroica; Caos y orden); “La biblioteca” (De la imaginación serial a la identidad de los opuestos; Escribir en lecturas: citar, traducir, plagiar, leer bien, leer mal) y “Política y literatura” (Lecturas desplazadas; Un lapsus deliberado; Tres tradiciones interpretativas). A cada charla abierta les sigue un parlamento a tres voces con escritores e intelectuales invitados, y el cierre es con un escueto cruce de preguntas y respuestas con el público. Nada menor es la importancia del epílogo de Edgardo Dieleke, ex alumno de sus clases en Princeton. 

Así, Piglia va de las múltiples ocupaciones borgeanas (traductor, prologuista, bibliotecario, conferencista, director de colecciones editoriales) al recuerdo personal de sus cuatro encuentros con el maestro, de la dicotomía Hernández / Sarmiento al retorno a la gauchesca, el culto al coraje y el rechazo por las olas inmigratorias. Sus cuentos, esos ejercicios, dice, de incesante inteligencia y de imaginación feliz. “Él escribía estas cosas en los años cuarenta”, desafía Piglia, “cuando ni habían nacido los abuelos de los que ahora hablan de posmodernidad”. “Trato de no hablar de demasiados textos de Borges”, definirá en la tercera clase, “trato de que nos centremos en algunos textos básicos y luego ustedes harán la exploración que quieran”.

Por enésima vez, tiene razón. Borges es una eterna tierra a explorar, y Piglia parece tener en estas clases el mapa del tesoro.

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