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Literatura y deportes: Bruce Lee, un artista de la vida

Por Alejandro Duchini

“Amigo, sé como el agua. Vacía tu mente, sé amorfo, moldeable, como el agua. Si pones agua en una taza, se convierte en la taza; si pones agua en una botella, se convierte en la botella; si la pones en una tetera, se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede golpear. Yo soy agua. Sé como el agua, amigo mío”.

Ésta tal vez sea la frase más conocida de Bruce Lee, el inventor de las artes marciales como las conocemos hoy. Fue quien las trajo a América y al cine. Pero además de crear un género como actor (protagonizó y produjo películas como Operación dragón o El gran jefe), se recibió de filósofo en la Universidad de Washington.

Lee solía sentarse a pensar y a escribir. Sus temas giraban no sólo alrededor de las artes marciales sino también sobre la psicología, la actuación y el amor. Incluso, alguna vez incursionó en la poesía. Esto lo sabemos porque el escritor canadiense John Little fue autorizado por los herederos de Lee a revisar sus escritos, que luego publicó en un libro titulado Bruce Lee – Un artista de la vida – Sus escritos esenciales.

Little suele dedicarse al género del terror, pero su pasión por el físicoculturismo y por la figura de Lee le abrieron las puertas para leer lo que otros jamás habían leído. Fue la viuda de Lee, Linda Lee Cadwell, quien le entregó los manuscritos que se publicarían en este libro. Y Little, más adelante, haría también documentales sobre la vida de Lee y sobre el significado de las artes marciales.

Gracias a Little sabemos que a Lee le atraía la espiritualidad: algunos de sus autores preferidos eran Krishnamurti y Alan Watts. Pero también leía al psicoanalista alemán Frederick Perls, autor de una práctica zen conocida como minisatori.

En uno de los textos dedicados al kung fu, en Un artista de la vida, Lee cuenta que después de cuatro años de practicar entendió que lo efectivo no estaba en la fuerza propia para golpear sino en el arte de aprovechar la fuerza del rival, en “minimizar el gasto propio de energía”. “Todo debía hacerse con calma y sin esfuerzo. Parecía sencillo, pero su aplicación práctica resultaba difícil”, escribió Lee. El problema era que mientras su maestro, el ya mítico Yip Man, le decía que se relaje y calme su mente, él se ponía más rígido. Tanto que el maestro le dio unos días libres que Lee aprovechó para meditar y seguir practicando por su cuenta. Como su cabeza no paraba se subió a una pequeña embarcación y se fue a navegar. Ahí es cuando Lee cree encontrar la esencia. Enojado, cuenta, le dio un puñetazo al agua. Y entonces, ¡zas!: “En ese mismo momento, me vino a la cabeza un pensamiento: ¿no era esta agua la esencia misma del kung fu? ¿Acaso no acababa de ilustrarme su principio básico? Volví a golpearla pero no le hice daño. La golpeé de nuevo con todas mis fuerzas, ¡pero no la herí! Después, intenté tomar un puñado pero resultó imposible. Esta agua, la sustancia más blanda del mundo, que se podía contener en el más pequeño de los recipientes, sólo era débil en apariencia. En realidad, era capaz de penetrar en la sustancia más dura del mundo. ¡Eso era! Lo que yo quería era ser como la naturaleza del agua”.

Bruce Lee jamás olvidará ese descubrimiento que lo marcó. Se sintió tranquilo como pocas veces y se relajó sobre la embarcación hasta quedar a la deriva. “Me había vuelto uno con la naturaleza”, escribiría luego.  “En aquel momento –agregaría– alcancé un estado de sentimiento interior en que la oposición se había vuelto mutuamente cooperativa, en el que ya no existía ningún conflicto en mi mente. El mundo entero era unitario para mí”. El mismo Lee cuenta que ahí le surge la idea de escribir la frase que lo caracterizaría con los años.

Pero no es sólo esa frase. Escribe, por ejemplo, que “ser sabios en el kung fu no significa añadir más sino ser capaces de eliminar sofisticaciones y adornos”. O que “el cultivo más elevado tiende siempre a la sencillez, mientras que el cultivo a medias conduce a la ornamentación”.

Destacará los beneficios de “una vida sencilla” (cosa que, seamos honestos, no pudo cumplir: Hollywood se lo tragó entero a cambio de dinero, autos lujosos y ego). Hablará de la necesidad de soltar, esa palabra tan de tatuaje y moda en estos tiempos pero que entonces era una novedad oriental: “Sólo cuando dejemos de pensar y nos soltemos, podremos empezar a ver, a descubrir”.

Hay un capítulo en el que aparecen algunos de sus poemas. La flauta silenciosa es genial. Dice así: “No quiero poseer / ni ser poseído / ya no anhelo el paraíso / y más importante, ya no temo al infierno/ La medicina para el sufrimiento / la tenía dentro de mí, desde el comienzo / pero no la tomé / Mi dolencia vino desde mi interior / pero no la observé / hasta este momento / Ahora veo que nunca encontraré la luz / a menos que, como la vela / sea mi propio combustible / y arda y me consuma”.

Bruce Lee invita a no creer en lo establecido: “El hombre, el ser humano vivo y creativo, siempre es más importante que lo establecido y estéril”. E insistirá con el aprendizaje que, para él, “no es una simple imitación, o la capacidad de acumular unos conocimientos fijos y de ceñirse a ellos. El aprendizaje es un proceso constante de conocimiento”. E insistirá con apuntar, siempre, a la “liberación personal”. “No aspires a ‘llegar a ser’, simplemente sé”, recomienda.

Practiqué artes marciales (judo primero, kung fu después) desde mi infancia hasta mi primera juventud. Nunca tuve maestros o profesores que enseñaran estas cosas. A lo sumo alguno lo intentó, pero lo hizo más para parecer que por ser. Pero, nobleza obliga, me dejaron la semilla de la duda para interesarme por las filosofías orientales. Y en los lugares en los que practicábamos siempre había pósters de Bruce Lee. Todos queríamos ser Bruce Lee: no parecer sino serlo. No conozco a nadie que lo haya logrado.

Un artista de la vida fue publicado en 2018. Ahora que soy grande siento que con su aparición se abre un puente hacia el pibe que fui. Pasé unas horas hermosas leyendo estos escritos. El título se debe a la ambición de Lee de querer ser considerado un artista. Decía: “La vida misma es tu maestra, y estás en un estado constante de aprendizaje”. Y también: “Conócete a ti mismo. Es más tarde de lo que creés”. O “el proceso es hacerse”.

Estos textos de Lee son como pequeñas joyas de las que nos apoderamos a medida que avanzamos en su lectura. A veces me pregunto por qué no se los dan como lectura a los estudiantes de las escuelas. Se ahorrarían horas de aburrimiento y se ganarían horas de placer y aprendizaje.

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